En La Agenda salió una nota de Natalia Moret, madre un chico de colegio, integrante de un mami-chat, que estaba harta de que cuando alguna madre preguntaba si alguien se había llevado por error la campera de su hijo, en el mami-chat un sinfín de madres empezara: “Gonzalo, no”, “Bauti, no”, “Fulano, no”, “Mengano, no”.
Me pregunté cuál sería la necesidad de aclarar que sus hijos no tenían el buzo del compañero. Se supone que la única que debería responder, en caso de que alguno lo tuviera, es la madre del que lo tiene. Pero parecería que el que calla otorga y que, por lo tanto, el no explicitar que su hijo no lo tiene lo haría pasible de sospecha.
Me vino a la memoria el listado de repudios al atentado a Cristina Fernández, como si el no repudio significara que se estaba de acuerdo con que mataran a la vicepresidente de la nación. También me acordé de cómo insistían con que Patricia Bullrich repudiara el atentado. Es más, a esa falta de repudio la sigue tomando el kirchnerismo como semiplena (o plena) prueba de que ella está detrás del atentado.
También me hizo recordar a la necesidad que tienen muchos políticos y periodistas de aclarar cada vez que hablan de la última dictadura que la dictadura es mucho peor que la democracia.
Parecería que aún hoy, pasados 40 años, todos tenemos la obligación de seguir haciendo profesión de fe democrática, como si el no hacerlo implicara una adhesión a un régimen autoritario.
Tarantini vibes
Hace más de 45 años que me pregunto a quién, contra quién y por qué puteó Alberto Tarantini cuando hizo el segundo gol de los seis que le hicimos a Perú en el Mundial ´78. Si todo el estadio, que estaba colmado de bote a bote por hinchas argentinos, no paraba de alentar con la ilusión de golear al Seleccionado peruano para alcanzar la tan ansiada final. ¿Por qué puteaba si había hecho un gol al final del primer tiempo y todavía quedaban 45 minutos para hacer otros dos y así clasificar para la final? Porque uno podría entender la puteada si todo el estadio estuviera a favor de Perú o si Perú nos hubiera hecho un gol. Parecería que siempre tenemos que tener un espíritu de revancha aunque no haya nada para resarcir. Maradona sabía explotar ese sentimiento tan argentino. Todo gol era reivindicatorio para él. No gambeteaba jugadores, gambeteaba a la pobreza, a la riqueza, al Vaticano y al imperio yanqui.
Malena Galmarini llora con bronca cuando pronuncia un discurso en la inauguración de una obra hidráulica. Todo su discurso también es reivindicatorio de ella como si fuera un castigo divino ser presidente de AySA. Uno la escucha y pareciera que está hablando una chica a la que la vida no le ha dado oportunidades, aunque es la hija de dos dirigentes connotados del peronismo del conurbanorth y está casada con el mandamás del actual Poder Ejecutivo Nacional.
Cristina le dijo a una madre que había perdido a su hijo en la tragedia de Once que ella no sabía lo que era el dolor o, para decirlo de otra manera, nadie se podía arrogar el derecho de sufrir más que ella. Ella era la doliente. La más doliente. Ella es la víctima, la perjudicada, la que más sufre.
Milei, pese a ser por lejos el político a la que la TV le ha dado más minutos de aire, dice que los medios están en su contra. Y lo que es peor, que La Nación+ está en su contra, cuando ha sido el house organ de La Libertad Avanza. Ha subido una especie de estampita, mezcla de capilla sixtina con animé, donde él está solo contra todas las fuerzas políticas, mediáticas, culturales. El solo haciéndoles frente.
La primera entrevista que dio luego del batacazo de las PASO fue a Alejandro Fantino. Fue allí, no en agradecimiento y punto, sino como un hecho reivindicatorio hacia el que había apostado por él cuando no era nadie, entonces ahora que había salido primero volvía a sus orígenes, sin olvidar sus comienzos de marginado. Flaco, ¡sacaste el 30% de los votos! Disfrutalos y anda a lo de Fantino, a lo de Luis Majul, a lo de Diego Sehinkman y a lo del Gato Sylvestre también. ¿Qué te calienta? ¡Saliste primero! Pero no, como Tarantini, hay que seguir puteando aun cuando te salen, por suerte o por habilidad, las cosas bien.
