La democracia atraviesa un mal momento a nivel global y América Latina está lejos de ser la excepción. Pocas semanas atrás, el Instituto V-Dem (Variedades de Democracia) de la Universidad de Gotemburgo difundió su reporte anual sobre democracia, apropiadamente titulado “Desafío frente a la autocratización”. Las conclusiones del informe de V-Dem no pueden ser más desoladoras:
- Un 72% de la población mundial vive bajo gobiernos autocráticos.
- El nivel de democracia del que gozaba un ciudadano promedio global descendió en 2022 a niveles de 1986.
- Por primera vez en más de dos décadas hay más autocracias cerradas (una categoría peor a la de los autoritarismos que mantienen una tenue fachada democrática realizando elecciones en las que participan otros partidos aparte del gobernante) que democracias liberales.
- Atributos esenciales de la democracia como la libertad de expresión y la calidad de las elecciones están en franco deterioro en más de 30 países.
- La censura a los medios y la represión gubernamental están en ascenso.
- Durante 2022 sólo 14 países ─que dan cuenta del 2% de la población mundial─ se democratizaron. Hay que ir hasta 1973 para encontrar una cifra tan baja.
Los hallazgos del reporte de V-Dem no son una novedad. Desde hace algunos años existe una discusión acerca de si el mundo atraviesa un retroceso o recesión democrática. Este debate remite al concepto de “olas de democratización” que 30 años atrás acuñó el politólogo Samuel Huntington en su libro La tercera ola de democratización: la democratización a finales del siglo XX. El autor indicaba que el avance de la democracia en el mundo se había producido a través de una sucesión de oleadas, un proceso que había distado de ser lineal.
Aunque vastas áreas del planeta fueron ajenas a la última ola democratizadora, generó un exagerado optimismo entre muchos académicos.
Las primeras dos olas de democratización, ocurridas durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX, y luego de la Segunda Guerra Mundial respectivamente, fueron sucedidas por “contra olas” durante las cuales las autocracias ganaron terreno. Estas contra olas tuvieron lugar primero durante el período de entreguerras y luego en los años ’60 del siglo pasado. Para Huntington, una ola se produce cuando en un período dado de tiempo el número de países que se democratizan supera a la cantidad de países que caen bajo gobiernos autocráticos.
La tercera ola de democratización fue la que mayor alcance tuvo a nivel global. Comenzó en Europa con las transiciones democráticas de Grecia, Portugal y España. Siguió en América Latina, donde entre 1978 y 1991 14 países pasaron de estar gobernados por distintos tipos de regímenes autoritarios a tener gobiernos surgidos de elecciones libres y sin restricciones. A mediados de los años ’80, la ola alcanzó a los países detrás de la cortina de hierro, para culminar, siempre de acuerdo a Huntington, con la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Aunque vastas áreas del planeta fueron ajenas a la última ola democratizadora, generó un exagerado optimismo entre muchos académicos, que vieron en la expansión de la democracia y en el triunfo del capitalismo el fin de la historia o el inicio de un período de paz duradera a nivel internacional. Ese optimismo, algo reminiscente de la primera década posterior al final de la Primera Guerra Mundial, cedió a finales de los años ’90 del siglo XX al calor del estallido de crisis financieras y la aparición de los primeros autoritarismos competitivos.
¿Y por casa como andamos?
Desde hace algunos años distintos autores han venido advirtiendo acerca del estancamiento de la democracia en América Latina. Hasta no hace mucho, quienes veían el vaso medio lleno señalaban que las democracias latinoamericanas no mejoraban su calidad, pero al menos mostraban un alto grado de resiliencia frente a un creciente descontento por parte de la ciudadanía, algo que quien quiera puede observar en las sucesivas ediciones de la encuesta anual de Latinobarómetro.
Esa mirada optimista ha dejado paso a una visión que, sin ser del todo pesimista, reconoce que la situación de la región es preocupante. Un artículo de Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñán publicado este año en el Journal of Democracy (“Why Latin America’s Democracies Are Stuck”) señala que la democracia se encuentra en el peor momentos desde que terminó la última oleada democratizadora. Hoy la región cuenta con tres autocracias puras y duras (Cuba, Nicaragua y Venezuela) y con un autoritarismo competitivo incipiente (El Salvador).
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Pero no se trata sólo de eso: la calidad democrática se ha estancado o erosionado y la mayoría de los estados latinoamericanos cuenta con democracias o semi-democracias mediocres. Estados en los que coexisten lo que Guillermo O’Donnell denominaba “áreas azules” de democracia en las que hay una sólida presencia funcional y territorial del Estado y una aplicación efectiva de la ley, junto a “áreas marrones” de democracia en las que pese a haber elecciones a intervalos regulares sin ningún tipo de restricción, fenómenos como el nepotismo, el reparto de prebendas y el clientelismo son la norma. Se trata de democracias mediocres que fracasan tanto a la hora de proveer bienes públicos básicos a la ciudadanía como de mejorar los estándares de vida de la población. Una situación que alimenta el descontento ciudadano y que es caldo de cultivo para el surgimiento de líderes populistas por izquierda o por derecha.
