Hola. Buen martes.
Boca perdió la final de la Copa Libertadores y 24 horas después su técnico renunció. Muchos de los hinchas entrevistados que todavía estaban en Río de Janeiro, al enterarse de la noticia dijeron que les parecía bien. Me impresiona lo exigente que es la “sociedad futbolera” vs. lo poco que lo es la sociedad a secas a la hora de juzgar a los dirigentes políticos.
No sólo es exigente cuando evalúa a los DT o a los jugadores, también lo es cuando analiza los fallos arbitrales. Un offside mal cobrado por una uña adelantada del delantero es tapa del diario, se pasan las imágenes para adelante y para atrás unas quince veces en cada programa desde las 9 de la mañana hasta las 11 de la noche y un concierto de ex jugadores y ex árbitros la analizan. Y si hubo equivocación inmediatamente se lo suspende al árbitro. En Comodoro Py costó una década demostrar que CFK fue “autora penalmente responsable del delito de administración fraudulenta en perjuicio de la administración pública” por una maniobra que de tan evidente era un axioma.
El fútbol es el caso máximo, pero en los deportes en general la igualdad de oportunidades es total. Maradona tuvo permiso para todo pero nunca jugó con sus hermanos. Juan Sebastián Verón es una especie de Insfrán en Estudiantes de La Plata pero sabía que la hinchada no le iba a permitir que su hijo Deian jugara en la Primera. En cambio se tolera que Pablo y Facundo Moyano sean dirigentes sindicales de primer nivel sólo porque el padre es quien es; que Máximo, siendo fronterizo, haya sido el presidente del bloque de diputados del partido peronista (o como se llame en la actualidad) porque su madre es CFK; que Ricardito haya sido candidato a presidente por el sólo hecho de ser el hijo de Alfonsín; ni hablar de la cantidad de hijos que heredan las intendencias municipales como si fueran parte del patrimonio familiar. La repetición de apellidos es una demostración de la desigualdad de origen que hay en el acceso a los altos cargos en la política.
No hay ingreso irrestricto para ser parte de las inferiores de un club. Todo chico que se quiere dedicar al fútbol a los 13, 14 o 15 años sabe que solamente podrá ser parte de la 8va, 7ma o 6ta de un club, aunque este compita en el Torneo Federal, si es mejor que los otros, porque sabe que en la cancha entran solamente once. Y ni que hablar de la férrea disciplina a la que se someten durante su adolescencia y juventud por “el sueño del pibe”. Se entrena y se juega con frío y con lluvia en instalaciones precarias que no tienen agua caliente y nadie dice nada, pero si a la escuela le falta una estufa se la toma y se corta la calle. En cambio no les exigimos nada a nuestros jóvenes en las instituciones educativas de ninguno de los niveles. La conclusión es que al club se va en serio y a la escuela en joda.
Tal vez sea por estos motivos que no sólo la Selección es campeona del mundo sino que Argentina es una máquina de exportar jugadores y directores técnicos, y que tenemos un muy buen desempeño en muchos deportes colectivos. Acabamos de terminar cuartos en un Mundial de rugby, en hockey sobre césped femenino somos potencia y en masculino tenemos un gran comportamiento, el básquet argentino nos ha dado grandísimas satisfacciones y hemos colocado varios jugadores en la NBA cuando hace 40 años sólo Adrián Paenza estaba enterado de qué era.
Tal vez no es que no podamos ser desarrollados económicamente, tal vez no nos interesa tanto como nos interesa tener buen desempeño en el deporte.
Escuelas voucher
En principio yo estaría de acuerdo con las “escuelas voucher” por la simple razón de que, ya que hay un acuerdo social en que la educación debe ser subsidiada, es mejor subsidiar a la demanda que a la oferta. La primera crítica que se me ocurre es que, por lo poco que sé de microeconomía, así como cuando se aplica un impuesto al precio de un producto parte del aumento de precio es absorbida por el vendedor y parte por el comprador, cuando hay un subsidio sucede lo contrario; es decir, el comprador (las familias) se verá beneficiado con una baja en las cuotas, pero por otro lado aumentará el precio de las cuotas de los colegios, resultando en una transferencia del Estado a los oferentes. Como el Previaje, donde gran parte del subsidio se transforma en un aumento de precio de los hoteles.
Más allá de estas cuestiones microeconómicas, me pregunto cuál es el valor que la sociedad argentina le da a la educación. ¿Queremos, más allá del precio que hay que pagar por ella, que nuestros hijos sean educados? Algunos me dirán que la sociedad valora que sus hijos reciban buena educación y una muestra de eso es que aún familias a las que no les sobra nada hacen un esfuerzo terrible por mandar a sus hijos a colegios privados. Tengo para mí que esas familias no pagan para que sus hijos tengan mejor educación sino que pagan para asegurarse que esas instituciones estén siempre abiertas y que la organización familiar no dependa de los caprichos de Baradel.
