La especialidad de Laurita Sagastume era una torta de chocolate que hacía siempre para cada evento familiar. Para que no fuera tan pesada, había empezado a rebajar el chocolate con Nesquik. Para el cumpleaños de su hijo Gabriel, el 10 de abril de 1982, como era habitual, hizo la torta de chocolate. El cumpleañero se quejó de que la había vuelto hacer con mezcla de chocolate y Nesquik y que por lo tanto no era tan rica como la de antes.
Ya finalizando el cumpleaños, cuando Gabriel acompañó hasta la puerta a un amigo que se iba, vio que por debajo de la puerta había llegado la citación del Ejército para que se presentara en 48 horas en el Distrito MIlitar. Unos días después volaría a Comodoro Rivadavia, y desde allí a las Islas Malvinas.
Mientras estaba en las islas, con frío y viento, y sobre todo mucha hambre, recordaba ese manjar que hacía la madre y lo injusto que eran sus críticas sobre si estaba hecha con chocolate puro o con una mezcla con Nesquik. ¡Si tan sólo pudiera comer el bizcochuelo! ¿Qué importancia tenía la cobertura?
En junio de ese año Gabriel volvió al continente. Previo paso de uno días por el Hospital Militar de Campo de Mayo por pie de trinchera, para mediados de julio volvió a estar en su casa abrigado, bien alimentado y con el afecto de su familia, novia y amigos.
Habrá sido para algún otro cumpleaños, por noviembre de 1982, que Laurita hizo de vuelta la torta de chocolate rebajada con Nesquik. Y Gabriel se volvió a quejar porque no la había hecho con chocolate puro.
El ser humano es así. Se acostumbra a lo bueno y apenas está mejor se vuelve pretensioso. Pero lo que no entiendo de los cambiemitas es que todavía estando en guerra, con el enemigo en frente, se enfrasca en debates y pone toda la pasión en si la torta debe ser de chocolate puro o rebajada con Nesquik.
Bikeshedding
C. Northcote Parkinson fue un británico estudioso de la administración pública en particular y de la burocracia en general. En la década del ’50 del siglo pasado, Inglaterra quería conocer esa nueva tecnología que había irrumpido unos años antes en Hiroshima y Nagasaki. Los que hasta hacía pocos años eran la potencia mundial por antonomasia no tenían la menor idea de esta nueva tecnología. Para ponerse al día, decidieron empezar por la energía nuclear, y para eso nombraron una comisión compuesta por lo más granado del Reino Unido. El Almirantazgo, la Royal Society, investigadores en ciencias duras de Oxford y Cambridge, etc.
Esta comisión decidió reunirse para tratar dos temas: la compra de un reactor nuclear a Estados Unidos, que costaba centenares de miles de millones de libras, y la construcción de un bicicletero para que los obreros que iban a hacer la obra civil tuvieran un cobertizo en donde dejar sus bicicletas.
Se trató el tema de la compra del reactor nuclear, que se aprobó a libro cerrado. Cuando se trató el tema del bicicletero, todos empezaron a dar su opinión y tan caliente fue el debate que tuvieron que pasar a un cuarto intermedio para que se siguiera tratando este punto otro día. Es lógico. Ni los almirantes, ni los científicos, ni los investigadores tenían ni la menor idea sobre reactores nucleares, en cambio sobre cómo tenía que ser un bicicletero todos tenían una opinión. A unos les parecía mejor con piso de cemento y a otros de mosaico; a unos que el cobertizo protegiera a las bicicletas y a otros les parecía un gasto superfluo, y así.
En la Argentina el acceso a la vivienda es un drama. Salir por una ruta es un riesgo similar a jugar a la ruleta rusa. Miles de hogares están con problemas de sanidad por falta de agua y cloacas. El empleo formal está estancado en 6 millones de puestos de trabajo hace más de 10 años. Matan gente y policías en Rosario como moscas. Sin embargo, en la conversación pública que se da en Twitter y en los programas periodísticos el gran debate es “grieta o diálogo”.
Lo que le cambia la vida a la gente, y por lo cual van a votar a uno u otro candidato, es, primero, tener más laburo o más ingreso por el mismo laburo; segundo, la calidad con la que se transporta de la casa al trabajo y viceversa; tercero, si puede tener una casa con disponibilidad de los servicios básicos y lo suficientemente grande como para que los chicos prefieran estar adentro y no con los de la esquina. Pero como de estos temas no tenemos ni idea, como la comisión inglesa al frente de la energía nuclear nos devanamos los sesos pensando en cómo debería ser el próximo nombre del Centro Cultural Kirchner, si fueron 30.000 o 8.589 desaparecidos o si sacamos o no las bicisendas.
Ecónomos
Ante la sequía, no paramos de escuchar a economistas que hablan sobre su impacto en las reservas del Banco Central y también del impacto fiscal que tendría una caída en las retenciones. A ninguno lo he escuchado hablar de lo dramático para la economía argentina que significa producir menos.
No tenemos economistas, tenemos ecónomos. Claro que, como todos ustedes sabrán, ambos términos tienen la misma raíz etimológica. Pero un ecónomo es quien administra la riqueza que le viene sin preocuparse por cómo generar más. Es por eso que antes, a las cocineras como Doña Petrona C. de Gandulfo se les decía ecónomas, porque era como una profesionalización de la tarea administrativa que realizaban todas las amas de casa.
Muchas veces se dijo que al frente del Ministerio de Economía había que poner un ama de casa, de esas que sabían estirar los ingresos familiares. Nunca lo creí conveniente, pero lo que más me extraña es que los economistas actuales, muchos aspirantes a ser ministros, sólo tengan ideas sobre cómo administrar los recursos fiscales y a ninguno se le ocurra algo sobre cómo la economía argentina puede generar más riqueza.
Nos vemos en quince días.
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