Noche de cierre de alianzas electorales, paco para los politizados como nosotros, bostezo para la mayoría, que tardará en entender la galleta de alianzas que, al cierre de esta edición, parecía estar inscribiéndose en la Justicia electoral. La Libertad Avanza debuta como partido nacional con frentes de todo tipo: en nueve provincias irá con el PRO (las más rutilantes, en CABA, PBA y Entre Ríos), en media docena con una serie de partidos locales y en otras dos (Mendoza y Chaco), acompañando a los gobernadores radicales locales. El peronismo va unido en dos tercios de las provincias, dividido en las otras. Los radicales, cada uno por su cuenta. Habrá que ver después cómo se lee la suma de todos estos votos (cuáles son tuyos, cuáles son míos), aunque es probable que el Gobierno, dado su talante, saldrá a festejar una goleada casi pase lo que pase.
De todas estas roscas la que más focos acaparó es el acuerdo entre LLA y PRO en CABA, donde el partido amarillo gobierna desde hace casi dos décadas y hasta unos meses venía invicto. Muchos observadores ya le entregaron el certificado de defunción al PRO, como si la estuvieran esperando desde hace tiempo. Y Mauricio Macri y su partido hacen los mejores malabares posibles para explicar una decisión que puede ser más o menos comprensible pero que sin dudas ha sido tomada desde la debilidad. En el mejor de los casos, antes te acompañaban el cambio, ahora acompañás.

“Perdimos todas, perdimos todas”, resumió Guillermo Francos con esa honestidad cruda que a veces se les escapa a los funcionarios. El miércoles el Congreso le propinó al Gobierno otra sacudida de las fuertes: financiamiento universitario, Ley Garrahan, rechazo a los decretos que liquidaban organismos enteros. Una jornada que terminó con Milei convocando de urgencia a su gabinete para ciertos recálculos de urgencia mientras el PJ y los canales de noticias afines gozaban en vivo con el gran drama nacional desde San Cayetano. Been there…
La explicación oficial apuntó a la “desesperación de la oposición” y la “demagogia preelectoral”. El superávit fiscal no se mancha y se lo defiende veto a veto. Pero ya todos sabemos cómo funciona este jueguito. Una carrera de desesperados contra el tiempo: lLa oposición empuja leyes que sabe que son costosas y atentan contra la principal bandera del oficialismo y el ancla de su plan económico (bendito equilibrio fiscal). El Gobierno, por su parte, necesita que lleguen de una buena vez las elecciones para —se supone— ganar más legisladores y no depender tanto de toda esa larga lista de figuras y sectores políticos a quienes insultó y humilló como estrategia de acumulación de poder político.
El kirchnerismo y la izquierda apuestan claramente al caos, pero hay algo más incómodo: varios de los que antes ayudaron al Gobierno —aquellos “héroes” que fueron invitados al asado en Olivos— ahora se están desquitando votando en contra. Veremos si cambia algo con la alianza electoral con el PRO que comentábamos recién, pero de todos modos hasta el propio Milei parece haber reconocido —muy a su manera— que la confrontación permanente tiene costos.
Mientras tanto, aquel “grito federal” que comentamos la semana pasada resulta que ya tiene una identidad y marca electoral: Provincias Unidas. Más allá de las chances electorales o de cuánto pueda a llegar a incidir esta alianza en el Congreso, no deja de ser raro que su nombre coincida con la denominación oficial del país. Pues sí, porque de acuerdo al artículo 35 de la Constitución (el 34 antes de la reforma de 1994), las denominaciones oficiales son indistintamente República Argentina, Confederación Argentina o Provincias Unidas del Río de la Plata. Ah, mirá.

