Las últimas jornadas electorales dejaron en evidencia que el fenómeno Milei fue identificado, alentado, financiado y orientado por operadores afines al peronismo. No es difícil inferir que el objetivo de mínima era erosionar parte del voto inclinado a la coalición Juntos por el Cambio, así como que el objetivo de máxima era forzar su ruptura. El experimento debía tener la prudencia de no erosionar, al mismo tiempo, al voto peronista. Así considerado, fue un éxito.
Con algunas pruebas y pocas dudas, no es descabellado atribuirle a Sergio Massa el honor de haber concebido y alentado el experimento. Recordemos quién es y de dónde viene el actual ministro de Economía y candidato a presidente. Comenzó su camino en la Ucedé, de ahí sus vínculos con todo tipo de liberales y ex liberales. También desde entonces tejió vínculos y cultivó amistades en muchos espacios hasta volverse un experto en tráfico de influencias. Mostró también desde el principio saber leer el clima político, y así siempre apostó a ganador (ya veremos con quién comparte este atributo). Su oportuna conversión a la fe peronista coincidió con la fagocitación de la Ucedé por parte de Carlos Saúl Menem.
Tras su destructivo paso por la ANSES, donde en 2002 fue nombrado director ejecutivo por Eduardo Duhalde, recomendado por su suegro Patricio Galmarini, Massa fue elegido intendente de Tigre en 2007. Su estrella se vio ratificada cuando en 2008-2009 la señora Fernández de Kirchner lo nombró jefe de Gabinete, tras la renuncia de Alberto Fernández durante el conflicto rural que hizo tambalear al primer gobierno CFK. El premio a Massa tal vez respondía a su eficaz tarea de fundición y estafa a jubilados, pensionados y contribuyentes que perpetró desde la ANSES en el quinquenio opulento solventado por la maquinaria de saqueo y repartición que llamamos kirchnerismo. En efecto, la ANSES funcionó aquellos años (y los que vendrían) como caja chica para comprar voluntades y disimular el creciente (y deliberado) déficit fiscal.
Tras años de desavenencias, quizá por el choque de ambiciones, Massa transicionó hacia una nueva conversión política.
Tras años de desavenencias, quizá por el choque de ambiciones, Massa transicionó hacia una nueva conversión política, avizorando que el futuro no sería generoso con el jacobinismo camporista. Así, creó el Frente Renovador con la expectativa de recoger las piezas de la implosión kirchnerista, servirse de la maquinaria peronista y acceder a la presidencia en 2015. La creación de Cambiemos alteró el mapa político y dejó a Massa tercero con poco más del 20%. Consciente del estigma que persigue a un peronista derrotado en las urnas, apoyó implícitamente a Mauricio Macri para el ballotage declarando públicamente que el país necesitaba “un cambio”, tal vez incluso preparándose para una nueva conversión oportuna.
Tras el imposible acuerdo con Macri, por la incompatibilidad de sus ambiciones apostadoras, vanidades y demás etcéteras, la imposibilidad de ser parte de la toma de decisiones y el fracaso de su campaña a diputado en 2017, llegó a 2019 acorralado por su propia estrategia de tercer polo. Tras el anuncio de la fórmula Fernández-Fernández y la fuga de toda su estructura, negoció su incorporación al peronismo unido menos como una decisión inevitable que como una decisión patriótica. No tenía, en efecto, alternativa.
Massa bajo
Una vez evidenciadas tanto la catástrofe anunciada que significó el gobierno Fernández-Fernández (que arrastró al peronismo unido a la peor elección de su historia) como la inmensa fuerza electoral de Cambiemos-JxC (que sumó en 2017, 2019 y 2021 en torno del 40% de los votos), cualquier operador peronista medianamente lúcido podía advertir que la única manera de abrirse camino era dividiendo a la oposición. Este camino se abrió al identificar que buena parte del electorado joven tendía a inclinarse menos por el peronismo (y menos aún por el kirchnerismo) y que más bien se centraba en demandas concretas (tal vez escasamente enfatizadas por JxC): baja de impuestos y apertura de importaciones. En general, votantes jóvenes con trabajos precarizados o no sindicalizados, estudiantes con bajas expectativas de inserción profesional y sectores con altas necesidades de hardware y software importados, además de trabajadores de IT con salarios en dólares frustrados por las restricciones cambiarias. La estrategia implicaba invertir e intervenir en estrategias originales de focalización, porque este sector del electorado suele consumir contenido político a través de redes sociales o en plataformas digitales, por fuera de los medios tradicionales de comunicación, y compartir códigos culturales en torno de músicos, generadores de contenidos e influencers, los cuales tienen alta capacidad de orientar decisiones electorales.
