¡Hola! Bienvenido a la quinta edición de Materia gris. Hoy conversamos con Fabián Calle, politólogo y especialista en Relaciones Internacionales. Lo llamamos para hablar sobre el vínculo de nuestro país con Estados Unidos y con China, a raíz de los recientes gestos del Gobierno para reafirmar su alianza estratégica con Washinton.
¿Qué impacto tuvo la reunión de Milei con la generala Laura Richardson para las relaciones argentino-estadounidenses?
A Estados Unidos le interesaba que no se concretara la instalación de una base naval montada por China en Tierra del Fuego. Estados Unidos prefiere que la hagamos nosotros antes que los chinos. Es un gesto importante, porque era una de las líneas rojas que la administración Biden le había marcado al gobierno anterior: no comprar los aviones chinos y no hacer una base multifunción china en Tierra del Fuego. El año pasado la gobernación de Tierra del Fuego, con el visto bueno del gobierno nacional kirchnerista, avanzaba con un proyecto chino, supuestamente privado. Hay que tener en cuenta el matiz que implica lo privado en China, más en temas geopolíticos. Era un puerto comercial construido por China para empresas chinas, y llegado el caso, abierto a otras empresas. Este puerto comercial chino iba a tener usos duales. La decisión del gobierno anterior fue promover este proyecto chino.
¿En qué consiste el nuevo proyecto de la Base Naval Integrada?
El de la Base Naval Integrada es un proyecto de hace más de 30 años. La Argentina viene trabajando para la proyección en la Antártida y el Atlántico Sur. Eso requiere una inversión. El gobierno de Milei decidió avanzar en esta obra, impulsándola desde el sector privado. No implica que sea una base militar norteamericana. Obviamente la podrán usar países aliados o con los que tengamos una buena relación, pero no es una base binacional. No es una concesión, como la que el kirchnerismo hizo en Neuquén con la base de Exploración del Espacio Profundo. A diferencia del proyecto chino, esta es una base de las Fuerzas Armadas argentinas, que seguramente va a tener algún componente ligado a temas antárticos y científicos.
¿Argentina está redefiniendo su vínculo con Estados Unidos para consolidar una nueva alineación pro-occidental?
Milei ha decidido hacer una alianza muy fuerte en dos áreas con Estados Unidos, que son la defensa y la inteligencia. Son dos áreas donde el gobierno de Milei está muy decidido a profundizar el vínculo y donde hay un juego de fuerte acercamiento estratégico. Estados Unidos está teniendo mucha predisposición en cuanto a defensa. En el ámbito de la Cancillería, busca tener un juego más global, reconociendo la importancia del vínculo comercial con Brasil, Chile, la Unión Europea, Japón, y con la misma China. Sin tampoco romper o alterar mucho las relaciones con Rusia.
Son como dos estrategias distintas.
Es una estrategia doble. Milei lleva a cabo su relato discursivo, maximizando esta idea de alinearse con Estados Unidos, Israel y Occidente, con la defensa del capitalismo, la democracia y la libertad. Ese juego adquiere una dimensión doméstica de relato. Pero, después, en lo operativo, Mondino pronto va a viajar a China, y mandamos diplomáticos de primer nivel a Brasil y a China. El gobierno de Milei, al igual que el kirchnerismo, le da una gran importancia al discurso y a la épica.
El gobierno propuso implementar una nueva reglamentación de la Ley de Defensa Nacional. ¿Qué implica esto en la práctica?
La Argentina tiene dos leyes racionales y bien redactadas. Son antiguas, pero mantienen su vigencia. Está la Ley de Defensa de 1988 y la Ley de Seguridad Interior de 1991. Ahí se deja claro que en caso de que las Fuerzas de Seguridad sean superadas, las Fuerzas Armadas tienen un rol. Es erróneo creer que las Fuerzas Armadas sólo se usan para ataques externos. La frontera entre defensa y seguridad está determinada por el poder de fuego que tiene el enemigo. Si el enemigo tiene fusiles de asalto, granadas, ametralladoras, vehículos blindados, no tiene sentido ponerle a la policía enfrente. Entonces te queda transformar la policía en ejército o hacer colaborar a las fuerzas policiales y de seguridad con las Fuerzas Armadas. Hay que empezar a pensar en un cuerpo normativo, no ideologizado, sin caricaturas ni de izquierda ni de derecha.
¿El gobierno busca acercarse a Estados Unidos como un objetivo en sí mismo o en realidad es una forma de revertir la política exterior kirchnerista que favorecía una fuerte cercanía con China y con Rusia?
La clave es no caer en caricaturas, como pasó en los ‘90 cuando se decía que Di Tella y Menem promovían un alineamiento carnal. Todo el mundo hacía seguidismo, no sólo Argentina, porque estábamos en una era unipolar. Hasta lo hacía Putin cuando pidió ingresar a la OTAN. Hoy el mundo es de nuevo bipolar. Estamos en la zona de influencia natural de Estados Unidos. Ahorramos en dólares, quienes tienen recursos aprenden inglés, el turismo va básicamente a Estados Unidos. La idea de que el futuro es Rusia y China no se refleja en la vida cotidiana de los argentinos.
Hay mucha hipocresía en esta idea de que Estados Unidos ya fue. La bipolaridad implica que uno está alineado con un bando. Argentina se manejó bastante bien en la bipolaridad de la Guerra Fría. Y el desafío hoy es hacer lo mismo, obviamente con los pies en Occidente, pero sin chocar la relación con China. El comercio va por un lado, la ideología va por el otro. Hay que ser muy pragmáticos. Hay que saber mantener el equilibrio entre la dimensión comercial, diplomática, empresarial con China, y por otro lado, la intención de reforzar las relaciones con Estados Unidos y con los aliados occidentales.
¿Cómo fue el vínculo con China durante el kirchnerismo?
El kirchnerismo desarrolló dentro de su relato la idea de Rusia y China como el futuro, lo nuevo, lo antiimperialista y antiamericano. Era una mezcla de ideologismos, ingenuidad, negocios, torpeza y este diagnóstico de que Estados Unidos es riesgoso para los populismos de América Latina, porque los persigue, inventa cosas y descubre corrupciones, en línea con la idea del lawfare. Está también la idea del sur global, de que Estados Unidos está en decadencia. Y que el ganador de la competencia estratégica va a ser China, cuando en realidad nadie está seguro. Pensar que la va a ganar uno o el otro es una gran irresponsabilidad.
Argentina durante el kirchnerismo se acercaba a China, pero sólo con gestos. Después en la práctica no se animaron a comprarle los aviones, a hacer el puerto, no aumentó el comercio. Sí les dieron la antena espacial y aumentaron la dependencia financiera hacia China con los swaps. Había mucha retórica, pero no se pasaba tanto al plano de la acción.
¿Cuáles son las consecuencias de alinear las políticas de defensa con Estados Unidos?
Argentina lleva 30 años o más de desinversión en defensa. Lo que se está comprando y planificando son gotas de agua en un vaso vacío. Esto va a requerir una política de Estado de 10, 15, 20 años de continuar el proceso de modernización. Argentina no está rompiendo ningún balance de poder. Está mejorando levemente el desbalance de poder que existía con respecto a sus vecinos. Los vientos van cambiando y en Washington se están empezando a dar cuenta de que apoyar a algunos líderes latinoamericanos por el mero hecho de que sean contrarios a Trump no es una estrategia muy inteligente. Estados Unidos tiene que apoyar a aquellos gobiernos que no son funcionales a sus rivales estratégicos, como China, Rusia, Irán y otros.
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