Malvinas de la democracia
Hace rato que vengo insistiendo en Twitter, más precisamente desde febrero del 2021, que este Gobierno iba a ser el “Malvinas del peronismo”, porque podía llegar a ser tan desastroso que la gente no los votara nunca más. No digo que no votara otras formas de populismo o de demagogia lisa y llana. Digo que la marca peronismo iba seguir el mismo camino que el sello PJ, es decir, que su valor tendería a 0. Es más, sería un quemo.
Podríamos decir que hasta el 2015 no había habido nada enfrente del peronismo desde 1999. Los challenger iban cambiando: en el 2003, Ricardo López Murphy; en el 2007, Lilita Carrió; y en el 2011, Hermes Binner. Pero el cetro siempre lo conservaba el peronismo. Es más, cada figurita nueva que aparecía en la política se reconocía como peronista, aunque no del partido peronista. Y en 2013, la oposición al peronismo oficial surgió de una disidencia, que era Sergio Massa. Y Massa, por el peronismo blue le ganó a Martín Insaurralde por el peronismo oficial.
Los militares se alternaron con gobiernos civiles desde 1930. Cada gobierno democrático era tumbado por un golpe de militar. Se podrá decir que Juan Domingo Perón terminó el primer gobierno, pero su ciclo, que debió haber terminado en 1958, se terminó con la Revolución Libertadora de 1955. Lo mismo le pasó a Arturo Frondizi, a Arturo Illa y a Isabelita Perón.
El golpe del ’76 fue distinto a todos los demás porque la situación política era totalmente distinta a la de los derrocamientos de gobiernos democráticos anteriores. Antes al menos había una fracción de la sociedad civil (los peronistas en el ’55, los radicales intransigentes en el ’58 y los del pueblo en el ’63) que estaba en contra del golpe militar. En cambio en 1976 ni los peronistas querían seguir con Isabelita al frente de la presidencia de la nación cuando el terrorismo asolaba a la sociedad con su violencia.
Esto generó que la última dictadura fuera la que contara con más apoyo civil, pero creo no equivocarme si digo que fue el gobierno militar que menos participación civil tuvo. Casi que del primero al último funcionario estaba ocupado por oficiales de las fuerzas armadas.
Tal vez no haya sido un totalitarismo propiamente dicho, pero estuvo cerca. O al menos más cerca que los otros. Y tuvo desde el comienzo la intención de perpetuarse en el poder. Y cuando el fracaso económico se consumó, y Lorenzo Sigaut tuvo que devaluar, lo único que les quedó fue cometer la locura de la Guerra de Malvinas para seguir en el poder. Pato o gallareta.
Salió gallareta y la gente que estaba fundida económicamente y humillada por la derrota en la guerra no quiso saber más nada con los militares. Las causas de derechos humanos fueron la excusa judiciable por las cuales la sociedad pudo penalizar a los integrantes de las Juntas Militares, pero la real bronca venía por las otras dos razones mencionadas. De hecho, ni en Brasil ni en Uruguay, que también estaban en crisis económicas pero no habían entrado en guerra a los militares se los juzgó, y se fueron como se iban los militares después de un proceso militar. Y en Chile, donde el gobierno además fue exitoso económicamente recién se lo pudieron sacar de encima en el año 1990 después de un plebiscito en el que sacó el 42% y tuvieron que aceptar que fuera Senador Vitalicio.
Con esto no le quito importancia a Raúl Alfonsín ni a su convicción de llevar a cabo elo Juicio a las Juntas. Simplemente digo que hasta los militares se sentían que eran merecedores de un castigo por el mal gobierno y sobre todo por su cobardía en Malvinas, donde teniendo un montón de suboficiales y oficiales en el continente mandaron, principalmente, soldados conscriptos a las islas con una improvisación pasmosa.
