Alexis de Tocqueville decía: “Se está produciendo una guerra lenta pero implacable contra los detalles”. Este hombre proveniente de la aristocracia normanda veía con malos ojos la pérdida de las buenas costumbres que se estaba produciendo en la Francia de su época. Es más, destacaba cómo abundaban en los Estados Unidos las normas de urbanidad y cortesía. Sarmiento, que lo había leído creo que en una de las veces que estuvo preso, también utilizaba como indicador de desarrollo de las distintas provincias argentinas la cantidad de hombres que vestían frac en sus capitales.
Yo no sé si es por la desconfianza que todos tenemos en todos o por qué otra razón, pero lo cierto es que si entrás a un cajero automático y le preguntás al que lo está usando si tiene plata, te va a mirar con ojos absortos, y tratando de no decir ninguna palabra, huir lo más rápidamente. Nadie habla ya en el minúsculo periplo que implica un viaje en ascensor. Ni aunque sea un “yo me bajo en el tercero” para pedirle al que está cerca de los botones que apriete el 3. Se mete el brazo entre las panzas y espaldas de los pasajeros y con el dedito se aprieta.
En Paraguay y San Martín están haciendo una obra urbanística. Para cruzar por esa esquina hay que hacerlo por unos pasadizos hechos por una vallas en los que puede pasar uno a la vez. Cuando me metí, venía un muchacho en bicicleta en dirección contraria. No me molestó tener que volverme sobre mis pasos, ni que el muchacho no se bajara de la bicicleta para transitar por ese paso estrecho. Lo que me impresionó es que no me pudo decir ni “permiso”, ni “dejame pasar”, ni “gordo de mierda, correte”. Nada de eso me hubiera molestado más que la incapacidad que tenía para verbalizar. Lo único que podía hacer era empujar la bicicleta como un niño de dos años que aún no sabe hablar.
Ya me venía preocupando la abundancia de gente con analfabetismo funcional. Cuando tuve que vacunar a mi madre con la Sputnik, mientras ella esperaba en el auto, yo me fui a hacer los trámites previos. Una chica amorosa que tenía un listado impreso me pidió el número de orden de mi madre para ubicarla. Le dije que no lo tenía, pero que se llamaba Dora Muro y que no demoraría mucho en ubicarla en ese padrón. La chica, muy colaborativa (sin ironía), se resignó y empezó a leer uno por uno los apellidos: Aguirrebeitía, Fernando, no; Roccatagliatta, María de las Mercedes, no; Tomatti Díaz, Juan Carlos, no. Yo no podía entender cómo, de forma gráfica, no descartaba todos los nombres y apellidos largos para tratar de encontrar ese cortito Muro, Dora. Tampoco descartaba rápidamente al ver que el apellido no empezaba con M. ¿Era analfabeta? No, pero tampoco lo hacía con la eficiencia esperada para esa edad.
En las elecciones generales de 2021 vi cosas que nunca había visto desde que fiscalicé por primera vez en 1985. Normalmente, en cada escuela de barrio del conurbano había un fiscal general. que era el puntero. Veterano de mil batallas. Los fiscales de mesa son aspirantes a punteros, pero siempre lúcidos, vivos y rápidos. Esta vez la fiscal de mesa por el Frente de Todos era una docente que me dijo que nunca había militado políticamente, pero que estaba allí porque no quería enemistarse con el oficialismo local porque era el que manejaba la asignación de carga horaria en el Consejo Escolar.
Al momento del cierre de mesas y del escrutinio me di cuenta de que ni ella ni la presidenta de mesa tenían la menor idea de qué hacer, por lo que, siempre pidiendo permiso, me ofrecí a ayudar en la apertura de sobres, ubicación de boletas, etc. Para cuando llegó el momento del recuento, ya me había ganado la confianza del resto y aceptaron de buen modo mi sugerencia de que los votos en blanco salieran por diferencia entre la cantidad de sobres y la suma de los votos para cada categoría de las distintas listas. Se anotó en la planilla grande colgada del pizarrón: 360 sobres y 345 votos positivos. Sin recurridos, ni impugnados, ni ninguna de esas sutilezas de las que les encanta hablar a los instructores de fiscales de los partidos políticos para darle épica a la tediosa labor de estar diez horas al lado de la urna y una más, por lo menos, contando los votos uno por uno.
Me salió decirles que los votos en blanco eran 15. Tanto la presidenta de la mesa como la fiscal del Frente de Todos me miraron como si estuvieran frente al mismísimo Arcángel Gabriel dando la buena nueva. No quiero decir cuánto alabaron mi velocidad de cálculo, porque me sonrojaría.
Insisto que tanto la chica del vacunatorio como la fiscal del Frente de Todos como la presidenta de mesa fueron de lo más cordiales y colaborativas, pero no puedo decir que estuvieran alfabetizadas.
Volviendo al tema de los que directamente ya no saben hablar. Yo creo que tienen la boca y la lengua entumecida por falta de práctica. Salen temprano a la mañana por su calle para luego tomarse un colectivo que los depositará en una estación de tren, que los llevará hasta otro colectivo que los llevará hasta su puesto de trabajo. Unas dos horas y media de ida y otras tantas más de vuelta, en las que no sólo están solos si no que todo aquel que los rodea es un enemigo potencial. Hablar algo, cualquier cosa, podría dar señales de debilidad. Mejor es no hablar, agarrar fuerte el bolso, cartera o mochila, y mantener el gesto adusto en la mirada.
También puede haber contribuido a esta falta de práctica que cada vez más actividades se hacen por internet. Mucha gente compra ropa y otras cosas por Mercado Libre. Con una serie de clicks de mouse se puede elegir el color, el talle y el modelo que les gusta. Antes, para comprar ropa había que ir hasta el local, hablar con el empleado de comercio, decirle qué era lo que uno buscaba. Y, discúlpenme los editores de género, ni les cuento si era una mujer la que iba a comprar ropa y empezaba a decirle a la empleada de la boutique que ella lo que buscaba era algo así, pero no ese rosa sino otro rosa. Y ahí empezaba la caracterización ese rosa tan ansiado por la clienta, mientras la empleada arriesgaba: ¿rosa chicle?, ¿rosa viejo?, ¿algo más coral?
Lo mismo sucede con los trámites bancarios. La amplia mayoría se hacen por homebanking o frente a un cajero automático, que además de expender billetes toma depósitos en efectivo, cheques, etc. Son raras las veces que necesitás ir a una caja o hablar con un empleado bancario. Y así un sinfín de actividades de nuestra vida civil que van desde el delivery, el Uber y hasta trámites en el Estado, en los que sólo se necesita hacer clicks o responderle con números a las opciones que te ofrece Boti.
Con sólo escanear un código QR es suficiente para elegir de un menú de un restaurante, elegir entre Marcos y Julieta en Gran Hermano, cargar el número de WhatsApp para enviar una foto o para validar que vos sos vos. Por lo que me entero, ya nadie llama a una chica para salir a conocerse. Todo son ♥️, ? y si hay un ? está liquidado el tema. La piedra de Rosetta tenía más matices.
Esta ausencia de práctica, por falta de necesidad, atrofia esa capacidad que casi era lo único que nos distinguía del resto de los primates. Uno tiende a pensar que no, que a uno nunca le va a tocar ser testigo presencial de tiempos excepcionales, pero tal vez estemos asistiendo al fin de la palabra oral y escrita.
Nos vemos en quince días.
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