El diálogo que no fue diálogo sino intimidación sucedió el 11 de octubre de 2017 en un auditorio de la Universidad Nacional de Rosario, en la intersección de las peatonales Córdoba y San Martín. En ese lugar, Germán De los Santos y Hernán Lascano tenían previsto presentar su libro Los Monos. Historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno y hacia ahí fue Lorena Verdún, viuda del Pájaro Cantero, histórico líder de la banda, con el propósito de pudrirla. Se sentó en la segunda fila y la pudrió: la presentación no se pudo realizar.
–Mirá que yo puedo conseguir pruebas sobre vos y salir a contar tu historia de toda la coima que agarrás vos, eh. Vos salís a hablar de una persona, de una familia…
–Me parece que te estás confundiendo.
–¡No, vos te estás confundiendo, porque mi marido nunca tuvo una causa de drogas!
El moderador Roberto Caferra trató de interceder:
–¿Vos leíste el libro?
–Más o menos, porque son todas ridiculeces que dicen. ¡Se quieren llenar los bolsillos de plata a raíz de una familia, entendés, porque no tienen pruebas de nada!
–¿Vos querés que no presentemos el libro?
–Ni me interesa lo del libro porque es todo mentira lo que le quieren vender a la gente. Porque están hablando de una persona que no se puede defender, están hablando del padre de mi hijo. “La familia narco” dicen. Y el padre de mi hijo nunca tuvo una causa federal. ¡Y ustedes, manga de hijos de puta, vienen a hablar de una persona que está muerta! Mi marido no tenía ninguna entrada ni salida de los federales, nunca tuvo una causa de drogas.
Me acuerdo que tenía pensado ir ese día pero se me hizo tarde. Cuando llegué, me encontré con el revuelo. Las puertas del auditorio estaban cerradas, los autores y los asistentes adentro, y la viuda de Cantero afuera con un par de acompañantes. Pregunté de lejos qué pasaba y escuché lo que murmuraban algunas personas que andaban por ahí. Eso me alcanzó para pegar la vuelta.
Los Monos fue una de las revelaciones editoriales de 2017, tuvo buenas críticas, ganó premios, se vendió muchísimo, hoy se encuentra agotado y en breve será relanzado, pero ahora nos ocupa Rosario, el nuevo libro de De los Santos y Lascano, que acaba de salir a la calle y tiene un subtítulo que nos dice por dónde va: La historia detrás de la mafia narco que se adueñó de la ciudad. Lo leí esta semana: es extraordinario. En 33 capítulos los autores desarman y construyen al mismo tiempo una trama compleja que suele quedar eclipsada por la desmesura de la violencia, los tiros, las muertes. Diseccionan los pormenores de la economía delictiva nutrida de sicarios que se ensucian las manos y financistas que blanquean el dinero. Cada nombre propio que eligen como protagonista es un personaje con matices: Esteban Alvarado, Guille Cantero, el Viejo Cantero, Alan Funes, Jorgelina Selerpe, Lelo Pérez, Pillín Bracamonte. No caen nunca en la tentación de adjetivar desde la moralidad. Tienen claro el objetivo de la historia y la cuentan con precisión narrativa y vocación didáctica, aportan datos y hechos que saben cómo relacionar entre sí, no hay bajadas de línea ni estridencias, aun cuando describen situaciones escabrosas, como la de la licenciada en Economía que investiga los patrimonios de personas vinculadas a hechos criminales y encuentra una caja con la cabeza de un perro en el patio de su casa. O la de esa chica que está tirada en el suelo, ensangrentada y recibiendo patadas de un hombre que la filma y le muestra en directo las imágenes a su jefe, que las mira desde su calabozo en la cárcel federal de Resistencia y le baja órdenes de cómo aplicar el castigo.