Lo que Alfonsín supo ver bien era que iba a ganar las elecciones el más opuesto a los militares. El peronismo que intentaba una salida negociada fue castigado en las urnas. Y la sociedad compró el motto alfonsinista de que para comer, educarse y curarse sólo era necesario que haya democracia.
A diferencia de Brasil y Uruguay, donde los militares no habían sido tan desastrosos, la política se pudo dar el gusto durante estos 40 años de democracia de hacer cualquier cosa porque si venían los militares podían ser peor aún. En cambio, en Chile, la política se tuvo que cuidar mucho y hacer las cosas más o menos bien, porque se sabía que la vuelta a un gobierno militar contaría con mucho apoyo.
Malvinas fue la consumación de toda la decadencia argentina. No sólo porque los militares actuaron con total irresponsabilidad, sino también porque fueron corruptos y aprovecharon la anestesia social que esa gesta producía para hacer las mayores tropelías y bajezas que uno se puede imaginar.
En el 2019 el peronismo ganó las elecciones pero ya no tenía nafta. Ya era viejo. Demodé. Y puso, por imposición de CFK, al más inútil de los posibles. La pandemia fue la Guerra de Malvinas del peronismo, porque a su consabida incapacidad para poner la economía en orden y hacer los ajustes necesarios para equilibrar la macroeconomía se sumó que quedó a las claras que también, como los militares en Malvinas, aprovechaba esa tragedia para abusar del poder y cometer todo tipo de arbitrariedades. Desde Purita a Verbitsky para acomodar gente y hacer uso arbitrario del poder que te da el tener esa llave a la vida que era la vacuna.
Los negocios que armaron con las vacunas: pudiendo tener Pfizer al mismo tiempo que Estados Unidos, con tal protegerle el negocio a Hugo Sigman impidieron su aplicación. El kirchnerismo, cuando se dio cuenta de que Sigman había montado un negocio en el que ellos no tenían participación, montaron otro con la Sputnik y Richmond. Alberto, en un tema tan sensible como la relación que había que mantener con Rusia para conseguir vacunas, puso a una dilecta que decían que manejaba siete idiomas y se demostró que no sabía escribir una carta simple en inglés. Víctor Hugo Morales relataba el despegue de un avión de Aerolíneas como si fuera la partida de Magallanes desde Sevilla para dar la vuelta al mundo. Las azafatas que lloraban. Los vacunatorios montados por La Cámpora en la provincia de Buenos Aires para que cada vecino supiera que era gracias a ellos y no al intendente que estaban recibiendo las vacunas pese a que la falta de cámaras de frío provocó la pérdida de muchas de ellas. Y la fiesta de Olivos. Alberto como Galtieri tomaba whisky cuando exigían de su pueblo el máximo de sacrificio. Inmoralidad total.
Por todo eso fue que se veía que iban a perder las elecciones de medio término del 2021 y que van a perder éstas próximas. Creo que aún no tenemos noción de lo que es que el peronismo haya salido tercero. Apenas llegó al 27% de los votos.
Así como Alfonsín demostró, cuando sacó el 52% en 1983, que la gente buscaba lo más opuesto a los militares, en estas elecciones PASO se demostró que la gente quería lo más opuesto al peronismo gobernante. No sólo porque quedó tercero sino porque dentro de Juntos por el Cambio ganó la que la gente intuía que era la más rupturista con el régimen vigente. Y además surgió como más votado un candidato que no sólo se opone al peronismo sino al sistema.
Casi como contracara de “con la democracia se come, se educa y se cura” de Alfonsín, Milei parece decir, sin decirlo explícitamente, que “con la democracia es imposible que comamos, nos eduquemos y nos curemos”. Parecería, al menos en agosto, que más que un Malvinas del peronismo este último gobierno terminó siendo un Malvinas de la democracia.
Nos vemos en quince días.
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