Ha sido notorio en estos últimos años el crecimiento de la presencia de Milei en estos medios, algo impenetrables para las estructuras tradicionales. El PRO, que supo en sus comienzos construirse a partir de un trabajo de segmentación de mercado electoral muy eficaz, tampoco supo o pudo entrar en estos círculos. Una de las razones, además de las generacionales, puede deberse al fenómeno del “votante rabioso” que viene definiendo elecciones a lo largo de Occidente (casos más notorios Estados Unidos, Brasil, Italia, El Salvador, España, Perú o Chile). Tal vez esto explique también el atractivo de esta nueva fuerza política en barrios carenciados con similares pautas de consumo.
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La figura histriónica de Milei tomó centralidad en estos círculos, al punto de pasar a la organización de redes por fuera del mundo virtual. Fueron cada vez más frecuentes las reuniones y los actos políticos organizados en principio de manera autónoma pero cada vez con mayor financiamiento y visibilidad mediática, alimentadas por un discurso extremo, en rechazo a las formas tradicionales de la política, con el prudente cuidado en no esmerarse en la crítica hacia los vicios del peronismo. Al mismo tiempo, la presencia permanente de Milei en los medios de comunicación (luego editados y subidos a las redes y plataformas) sugería un interés creciente por posicionar su figura de parte de la corporación periodística y del mercado de influencias. Es posible que esto contribuyera a que un sector del electorado votante natural de JxC (tal vez por inercia opositora) fuera volcándose a este otro tipo de opción, que permitía expresar con mayor claridad el nivel de frustración.
Una vez instalada la figura de Milei, identificamos cómo se vio rodeada no sólo por jóvenes con escasa o nula experiencia política y por algunos dirigentes liberales sino también por representantes periféricos y marginales del panperonismo. Esta fuerza política en gestación consiguió rápidamente medios de financiamiento y difusión inusuales para una construcción que se reivindicaba autónoma e independiente. No es casual que este nuevo espacio autodenominado libertario mostrara desde el principio un profundo desprecio hacia la UCR, al punto de definirla como “escoria”, identificando específicamente a Alfonsín como el peor presidente de la historia argentina. A la hora de atacar a la “casta”, concepto instalado exitosamente entre sus partidarios, Milei utilizó el máximo de sus energías en atacar a JxC y raramente al peronismo. Al mismo tiempo, hubo expresiones mutuas de simpatía personal con Macri y Patricia Bullrich, expresando así explícitamente la voluntad de romper la unidad de la coalición opositora, a pesar de que Milei había sido un furibundo opositor al gobierno de Cambiemos, llegando al punto de participar en 2017 en una marcha convocada por el sindicato de Camioneros.
De mantenerse constantes las variantes, parecía difícil que JxC no volviera al poder en 2023.
Una vez elegido diputado en 2021, su escasa e ineficaz actividad legislativa coincidió con un vínculo cálido y aceitado con Massa, presidente de la cámara baja hasta su designación como ministro de Economía en julio de 2022. Viendo los resultados electorales de 2021, se percibe que JxC conservó un caudal similar al de 2017 y 2019, en torno del 40%, mientras que el peronismo pasó del 48% de 2019 a un 34%, un número apenas sostenido en estas últimas elecciones. El flamante partido de Milei (porque es una estructura esencialmente formada en torno de su figura) sacó en 2021 unos 5,5 puntos porcentuales a nivel nacional, convirtiéndolo en una fuerza menor pero con sobredimensionada presencia mediática. El experimento, de haber sido puesto en práctica, no parecía haber funcionado. De mantenerse constantes las variantes (una de ellas siendo la irreversible mediocridad de la gestión Fernández-Fernández), parecía difícil que JxC no volviera al poder en 2023.