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Rosario tiene muchas claves de lectura pero el hilo que articula todas las historias es el circuito económico que se mueve entre el campo lícito de las finanzas y el ilícito de los grupos criminales. Ese cruce entre lo ilegal y lo legal es el nudo del negocio que hace funcionar a la ciudad hace años. El libro desmenuza cómo algunas mutuales del interior santafesino tienen dueños y desde allí se triangulan los negocios, porque los controles sobre ellas son muy laxos. Hay evasión, facturación trucha y cheques de procedencia dudosa. Un empresario que fue presidente del puerto y era dueño de una financiera legalmente inscripta ahora está preso, imputado por lavar dinero narco. La forma en que se mezcla la plata es tan asombrosa como cotidiana. “Hoy no sabés de dónde viene la guita”, dice un hombre que maneja una cueva financiera: “Te podés comprar un quilombo gigantesco con la mafia o con la justicia. Terminás con un tiro o en la cárcel”.
Buenos muchachos
“En Rosario nos conocemos todos”. Es una frase que solemos usar los rosarinos, sobre todo en comparación a Buenos Aires, para dar cuenta de la escala y cierta cercanía. Pero sabemos que no es así: por ejemplo, yo no conozco a ningún criminal vinculado al narco. Aunque no sé, ahora tal vez sí. Mientras leía la descripción de los mecanismos de blanqueo del dinero ilegal, podía imaginarme como el personaje de Gastón Pauls en Nueve reinas, con Lascano y De los Santos en el rol de Darín mostrándome a las personas que andan por el centro de la ciudad. Aquellos dos: cuatro bolsos llenos de billetes chicos que juntaron en los búnkers y están entrando a esa cueva para cambiarlos por dólar blue. Aquel: le está haciendo señas al cana para que los cuide. Están ahí, pero no los ves. Bueno, de eso se trata, están pero no están. Son valijeros, cobradores, cambistas, prestamistas, prestanombres, testaferros, usureros, informantes, apostadores vip en el casino, inversores en un fideicomiso, lavadores de plata en una mesa de dinero.
Uno de los aspectos más interesantes del libro es que no pone el foco únicamente en el marginal descartable que se ocupa de las balaceras intimidatorias sino en la racionalidad económica detrás. Muchas de las historias transcurren en edificios de alta gama frente al río Paraná, en barrios privados de las afueras de Rosario o en las instalaciones del casino City Center, principal contribuyente a las arcas municipales y sponsor de las camisetas de Newell’s y Central, un ámbito donde los mismos croupiers dicen que ven narcos todos los días. Fue justamente ahí, en el centro de juego legal más grande de América Latina, donde se produjo un tiroteo extorsivo que terminó con una persona muerta de un balazo en la cabeza. La resolución rápida de ese crimen permitió llegar al teléfono celular del tirador, descubrir cómo funcionaba el negocio de la protección y verificar que se regenteaba desde la cárcel.
El negocio es simple y prácticamente no requiere de capital ni implica riesgos físicos. Hay una escena en el comienzo del capítulo 25 que lo muestra con elocuencia:
Dos jóvenes se presentan en una casa de cambio de Entre Ríos y Córdoba, a metros de un mar de gente caminando por la peatonal, pleno centro rosarino. Le dicen a su propietario, Pablo Fortuny, que están allí a pedido de Guille Cantero, líder de Los Monos, y que tiene que pagar 5000 dólares. “¿En concepto de qué?”, pregunta el financista. “En concepto de que no te baleamos todo el frente y no puedas laburar más”.
Lo que ofrecen no es una cobertura contra terceros sino una mediación con ellos mismos. En el capítulo donde describen el procedimiento extorsivo, De los Santos y Lascano caracterizan a la mafia clásica siciliana y dicen que su prestación principal es la resolución de conflictos como una especie de árbitro paraestatal. No la violencia explícita, más bien la disuasión. Como se sabe que son capaces de acciones de crueldad impactante, no necesitan ejecutarlas para que las personas entren en razón. Dicen también que el fenómeno mafioso se está afianzando en Rosario pero que, en contraste con el de la auténtica mafia, es más fragmentado, chapucero, fuera de quicio y sin retribución. Son pequeños grupos que “salen a lo loco a buscar las ventajas que da la promoción de un estado de violencia incontenible”. Los instigadores no tienen nada que perder porque total ya están presos, el calabozo es su “oficina del crimen”. Hay una fiscal que todo el tiempo pide la prisión de personas que ya están en la cárcel porque desde ahí se cometen los crímenes. Dicen que el penal de Marcos Paz cobija a una verdadera selección de narcos del país.