Se podrán decir muchas cosas, que ya están dichas, sobre el Colegio Nacional Buenos Aires pero nadie puede dudar de que el nivel de la educación que se imparte allí es superior al promedio de los colegios secundarios y es gratuito. Sin embargo la relación entre el número de inscriptos versus el número de vacantes para entrar a primer año es 2 a 1. Hace treinta años esta relación era de 6 o 7 a 1.
Algo más de 900 inscriptos hubo este año para entrar en el 2024 a primer año del CNBA. Suponiendo números similares para el Pellegrini, significa que menos de 2.000 familias en la Ciudad de Buenos Aires (y parte del Conurbano) han estado dispuestas a hacer el esfuerzo de rendir el examen de ingreso para recibir una educación de calidad de forma gratuita.
Muchos de los lectores de este newsletter me van a decir que ellos no mandaron a sus hijos al CNBA y al Pellegrini por muchos motivos, muy válidos, que no tienen que ver con la falta de interés por hacer el esfuerzo para ingresar a estos colegios universitarios. Y les creo. Pero no estoy hablando de ustedes, que son de los pocos que leen este newsletter y que seguramente los mandan a buenas instituciones escolares. Me estoy refiriendo a miles de familias que no están tan politizadas como para mandar o dejar de mandar a sus hijos a estos colegios por motivos ideológicos.
Primera necesidad
Hace unos meses en Duro de domar trataron el tema del aumento de la canasta escolar. Dentro de los panelistas estaba un tal Pitu Salvatierra, que siempre es la voz autorizada cuando sucede alguna noticia en los barrios populares y villas del sur de la Ciudad de Buenos Aires.
Es cierto que cuando nos enorgullecíamos de la escuela pública los alumnos aprendían todo lo que prescribía el artículo 6º de la Ley 1420 con sólo llevar un cuaderno, un lápiz-goma y un libro de lectura, pero ahora que salen de 7mo grado sin saber absolutamente nada van con mochilas llenas de libros y materiales de papelería, con lo cual se encarece inútilmente el costo de aprender.
El Pitu Salvatierra dijo que encima, como en la Ciudad de Buenos Aires a muchos chicos de la zona sur los llevan en colectivos pagados por el GCBA a escuelas que tienen vacantes de la zona norte, sufren si no llevan zapatillas de la marca de “la pipita”. Es alarmante que chicos que deberían estar preocupados por quién juega mejor al fútbol o por si la compañerita le contesta la mirada se sientan menos por no llevar zapatillas Nike. Porque deberían aprender que siempre va haber otros que tienen más que ellos y por lo tanto, tengan lo que tengan, van a sufrir igual toda la vida y van a terminar siendo resentidos.
Me acordé de Mayra Arena, que en charlas TED explicaba qué era ser pobre. Una de las cosas que resaltaba era que ser pobre era tener que ir con cartuchera de superhéroe masculino y no de Frozen. Que toda la bronca y el resentimiento que representan el Pitu y Mayra sea por no tener esas cosas absolutamente superfluas es también lo que los va a condenar a ser eternamente pobres (no a Mayra y al Pitu, que ya han salido de la pobreza hablando de la pobreza). Porque si cuando agarran un mango en lugar de invertirlo en una casita o en unas herramientas para su oficio a fin de quedarse con la plusvalía de ese pequeño capital terminan gastándola en zapatillas de marca o en cartucheras de Marvel para “no ser menos” jamás podrán capitalizarse.
Mi madre, que fue al colegio con los zapatos que había utilizado su hermana mayor y que luego había utilizado su hermana del medio pese a no ser para nada pobre, recordaba que el que era humilde de verdad era el hijo de la modista de la otra cuadra. El que después fue el Dr. René Favaloro, el que gracias a su invención del by pass cardíaco salvó miles de vida, ¿llevaría zapatillas de la pipa o cartucheras con el Hombre Araña?
Esta situación en la cual para ser hay que tener no es privativa de los pobres. Clases medias y altas están atravesadas por similar consumismo y mientras derrochan ingentes cantidades de dinero en fiestas de quince para las nenas y en viajes para los varones también se quejan del valor de la canasta escolar.
Es cierto que aumentaron las cosas de primera necesidad; también han aumentado las cosas que han pasado a ser de primera necesidad.
Nos vemos en quince días.
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