Sobre el carácter pragmático del plan económico del Gobierno, obligado por una temible combinación de penuria económica –herencia estructural del modelo kirchnerista en general, más el ruinoso “Plan Platita” de Sergio Massa en particular– y debilidad política de origen, escribió recientemente en Seúl nuestro colaborador José Echagüe. El problema es qué sucede cuando esa jarra loca de ortodoxia y heterodoxia choca de frente con las promesas de campaña de Javier Milei o con el gusto de su núcleo más duro de seguidores.
Si bien lo segundo podría reducirse a fenómeno más acotado a la intensidad tuitera, no deberíamos olvidar que más de uno de aquellos exponentes que conocimos de pichones hoy están efectivamente viviendo como “parásitos del IVA del arroz de los pobres”, con responsabilidades que oscilan entre las más altas esferas y la irrelevancia total. Seguimos atentamente los acontecimientos mientras tratan de disimular discursivamente el poco apego que tienen por el aburrido concepto de “gestión”, porque es evidente que su desempeño viene resultando todo lo pintoresco que prometía ser cuando Twitter no era X.
Lo primero, en cambio, puede ser acaso un asunto más delicado desde lo doctrinario y expone al Gobierno al carpetazo fácil: el Banco Central sigue en pie y sin ningún incendio, la moneda de curso legal todavía es el peso y de los 30.000 palos del celular de Javier no hubo más novedades, los impuestos suben y los brazos del presidente aún son dos. Pero lo que importa es, en definitiva, llegar al equilibrio fiscal porque la madre de todas las batallas es contra la inflación. Entonces, al cepo y al impuesto PAIS se le suman la licuadora y toda la magia financiera que el Toto y su equipo sean capaces de desplegar, porque lo que importa siempre es el resultado.
Y por el lado de la apertura comercial, ¿cómo venimos? Sin muchas novedades mientras sigamos encepados, pero resulta que el presidente mencionó ante la Asamblea Legislativa el escándalo del SIRA y, en esta semana, el ministro de Economía salió a plantear dos cuestiones: en primer lugar, la posibilidad de favorecer la importación de alimentos (que, vale aclararlo, en verdad no está cerrada), pero sólo algunos. Luego, una serie de presiones “amables” para que los supermercados cambien la manera de plantear sus promociones, algo que, según Caputo, debería favorecer la medición de una inflación que no parece autopercibirse tan en baja como él cree.
Así las cosas, hay que reconocerle a Milei que lo que él suele llamar el “principio de revelación” rara vez suele fallar en la Argentina. Por eso, mientras los que no queremos seguir pagando por la ropa o la electrónica lo que a la casssta empresauria se le ocurra reclamábamos por más apertura –para todos los rubros y desde ayer–, los amigos de la UIA y similares asociaciones de gente que dice saber lo que es pagar una quincena salieron a hacer lo que mejor les sale: llorar.
En cuanto a las promociones de los súper, nos declaramos prescindentes en sus detalles técnicos y sospechamos que su importancia en el descenso de la inflación debe ser muy marginal. Se parece más bien a una de aquellas cuestiones que solían discutirse en épocas muy lejanas (¿2017?), cuando parecía que las preocupaciones de los países que nos gustan podían ser también las nuestras. O, por qué no, un asunto que les podría interesar a aquellos genios que querían terminar con la inflación midiendo góndolas.
Como siempre que muere un famoso muy identificado con alguno de los dos lados de la grieta (¿sigue habiendo sólo dos lados?), los usuarios de las redes se muestran despiadados y dejan de lado la empatía para señalar la peor version del occiso. Esta semana le tocó a Jorge Dorio, que murió el miércoles a los 65 años en el Hospital Municipal de Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires, varios días después de haberse descompensado en Salliqueló, adonde había ido a dar una charla.
La Nación tuvo que deshabilitar los comentarios en la nota, aunque no son tan inocentes: habían titulado “Murió Jorge Dorio, periodista y expresentador de 678”, cuando la verdad es que Dorio hizo muchas más cosas antes (y mejores, desde luego). No es sólo una opinión nuestra, porque el propio diario se corrigió y ahora dice “periodista y expresentador de televisión”.
Es cierto que podemos ver en la trayectoria de Jorge Dorio el derrotero de mucha gente de la cultura que era (o al menos parecía) inteligente e interesante y a quienes su militancia talibán en el kirchnerismo transformaron no sólo en propagandistas de un gobierno indefendible sino, aún peor, en gente menos inteligente e interesante.
