Es innegable que hemos logrado que haya verdadera incertidumbre en los resultados de nuestra democracia nacional. Eso está en el núcleo esencial de una forma de gobierno como la que estamos intentando forjar. Cuando la maquinaria institucional, y sobre todo la electoral, es decentemente imparcial y la competencia es real entre los contendientes, la decisión sobre quién se queda con el poder se hace a través de una herramienta cuyo producto final nadie puede manejar del todo: la elección individual, por separado, de muchas personas en el cuarto oscuro.
Hay algo un poco milagroso en el asunto. Un mismo día salimos todos de nuestras casas para ir a las escuelas. En el transcurso de la jornada, dentro de las urnas, se va formando un resultado sin que nadie lo vea. Mientras tanto, toda la dirigencia política está nerviosa porque no puede controlar cuál será la decisión. ¿Está el poder, en ese momento, en la gente? No todo, pero seguro un poder está: el de mostrar el rechazo por un grupo político, por un gobierno, incluso, y elegir a otro; el poder de darle un cachetazo a quienes comandan los asuntos públicos de todo un país y correrlos de su trabajo. No es poco: antes esas cosas se lograban con guerras civiles, revoluciones y derramamiento de sangre.
Aunque no se decidieron los cargos, en la Argentina algo de ese milagro ocurrió en las PASO del 13 de agosto. La decisión descentralizada, y sumada, de los votantes hizo que cosas inesperadas ocurrieran y que éstas tengan consecuencias reales en la política nacional. Entre ellas, pareciera ser que finalmente la fuerza política que más poder manejó en los últimos veinte años, el kirchnerismo, junto a sus principales ideas sobre la sociedad, el futuro del país y la economía, sufrió una derrota resonante. Luego de las primarias, incluso en el caso de que Massa llegara a dar vuelta la historia, ya todo es distinto. Y eso ocurrió por el voto de la gente y de manera pacífica. Es algo que merece ser festejado a 40 años de haber recuperado el proceso democrático para decidir los temas del poder.
El kirchnerismo, junto a sus principales ideas sobre la sociedad, el futuro del país y la economía, sufrió una derrota resonante.
Por supuesto que yo, que recibí los resultados en un búnker tucumano de Juntos por el Cambio, en la noche del 13 de agosto no fui de quienes dieron un cachetazo, sino más bien que estuve entre quienes lo recibieron. Como todos sabemos, el outsider libertario Javer Milei ganó la elección con 30 puntos a nivel nacional, cuando le dábamos 20 como mucho, mientras que nosotros obtuvimos unos amargos 28, cuando aspirarábamos a ser primeros con 35, siendo humildes. En Tucumán, La Libertad Avanza, la fuerza de Milei, le ganó al peronismo provincial, que no perdía desde 1999. Además, acá JxC salió tercero, con los peores resultados para cargos nacionales de la oposición radical/cambiemita desde 2011.
Ni yo ni mis tres amigos que participamos de la campaña del candidato a diputado nacional de Patricia Bullrich sentimos alegría por ganar la interna. Haber llegado a esa meta, que no se presentaba para nada fácil en principio, de repente, no valía casi nada. Con los nuevos resultados todo cambió de sentido. En Tucumán, por ejemplo, por primera vez había ocurrido lo que habíamos buscado hace años, que el peronismo salga derrotado, pero no éramos nosotros los verdugos, sino otros nuevos. Nuestro lugar de amenaza permanente al oficialismo, de repente, quedó desdibujado. A nivel nacional, donde la pelea era supuestamente menos difícil, una pregunta apareció en la cabeza de muchos con rapidez esa noche: ¿qué hacemos nosotros ahora?
Recalculando
Dos días después mis amigos y yo hicimos un zoom para escribir ideas post PASO para que Mariano Campero, nuestro candidato ganador, continuara la campaña después del tsunami y, por primera vez desde que comenzó el proceso, discutimos mucho y nos costó ponernos de acuerdo. ¿Había que criticar a Milei o subirse a su ola de libertarianismo de derecha? ¿Insistir con nuestra identidad cambiemita o buscar otra? ¿Hablarles a los votantes de LLA, a los de Larreta, a los Massa, a todos? El documento que solía llevarnos una hora y media y al final salía conciso, tardó más del doble y ninguno quedó contento. En lo que estábamos de acuerdo era que la realidad de los candidatos que habían quedado en pie en JxC era difícil: ya nosotros no éramos el gran cambio, ahora había uno que, supuestamente, iba a cambiar más y a ése ya lo apoyó más gente que a nosotros.
Una idea que salió ese día fue algo que llamamos “el argumento por el derroche”. Se trataba de esto: para quedarnos con los votos que quieren el cambio hay que convencer de que tenemos una gran oportunidad. El peronismo y sus ideas atrasadas y destructivas perdieron, pasaron a retiro. No podemos desaprovechar esta chance enorme y entregársela a un tipo que no tiene un programa serio, que repite un par de ideas irrealizables levantando la voz y que muestra muy poca compostura para llevar adelante la difícil situación de la Argentina. Sería el derroche de algo importante. Este país no puede permitirse uno más de esos. Nosotros podemos tomar esto y hacer algo de verdad, porque tenemos experiencia y plan real.
Nosotros podemos tomar esto y hacer algo de verdad, porque tenemos experiencia y plan real.
La idea quedó en el documento y así lo envíanos. Nosotros cuatro, como muchos grupos de gente de la política derrotada en el país, nos seguimos juntando la semana siguiente a la elección, para entender algo de lo que había pasado pero, sobre todo, para combatir acompañados la angustia por el cimbronazo recibido. Un día uno de mis amigos hizo una reflexión que partía del documento que habíamos escrito, pero iba más profundo.