Los fanáticos de los true crime están de parabienes con la tétrica historia de los restos óseos hallados en la vivienda lindera a la que fuera de Gustavo Cerati, en el barrio de Coghlan. Un cold case de manual que cobró temperatura esta semana cuando se reveló que el cadáver pertenecía a Diego Fernández Lima, un adolescente de 16 años desaparecido en 1984.
La secuencia es la siguiente. El jueves 26 de julio de 1984, Diego salió de su casa en Villa Urquiza a las 14:45. Anunció que iba a visitar a un amigo y luego al colegio. Minutos después, mientras pasaba por la esquina de Naón y Monroe, un compañero lo vio desde el colectivo y le gritó: “¿Qué hacés, Gaita?”. Fue lo último que se supo de él.
Sus padres intentaron hacer la denuncia, pero en la comisaría 39 se negaron a tomarla. “Se habrá ido con una mina”, dijeron. Habían transcurrido apenas siete meses y medio desde el retorno democrático, y los únicos desaparecidos que ocupaban la agenda pública eran los de la dictadura.
Juan Benigno, el padre, estaba convencido de que una secta había secuestrado a su hijo. Lo buscó durante más de siete años, registrando nombres y direcciones de amigos en una libretita, hasta que a fines de 1991 un auto lo atropelló y lo mató mientras circulaba en bicicleta por la esquina de Galván y Congreso. A once cuadras de ahí se encuentra la propiedad donde recientemente aparecieron los restos de Diego.
Flash forward a este año. Unos albañiles demolían la residencia donde Gustavo Cerati vivió entre 2001 y 2003, en avenida Congreso 3748. Mientras excavaban el jardín, junto a la medianera, se desprendió un pedazo de tierra y aparecieron restos humanos que habían permanecido enterrados en el terreno de al lado. La noticia llegó a los diarios. ¿Habría sido noticia sin la conexión con Cerati? Probablemente sí, aunque quizás no tan repetida.
Mientras el Equipo Argentino de Antropología Forense analizaba los huesos, un cuñado de Diego —que conocía la historia familiar del hermano de su mujer, aquel que había desaparecido a los 16 años— se preguntó si esos restos podrían ser de él. La zona coincidía, la antigüedad del cuerpo también. La familia contactó a la fiscalía, ofrecieron muestras para análisis de ADN y bingo.
Pero, ¿qué pasó? El cuerpo habla: los análisis revelan que recibió al menos una puñalada y que intentaron descuartizarlo. En el terreno donde apareció el cadáver (que no es donde vivió Cerati, sino el de al lado) vive la misma familia que ocupaba el lugar en julio de 1984, de apellido Graf. Sin dudas deberán explicar por qué Diego fue encontrado enterrado en su jardín. El círculo se cerró aún más cuando un testigo espontáneo que vive en México —que también se enteró del caso por los medios, igual que el cuñado de la víctima— declaró que uno de los Graf, Cristian, era compañero de Diego en la Escuela Nacional de Educación Técnica 36, en Saavedra.

“Yo nunca abusé de ella sin su consentimiento”: al parecer no hace falta esperar a que termine el juicio que Julieta Prandi lleva adelante contra su ex marido, Claudio Contardi, por abuso sexual agravado, para confirmar que la actriz argentina vivió un infierno de esos que aparecen en las series de Netflix. El fallido de Contardi dejó a todos boquiabiertos. ¿Cómo sería abusar de alguien con su consentimiento?
En estos casos en que la persona manipulada empieza a dudar de sus propios sentidos, recuerdos y percepciones, son importantísimos los testigos. Personas que nos ven seguido o cada tanto en distintas circunstancias y cuentan con la distancia suficiente como para percibir lo que quienes están inmersos no pueden nombrar. En este caso el testimonio de Mariano Peluffo —compañero de radio de Prandi en el programa Sarasa (La 100)— es conmovedor: el conductor explica la violencia económica que sufría Julieta desde un punto de vista práctico. El ex marido intentaba voltearla cada vez que tenía que salir al aire. Quería “dinamitar su único ingreso”. Este tipo de abuso psicopático en las relaciones de pareja, como dice Peluffo, “te come autoestima, te degrada, te saca energía, te reduce, te rebaja”. Es muy difícil salir.
Hace dos años Julieta lo definía así una entrevista con María Laura Santillán: “Todas sufren una agresión verbal que te hace dudar de que sos una persona coherente, que sabés lo que querés”. Entre tantas denuncias falsas, la voz de estas mujeres tiene que soportar la sospecha de los terceros. Es quizás lo más doloroso de todo. Las red flags, reflexiona Prandi, se pueden identificar: ropa que prefieren que no uses, amigas que prefieren que no tengas, tiempo en el teléfono que prefieren que sea para absorberte. “Él tenía control absoluto de mi vida, de mis decisiones, de mis cuentas bancarias”: en general, en este tipo de perfil psicopático, llevar las riendas los tranquiliza.
La sociedad pide el castigo del abusador Contardi, que violaba a su mujer, pero ella sabe que la vida es para adelante: “No hay condena que valga los años que me robó”.
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