Hay personas públicas que en vida suelen contar con la aprobación, la simpatía y hasta el cariño del público, pero que no parecen ser especialmente relevantes o influyentes. Sin embargo, cuando mueren, especialmente si se trata de una situación imprevista o accidental, la pérdida provoca reacciones de tristeza y reconocimiento generalizados que parecen decir más acerca de nosotros que del propio fallecido.
Pasó con Sergio Denis, un cantante popular y querido, pero que sufrió un accidente en un escenario más propio de las estrellas venidas a menos, lejos de sus días de gloria de los años ’80 y ’90. Después de varias semanas de internación, su muerte no nos sorprendió, pero nos encontró tristes e impotentes, en lo peor de los encierros forzados por el COVID. Y quizás por eso mismo resultaron tan conmovedoras las despedidas y los homenajes que miles de personas postearon en las redes sociales, cantando y bailando sus canciones en veredas, balcones y terrazas.
Esta semana falleció finalmente Alejandra “Locomotora” Oliveras y las reacciones fueron otra vez emotivas, repletas de afecto y admiración sinceros. Parecía que no la tomábamos tan en serio a Locomotora, que era apenas alguien que nos hacía reír con videítos virales cada tanto. Y no, resultó que ella fue alguien mucho más importante que eso.
En sus obituarios se recordaron sus orígenes humildes, la lucha contra la miseria, la violencia de género a manos de su marido, su notable carrera deportiva, su activismo social y político, sus apariciones mediáticas más recordadas. ¿Una vida ejemplar? Desde luego, por qué no. Quizás haya sido esto o quizás fue cualquier otra cosa, pero evidentemente no sabíamos que la queríamos tanto.

Ayer jueves estuvo cerca, pegó en el palo y salió. ¿Será hoy viernes? ¿Será la semana que viene? ¿O todavía falta? En cualquier caso, todo indica que estamos por entrar otra vez en territorio desconocido: el del TECHO DE LA BANDA.
Hace apenas dos semanas en este mismo newsletter comentamos que el triunfalismo del Toto Caputo y sus muchachos nos ponía un poco incómodos. Que cada vez que algo parecía fallar —las LEFI o el acrónimo que fuere— y el billetín amenazaba con tomar nuevos bríos, no eran pocos los individuos, grupos y medios que salían a festejar abiertamente y con malevolencia, como si realmente quisieran ver estrellado al equipo económico, al Gobierno en general y, por ende, al país. Los motivos pueden ser muchos y de lo más variados. Acaso atendibles en algunos casos, simple despecho o resentimiento en otros. Pero que hay que tener cuidado, porque es muy difícil, casi imposible, convencer a propios y extraños de que esta vez sí va a ser diferente.
Y fue hace una semana cuando dijimos que el cierre de las listas de La Libertad Avanza podía no ser tan relevante en términos de composición de una legislatura, pero demostraba que el verticalismo karinista para resolver una interna enconada en una formación política tan nueva, inestable y parecida a un tren fantasma es una apuesta segura al fracaso ante un eventual empeoramiento de la economía.
Pues bien, desde ayer y sin que nadie se lo viera venir (con el hecho consumado resultas que todos habían visto las señales inequívocas) todas esas ganas de revancha y de hacerle morder al polvo al oficialismo encontraron su expresión electoral en una nueva alianza entre gobernadores en general afines al Gobierno, pero que decidieron ensayar la enésima apuesta por la ancha avenida del medio. Señal de los tiempos, la alianza entre Llaryora, Torres, Pullaro, Vidal y Sadir se parece más a las ligas de gobernadores unitarios o federales del período 1820-1852 que a un frente bien articulado a nivel nacional. Porque entre ellos encontramos sur, centro y norte del país; peronismo, UCR y PRO; soja, turismo, petróleo y minería. Distintos, muy distintos.
¿Qué tienen en común entonces Los Cinco del Patíbulo? En principio, los buenos modales. Más en profundidad, las seguras simpatías de los representantes de la Coalición del Déficit en el tercer sector, llámese Cippec, Fundar o el Rotary Club de Tero Violado. Y por sobre todas las cosas, más allá de cuántos votos terminen cosechando, una promesa segura de apriete legislativo para que el Javo deje de hacerse el loquito y empiece a negociar en los términos que ellos quieren.
Se vienen tiempos interesantes en la Argentina. La pregunta es cuándo dejarán por fin de serlo.

Well played, CONICET. Mucho más que bien, brillantemente jugado. Se rieron del ano de Batman, de los papers que no sirven para nada, del consumo indiscriminado de presupuestos públicos, de las pretensiones woke y de muchísimas cosas más. Entonces ellos decidieron unir ciencia, tecnología, aportes nacionales y extranjeros, streaming, entretenimiento y una causa que no llega tan a lo profundo del ser nacional como las Malvinas, pero que sí llega literalmente al fondo del mar.
Y tan bien la hicieron que no dijeron oficialmente una palabra acerca de explotación de petróleo ni nada que se le parezca, pero desde luego que a buen entendedor, pocas kukardas. Y viene tan torcido últimamente el Gordo Dan que su intervención graciosa y certera del caso fue respondida por el plomo de Pedro Rosemblat con la solemnidad y las sandeces habituales, pero también con un dardo no menos certero: le recordó que el intendente Guillermo Montenegro, otro PRO pasado a LLA que va en las listas como candidato a senador, en 2022 presentó un amparo contra la explotación petrolera offshore.
¿Y entonces? Vaya uno a saber, pero qué semanita a todo trapo la de la Coalición del Déficit. Demostraron reflejos, ingenio y una férrea voluntad para que este país no deje de ser nunca el páramo que es. No somos ingenuos, sabemos lo de los incentivos, la realpolitik y sarasa, pero —como diría Mirtha— así no se puede. Así, no. Bastante nos esforzamos, carajo, mierda.
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