Dijo que estábamos frente a la posibilidad de perder nuestra oportunidad histórica de hacer algo importante por el país. Estuvimos en esto de construir una alternativa al kirchnerismo desde hace, por lo menos, diez años. Hicimos esta tarea por muchas razones, pero quizás la central era combatir el intento kirchnerista de copar todo el terreno político, social y cultural del país. Combatir un proyecto que, creemos firmemente, apuntaba a (y estuvo cerca de) subvertir las instituciones democráticas para quedarse con el poder de manera permanente. Estuvimos en la gesta que detuvo eso en 2015 y, muy importantemente, en 2021, cuando, luego de los banderazos y la resistencia a la cuarentena eterna y excesiva, votamos por limitar la capacidad legislativa del gobierno de Alberto Fernández.
De hecho, a ese intento lo paramos. Ahora estábamos listos para hacer algo más, quizás la tarea determinante que nos tocaba hacer por el futuro del país. Muchos estábamos entusiasmados —quizás un poco de más— pero otros, sobre todo los capitanes del barco, estaban serenamente preparados para una época que sería dura. Y, sorpresivamente, decía mi amigo, puede ser que nuestro trabajo ya haya sido realizado y la próxima parte no nos toque a nosotros.
Conflicto existencial
En los últimos años escuché varias veces la idea de que si la razón principal de la existencia de JxC era derrotar el intento hegemónico del kirchnerismo, cuando esto se haya logrado, quizás las partes que componen nuestra fuerza dejaran de tener el pegamento que las unía y podían separarse. La escuché dicha por los mismos miembros de la coalición. El PRO, se decía, por ejemplo, volvería a su lugar más claramente de derecha y el radicalismo se replegaría en las provincias que gobierna y retomaría una posición más socialdemócrata que la que JxC le permite hoy.
La idea sí tiene sentido, pero lo que pasó acá, por supuesto, no fue eso. Incluso esas diferencias y tensiones entre las partes de JxC se sintieron en las PASO de la coalición, pero no parecieron significar el anuncio de un final. Al contrario, mientras augurábamos ser quienes derrotaríamos al peronismo gobernante, la victoria, mucho más que en 2015, parecía ser lo que nos mantendría unidos. Lo que pasó no fue que nos peleamos nosotros, sino que la gente, por alguna razón, nos votó menos. Quizás uno podría decir que el kirchnerismo se derrotó solo con una gestión desastrosa y la gente ya no necesitó de JxC para darle el último golpe. Pero no voy a simular que sé por qué la gente eligió lo que eligió. Yo sólo sé que no sé casi nada de eso.
De todos modos, en esta línea, con los sorprendentes resultados puestos, Patricia Bullrich en centro del espectro político y alguien a su derecha que, al día de hoy, está un poco más cerca de realizar el objetivo de dar vuelta la política argentina, el conflicto existencial que muchos en JxC sentimos tiene un poco de sentido también.
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Pero hay un futuro para los que estuvimos haciendo esto. La política democrática es un terreno en que uno debe estar preparado para, a veces, reacomodarse brusca y acaso radicalmente. Estoy terminando esta nota después de que Bullrich retomó su campaña hacia las generales de octubre presentando a Carlos Melconian como su ministro de economía en un potente acto en Córdoba. La movida surtió el efecto que se pretendía: por estos días JxC se convirtió en el centro del debate político.
La frase de ese acto que más circuló en las redes es una que tiene una enumeración que, en un principio, me sonó un poco forzada, pero que luego me gustó. Melconian dijo que JxC iba a regar el país con ideas concretas para combatir el crítico momento económico y que estas ideas son “capitalistas, occidentales, federales y progresistas”. Como nuestra coalición, pensé primero, la frase quizás abarca mucho y aprieta poco. Pero luego pensé que es cierta, y en este momento de la batalla sólo nos queda ser auténticos. Es cierto que queremos un país así los que estamos en JxC y es cierto también que ese proyecto de Argentina todavía no se intentó con toda la fuerza y seriedad de la que somos capaces. No se intentó porque los argentinos no se decidieron aún a ser ese país de manera clara. Seguimos siendo nosotros los que podemos ofrecerles este camino y decirles que no sólo es posible, sino que este camino es el que los países que progresan y prosperan en el mundo han tomado. Países con economías estables y fuertes, y también con agendad políticas actuales e, incluso, de vanguardia. Sí, países capitalistas y progresistas.
Este camino es el que los países que progresan y prosperan en el mundo han tomado. Sí, países capitalistas y progresistas.
Y es además más cierto que no sabemos si alguno de nuestros contrincantes quiere eso mismo para la Argentina. Los kirchneristas ya destrozaron mucho de lo occidental y capitalista de nuestro país con su versión corrupta y autoritaria del federalismo y el progresismo. De Milei hoy ya es muy difícil opinar. Sabemos que quiere meterse con la ley que legaliza el aborto. Mientras tanto, sus diputados en la cámara votan con los K en contra de derogar la ley de alquileres, y él y sus candidatos revelan que el plan de transformación económica no era tan rápido como nos decían, sino que puede hacerse esperar incluso dos mandatos.
Entonces, si para eso falta, ¿qué hacemos con el momento actual? Sobre esto Milei no dice casi nada. No deberíamos ser acusados de malpensados si, mirando su falta de fuerza política real y su poca seriedad, asumimos que lo que viene es más parches y más ir tirando en el minuto a minuto mientras todo decae. Es decir, más massismo económico.
La pelea por una Argentina normal y decididamente occidental, en el camino del progreso verdadero para los argentinos, es también la pelea que venimos dando. Derrotar al kirchnerismo siempre fue también eso. Esa batalla está ocurriendo hoy y seguirá hasta octubre. Y pase lo que pase entonces, ese ideal necesitará de personas que crean aún en él.
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