El malestar ciudadano no es la única razón que explica el estancamiento y la erosión de la democracia. En su análisis de las causas detrás de la tercera ola, Huntington destacaba, entre otras razones, dos factores externos: el cambio en la política exterior de las grandes potencias ─en el caso de América Latina, a partir del gobierno de Jimmy Carter y durante la segunda presidencia de Ronald Reagan─ a favor de la democracia, y el rol de la Iglesia Católica luego del Concilio Vaticano II, fenómeno especialmente relevante en la región en aquel entonces.
El estancamiento democrático ha coincidido con un rol bastante menos proactivo de parte de Estados Unidos en favor de la democracia.
La tesis de Huntington no ha estado libre de críticas, pero vale la pena destacar que la autocratización y el estancamiento democrático tanto en el mundo como en América Latina ha coincidido con un rol bastante menos proactivo de parte de Estados Unidos en favor de la democracia. Especialmente bajo las administraciones de George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump, bajo las cuales la promoción y defensa de la democracia, por motivaciones bastante diversas, dejó de ser una prioridad para Washington.
Si la Iglesia Católica desempeñó un rol en la última ola democratizadora, es llamativo el silencio que sus más altas autoridades han mostrado frente a los regímenes cubano, nicaragüense y venezolano. Hasta la muy reciente escalada con el régimen de Daniel Ortega que derivó en la expulsión del Nuncio Apostólico, la prioridad de Roma parecía estar más centrada en la crítica al liberalismo que en la defensa de la democracia, mostrando una mirada tristemente benevolente hacia los autoritarismos.
Consecuencias de la marea rosa
El desinterés de los Estados Unidos, el ascenso de China ─más interesada en promover la noción de derechos humanos entendidos como derechos económicos, sociales y culturales, antes que como libertades civiles y políticas─ junto a un mayor activismo del régimen de Putin ─particularmente en la región─ y la mirada benigna de Roma hacia el populismo y al autoritarismo son una parte de la historia.
Hay otros fenómenos que explican el estancamiento y retroceso de la democracia. Uno de ellos, que ha sido particularmente dañino en América Latina, es la ruptura del consenso democrático surgido en los años inmediatamente posteriores a las transiciones democráticas. Conscientes de la relevancia del contexto regional en el surgimiento de regímenes autoritarios, los jefes de Estado de la transición democrática impulsaron la adopción de cláusulas democráticas a nivel regional, buscando de esa manera dotar a América Latina de mecanismos de defensa colectiva de la democracia. Diseñados para lidiar con los clásicos golpes militares de antaño, esos mecanismos han demostrado ser inútiles para afrontar los procesos de erosión y muerte lenta de la democracia. El problema no es sólo el diseño de las cláusulas democráticas. Frente a flagrantes violaciones de derechos humanos, salvo honrosas excepciones, la simpatía ideológica ha estado por encima de la defensa de la democracia.
Frente a flagrantes violaciones de derechos humanos, salvo honrosas excepciones, la simpatía ideológica ha estado por encima de la defensa de la democracia.
A nivel doméstico hay otras razones que explican la situación que atraviesa la democracia. Como sostienen Mainwaring y Pérez Liñán, los regímenes democráticos tienen más chances de sobrevivir cuando prima la moderación y cuando los actores políticos y sociales muestran una preferencia normativa por ellos.
A comienzos de este siglo, la sucesión de triunfos de fuerzas de izquierda en la región ─el fenómeno que algunos han denominado como “la ola rosa”─ fue un verdadero progreso democrático para América Latina. En la etapa previa al auge de las dictaduras de los ’70, la izquierda latinoamericana no creía en la democracia y priorizaba la lucha armada, o cuando jugaba dentro de las reglas de la democracia, su triunfo electoral servía de pretexto para un golpe de Estado.
Que la izquierda apostara por las reglas de juego democráticas luego de la ola de transiciones fue en este sentido un progreso, dado que a diferencia de lo que ocurría en el pasado, esto no desencadenó una ola de golpes de Estado. El saldo de la “marea rosa” es, con todo, menos benigno. No sólo por los casos de Venezuela y Nicaragua, sino por la complicidad que mostraron otros gobierno de izquierda en el pasado ─y que aún siguen manifestando─ hacia los autoritarismo regionales de un mismo signo ideológico. Las polémicas declaraciones de la vicepresidente de Colombia Francia Márquez respecto de la naturaleza del régimen cubano ilustran el punto a la perfección.
Asistimos así a un crítico momento para la democracia en el mundo y en América Latina. Por varios motivos está estancada o en retroceso. El descontento ciudadano ha creado una ventana de oportunidad para que los vendedores de espejos de colores seduzcan a ciudadanos razonablemente insatisfechos. Las elecciones presidenciales de este año serán una verdadera prueba de resistencia para nuestra democracia.
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