Piedras en el camino
Camino a las elecciones de este año, Milei y su hermana, evidentemente asesorados, optaron por un cambio de estrategia y contrataron como armador a nivel federal a Carlos Kikuchi, de fluidos contactos con el peronismo, quien armó listas de candidatos a lo largo del país vendiendo (literalmente) candidaturas al mejor postor, lo cual produjo que estas listas fueran ocupadas por dirigentes de escaso conocimiento público y, en varios casos, más escasa aún reputación. Al mirar los nombres, uno se encuentra que muchos de ellos no sólo son peronistas sino también cercanos (en el caso de PBA, sobre todo) al propio Massa. Los resultados en las elecciones locales fueron de magros a nulos o escandalosos. El experimento parecía estar fracasando, máxime porque JxC obtuvo triunfos rotundos en las elecciones provinciales.
Sin embargo, las PASO 2023 culminaron con un inesperado primer lugar para Milei y su pequeño partido, apenas capaz de poner un fiscal general cada cinco escuelas en el distrito donde mayor conocimiento y apoyo electoral tuvo desde sus comienzos, la Ciudad de Buenos Aires. Muchos observadores se hicieron preguntas legítimas sobre los números que sumó en provincias donde la figura de Milei mostraba alto grado de desconocimiento y donde había cosechado pésimos números en los comicios locales. Sería necio negar que el mensaje de Milei supo calar en electores que los encuestadores no supieron ver con anticipación, lo cual explicaba el caudal de votos obtenido por esta fuerza nueva. También sería necio negar que la maquinaria electoral peronista a nivel nacional garantizó que la boleta de La Libertad Avanza estuviera en cada mesa, cada escuela y cada localidad, y que esa boleta llegara a las respectivas urnas y fuera contada debidamente aún sin fiscales de aquel partido presentes. Un ejemplo cívico del que debemos enorgullecernos, tal vez.
Es probable, entonces, que la rápida decisión de Macri y Bullrich de apoyar a Milei respondiera a anticiparse a potenciales apoyos a Massa por parte de sectores de JxC.
Una vez echadas las cartas, con la sensación de que la maquinaria peronista había ido demasiado lejos con el experimento, con el ministro Massa dispuesto a empapelar el país con moneda sin valor con tal de evitar el tercer lugar que habría, ahora sí, dictaminado su suerte y su estigma, Milei sintió en carne propia la verdad del teorema de Baglini, según el cual la radicalización del discurso de un dirigente político evoluciona de manera inversamente proporcional a su cercanía al poder. La carrera electoral ponía al experimento y a su brujo en la incómoda posición de tener que disputar. Salió en auxilio de ambos el dirigente sindical gastronómico Luis Barrionuevo (viejo conocido de Massa), quien se declaró súbitamente partidario de LLA y prometió proveerle apoyo y fiscalización, es decir, supervisión. Advertidos de la necesidad de moderar el experimento, las elecciones generales mostraron un contraste muy alto entre los resultados locales y generales en provincias donde LLA tiene escasa o nula presencia de fiscales y estructura.
El resultado inesperado de las elecciones generales, en definitiva, dejó al electorado de JxC (y especialmente al radicalismo) en la disyuntiva de verse empujado a tres opciones igualmente ajenas a sus objetivos: una neutralidad que allane el camino a la reelección peronista y alimente el peligro de hegemonía; sumarse al canto de sirenas, al abrazo de oso, de la “unidad nacional” convocada por Massa y diluirse como fuerza política; apoyar a una fuerza de oposición alentada y financiada por el propio oficialismo, que logró el objetivo de fracturar a la única fuerza política capaz de disputar la pretendida hegemonía. Es probable, entonces, que la rápida decisión de Macri y Bullrich de apoyar a Milei respondiera no sólo a contactos o acuerdos previos con Milei, sino también a anticiparse a potenciales apoyos a Massa por parte de sectores de JxC, en algunos casos por vínculos personales, profesionales, electorales o de otras índoles a las que no sería prudente aludir.
En definitiva, Macri y Bullrich juegan su última carta al intentar servirse de la incapacidad operativa y logística de un potencial gobierno de Milei para proveerlo de cuadros técnicos, administrativos y dirigenciales que le permitan llevar adelante una gestión y, al mismo tiempo, neutralicen las tendencias más extremas para, de esta manera, usar al propio invento (Milei) en contra de su inventor (peronismo). Si esto último sucede, para ponerlo en pocas palabras, el apostador Macri tomaría venganza del brujo Massa (a quien apodó oportunamente como “ventajita”) haciendo uso del propio experimento con el que este último quiso acabar con la carrera política del primero.
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