Hola. Buen martes.
En 2009, mucho más por razones personales que políticas, terminé apiñado a una mesa de La Biela de ex funcionarios menemistas. Me doy cuenta ahora de que para ese entonces, usando una metáfora de uno de los que a veces participaba, ya hacía diez años que ninguno de esos mojaba la medialuna. Igual era interesante escuchar de boca de los propios protagonistas lo rocambolescas que son las decisiones aun en las más altas esferas del poder.
Moisés Ikonicoff era un contertulio bravo, pero se ve que alguna intervención mía le gustó y me regaló un excelente libro que escribió a partir de lo que había observado en los países petroleros, siendo director de un instituto de estudios de la Universidad de París, a partir de la cuadruplicación de los precios del petróleo después de 1974. Este surplus de capital, aunque equivalente a varios planes Marshall, no había provocado el menor desarrollo de las economías de los países de la OPEP.
Este ejemplo le sirvió a Ikonicoff para argumentar que la causa del subdesarrollo argentino no era la falta de capital, tal como lo entendían los liberales (rostownianos) y los desarrollistas (cepalinos), sino que el problema estaba en una mentalidad rentística originada entre 1880 y 1930, cuando el apogeo argentino se obtuvo gracias al sacrificio de extranjeros cuyos ahorros se transformaron en inversiones ferroviarias, portuarias, frigoríficas y de otros rubros. Yo agrego que ni siquiera aportamos el factor trabajo, porque toda la mano de obra fue importada gracias a las políticas de inmigración. La Argentina, como tal, sólo había puesto lo que Dios le había dado: llanura, clima templado y un buen régimen de lluvias en toda una zona que, además, estaba cerquita de los puertos de ultramar.
Hoy la sociedad argentina, como el inútil que confía su futuro a la herencia de una tía estanciera, tiene todas sus esperanzas puestas en la renta de Vaca Muerta. Tampoco para explotarla, sino para vivir de la renta que deje. Esto me hace acordar a una frase genial del ex presidente de Uruguay, Jorge Batlle, que en 2014 lo consultaron por un supuesto descubrimiento de hidrocarburos en las costas uruguayas y respondió: “Ojalá no haya petróleo”.
Vidas perpendiculares
Tuiteé que había visto a Teresa Calandra en Instagram, majestuosa como siempre. Alguien me respondió para decirme que había sido compañera de colegio de Cristina Kirchner. Me imaginé a esa chica, alumna del Misericordia de La Plata, que proyectaba su futuro no digo como Teresa (porque sería demasiado), pero sí casada con un rugbier del cessna-set de La Plata.
Pero la vida la condenó a irse a la Patagonia hostil. Sólo la sed de revancha puede llevar a alguien de una ciudad como La Plata en los ‘70 a Río Gallegos. Allá vivió rodeada de hombres con buzo polar y aliento a whisky de cabaret. Petróleo y puerto. Hizo juicios de desahucio y prestó plata siguiendo la tradición de la familia de su marido. Todas actividades rentables, pero poco prestigiosas. Estuvo casada toda la vida con un hombre cuyo único dirty talk fue a una caja fuerte: “eshtashish”. Un tipo que le pateaba los soldaditos a su propio hijo. Robó, progresó materialmente, pero nunca pudo salir a tomar un café con una vecina de su barrio porteño. No tiene amigas. No tiene familia. Está terminando su vida sola y sin paradero conocido.
A veces pienso que su vida ya fue toda una condena preventiva y que no necesita ni siquiera del 2×1 para que le den por cumplida su deuda con la Justicia.
Redescubrir la pólvora
Yo era muy chiquito. Tendría seis o siete años cuando para Navidad nos regalaron un juego de química. Supongo que por el embole de las vacaciones de verano, una tarde nos dispusimos con mi hermana a hacer pólvora con los elementos que teníamos. No sé si habrá sido el miedo que teníamos a que todo explotara o un error en la fórmula, pero la cosa no explotó, pese a que me hubiera gustado muy mucho que lo hiciera. Tal vez por esto nunca me gustó la frase esa de “ah, inventaste la pólvora”, porque me parece que vivir la propia experiencia de algo, aunque ya esté inventado desde hace mucho tiempo, siempre es iluminadora.
En un momento a Guillermo Laura, el consultor y economista que fue mi jefe muchos años, se le ocurrió que fueran las legislaturas provinciales las que le pidieran al Congreso de la Nación que aprobaran su proyecto de ley para construir la Red Federal de Autopistas. Muchas legislaturas provinciales sacaron su declaración de interés (una declaración de interés no se le niega a nadie), pero nos extrañaba que Neuquén no lo hiciera. En octubre de 2011 lo llamó un político neuquino a Guillermo para que fuera a Neuquén, porque la legislatura podía llegar a aprobarlo. Sacamos pasajes y allí fuimos raudamente.
El primer día tuvimos una reunión con algunos legisladores que querían conocer a fondo el proyecto antes de la reunión oficial. Al siguiente día fuimos directamente a la Legislatura, que tenía unas amenities qataríes, a una reunión con los legisladores de las comisiones correspondientes y la vicegobernadora, que presidía la reunión. Todo salió maravillosamente bien. Hasta los más críticos hicieron observaciones atinadas y prudentes, y la declaración salió por unanimidad. La vicegobernadora y dueña de casa nos invitó a un lunch posterior con los diputados asistentes. Cuando estábamos por comer el primer sanguchito, se nos acercó a decirnos que el gobernador, de apellido Sapag, como es lógico, quería vernos en su quinta.
Llegamos a su Quintita de Olivos y cuando apenas nos vio nos dijo que nos felicitaba por la reunión que habíamos tenido en la Legislatura, porque todo había salido perfectamente bien. Nos pusimos a charlar de otros temas (ahí fue la primera vez que escuché hablar de shale oil, shale gas y Vaca Muerta) hasta que el gobernador, ya más en confianza, nos contó que la muerte de su hermana Luz en un accidente vial, un año antes, lo había afectado mucho. Y que los legisladores provinciales, diputados y senadores nacionales más todos los otros funcionarios de la provincia que tienen que venir a Buenos Aires permanentemente a encontrarse con sus pares nacionales, habían tomado conciencia de la importancia de tener buena infraestructura vial desde que unos meses antes las cenizas del volcán Puyehue habían cerrado todos los aeropuertos y habían tenido que ir y volver en colectivos o en autos.
Es un lugar común decir que para que se arregle la educación los hijos de la élite deberían ir a escuelas públicas. Pero cuando lo ves con tus propios ojos, en ese experimento natural, te genera la misma sensación de haber redescubierto la pólvora.
El acceso y la bajada a la Autopista Illa desde Avenida Libertador, que estuvo años sin construirse pese a ser una obrita menor y que obligaba a toda la gente que venía por el Bajo a ir hasta la Avenida 9 de Julio, se hizo cuando CFK fue operada de la cabeza y, por recomendación médica, no podía ir y venir en helicóptero de Olivos a Casa Rosada, y tuvo que sufrir lo mismo que el resto de los ciudadanos.
Nos vemos en quince días.
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