En la página 235 hay un párrafo que tal vez sintetice otra de las dimensiones presentes en el libro:
El peligro que muestra el fenómeno narco de Rosario es que las bandas criminales se hacen más poderosas en las prisiones, con la protección del Estado. Muchos de los jefes que están en las penitenciarías no durarían mucho tiempo en libertad porque la dinámica del negocio los llevaría al cementerio.
En lugar de exponerse a enfrentamientos entre bandas, disputas territoriales a los tiros, venganzas, traiciones, los capos manejan sus negocios con smartphones desde el encierro. Una realidad aumentada de lo que vimos en The Wire pero con una policía no sólo corrupta, también berreta: fueron tan desaforados por recaudar que terminaron quebrando su propia verticalidad y perdiendo el control territorial del delito. Los narcos no sabían a quién pagarle y empezaron a autogestionarse.
Lo impensable se vuelve posible
Los autores son dos periodistas que, desde hace años, trabajan diariamente sobre temas judiciales. Germán De los Santos fue corresponsal de guerra en Afganistán en 2001, en Ucrania en 2022 y hoy es el encargado de las coberturas periodísticas desde Rosario en La Nación. Hernán Lascano trabaja hace tres décadas en La Capital y la mayor parte de ese tiempo lo hizo como editor de la sección Policiales. En Rosario no nos conocemos todos. Pero a ellos sí los conozco, al modo en que uno conoce a la gente con la que comparte ámbitos y amigos comunes. Con Hernán coincidí un tiempo en un mismo programa de radio, todavía conservo su contacto y en la semana le mandé un mensaje para preguntarle sobre algo que me había quedado dando vueltas. En el libro afirman que lo impensable se volvió posible, que las zonas que eran un límite para el crimen fueron profanadas y hoy se normalizan hechos asombrosos. Mi duda era saber si alguna vez pensaron (o temieron) que el próximo umbral que pudiera cruzar el crimen era el de balear periodistas. Si ya balearon la casa de un gobernador, si ya balearon propiedades de jueces, ¿qué garantías hay de que no le toque a un periodista? Más o menos eso le pregunté y más o menos esto me contestó: nadie tiene garantías.
En el libro afirman que lo impensable se volvió posible, que las zonas que eran un límite para el crimen fueron profanadas y hoy se normalizan hechos asombrosos.
“Creo que para todos la vida comunitaria se volvió más dura y riesgosa. Para los médicos que tuvieron ataques en centros de salud, para docentes que este año hicieron un paro por la violencia contra las escuelas, para el vecino común que ya no sale a determinadas horas o sabe que se expone a tomar el colectivo. Para los periodistas también. Cuando empecé en Policiales en 1996 en La Capital era infrecuente que de un barrio te sacaran cagando. Ahora es lo esperable”. Insiste en que no hay nada heroico en lo que hacen. Son periodistas y es su trabajo.
Muchas veces, “la violencia en Rosario” no es más que un título que simplifica un fenómeno multidimensional. La potencia de este libro radica en el rigor con que indaga en cada una de las dimensiones y combina con eficacia la información periodística y el entorno social. Hay contexto, foco y planos detalle, como el del hombre que acaba de ser acribillado y agoniza llamando a su madre mientras la masa cerebral cae de su cráneo partido. Hay usurpaciones, soldaditos, gatilleros y vidas veloces. Dólar banana, dólar dark y arroz con cocaína. También hay pasos de comedia. Narcos acuciados por la inflación que necesitan cambiar pesos por dólares para comprar droga en Bolivia. Y otro al que llevan en un patrullero y se burla de la parafernalia y el despliegue de armas largas: “Estos ven mucho Netflix”. Muchas franjas barriales están consolidadas como guetos donde no hay integración plural entre sus poblaciones y otros espacios.
En definitiva, es la historia detrás de la mafia narco que se adueñó de una ciudad, a la vista de todos, ante un Estado ausente, cómplice o inoperante.
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