Pero si vamos a recordar a alguien por sus mejores momentos, hay que decir que Dorio fundó en 1988 junto con Martín Caparrós la revista literaria Babel, que duró sólo veinte números pero dejó una huella indeleble en la cultura argentina, donde colaboraron Sergio Bizzio, María Moreno y Alan Pauls, entre otros. Que condujo, también junto a Caparrós, el emblemático programa El monitor argentino, a fines de los años ’80. Y que acompañó a Alejandro Dolina en La venganza será terrible en la década del ’90. También fue panelista de Gran Hermano entre 2001 y 2007. Pero sí, condujo 678 del 2013 al 2015 y eso lo que lo marcó para siempre a los ojos de los menos benévolos.
Hay que decir que además de los antikirchneristas faltos de sensibilidad, no faltaron los kirchneristas que no pudieron olvidar por un rato sus peleas imaginarias. Fue el caso de Virginia Feinmann, que aprovechó para echarle la culpa a Javier Milei: “A Jorge Dorio lo habían echado de sus dos trabajos y en situación económica complicada viajó al sur a buscar ayuda de un amigo. En el camino tuvo un paro cardíaco. No es la única víctima de esta situación criminal que vivimos, por supuesto, sólo una cara visible. #JuicioPolíticoYElecciones”.
Desde aquel famoso monólogo de Ricky Gervais en la entrega de los Globos de Oro de 2020, los discursos de los famosos defendiendo causas cuando reciben premios han sido desangelados. Sin embargo, en la entrega de los Oscar del domingo esperábamos a ver qué iban a decir acerca de la guerra en Gaza. Ya desde la alfombra roja se vio la grieta: algunas celebridades con un pin con una mano roja que pedían el alto el fuego (aunque esa mano roja remitía al linchamiento de dos soldados judíos a manos de una turba palestina en el año 2000) y otras con un pin amarillo que pedían la liberación de los rehenes.
El único que hizo referencia a la guerra fue Jonathan Glazer, el director de La zona de interés, la ganadora del Oscar a la Mejor Película Internacional. Glazer es bisnieto de judíos que huyeron de Rusia luego del pogrom de Chisináu y su película cuenta la historia nada menos que de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz. Uno hubiera esperado que se encontrara entre los defensores de Israel, o al menos entre quienes se animaran a denunciar el aumento del antisemitismo en las elites norteamericanas. Eso hizo, sutil pero firmemente, Barbra Streisand cuando recibió el premio a la trayectoria de la Screen Actors Guild hace veinte días. Pero no fue el caso de Glazer.
“Nuestra película muestra hacia dónde lleva la deshumanización en el peor de los casos –dijo–. Moldeó todo nuestro pasado y nuestro presente. Ahora mismo, estámos acá como hombres que rechazamos que su judaísmo y el Holocausto sea apropiado como justificativo para una ocupación que ha generado un conflicto para tanta gente inocente. Ya sea las víctimas del 7 de octubre en Israel o el actual ataque a Gaza, todas las víctimas de esta deshumanización, ¿cómo la resistimos?”
Esta es nuestra traducción, creemos la más aproximada, pero enseguida las redes sociales se colgaron del “we stand here as men who refute their Jewishness” para decir que Glazer estaba “renunciando a su judaísmo”. Sea la interpretación que sea, muchos coinciden (nosotros entre ellos) en que quien se apropió del Holocausto fue quien lo utilizó para hacer una película, ganar un Oscar, subir al escenario y soltar un discurso que equipara la defensa legítima de Israel ante el ataque del 7 de octubre con el genocidio nazi.
Los repudios no tardaron en llegar. Hasta sobrevivientes del Holocausto publicaron una carta abierta indignados. La mejor respuesta fue la del editor general del Jewish News Syndicate Jonathan S. Tobin, en la que hace alusión a la “torturada sintaxis” de sus comentarios (verdadero motivo por el cual tantos los malinterpretaron), y recuerda el discurso de Vanessa Redgrave en la ceremonia de los Oscar de 1978 y la respuesta del guionista Paddy Chayefsky.
Redgrave, defensora de la Organización para la Liberación de Palestina, estaba siendo repudiada y boicoteada por agrupaciones sionistas. En su discurso de agradecimiento al ganar su Oscar por su trabajo en Julia (irónicamente también una película sobre el nazismo) denunció a los “matones sionistas”, lo que provocó el estupor de la mayoría de los presentes. Chayefsky, que había ganado el Oscar al Mejor Guion Original el año anterior por Poder que mata (Network), al presentar el de ese año dijo: “El hecho de que haya ganado un premio no es un momento crucial en la historia, no requiere una proclama y un simple «gracias» habría bastado”. Los aplausos generales dejaron en claro de qué lado estaba la mayoría de Hollywood y la diferencia que hay 46 años después.
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