Tercer viernes seguido que hablamos de Cristina en nuestro resumen semanal. Primero , por el anuncio de su candidatura a concejal (o algo así); después, por la ratificación de la condena; y ahora, por el minué de los bailes en el balcón y la marcha semi-multitudinaria que le hizo el peronismo. Nos gustaría mucho no hablar más de Cristina, que su influencia y su figura vayan quedando en el olvido, pero la señora tiene, como dicen los periodistas copiándose unos a otros, “centralidad”. Mueve un meñique y los politizados hablamos de ella. ¿Cuántos centímetros podrá sacar el pie al balcón sin violar la domiciliaria?
Aparentemente muchos, según dijo ayer el juez. Pero sin que eso genere quilombo en el barrio. En esa frontera finita (balcón para respirar el aire invernal vs. balcón para agitar a los feligreses en la calle) intentará moverse CFK en los próximos días.
De lo que no se liberó es de la tobillera. No hay foto, mucho menos video, pero según los diarios Cristina ya durmió anoche con un bracelete de metal y plástico en el tobillo, raspándole las sábanas, fría ante el contacto del otro pie. Herirá menos como molestia que como recordatorio, al que será difícil acostumbrarse, de que está condenada por corrupción. Ella podrá consolarse pensando que es una perseguida política, pero la tobillera, ordenada por la máquina judicial, prevista en infinidad de protocolos y reglamentos, será un testamento cotidiano de que el Estado de derecho la considera culpable.

Estuvo una semana y media de gira por Europa e Israel, muy ocupado entre compromisos realmente importantes, gestos diplomáticos de alta carga simbólica y alguno que otro de esos Premios Chamigo que tanto le gusta recibir. Para peor, cuando Javier Milei despertó ya de vuelta en Argentina después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama relegado de la centralidad en la escena pública por la condena a seis años de prisión a un monstruoso insecto. Perdón, perdón, ex presidenta.
Demasiadas horas, incluso días con el país en una suerte de retroceso a una jornada cualquiera de 2013, como en una cadena nacional en continuado. Que cárcel común, que prisión domiciliaria, si sale al balcón y saluda, si la militancia acompaña o no, si va a usar o no la tobillera fabricada por Montoto . Que no es como decir un fulano, un tipo cualquiera, sino —ironía cruel— aquel viejo montonero reconvertido en gran empresario gracias a Néshtor (entre otros). Un tipo influyente, pesado, que supo pasar al frente a lo grande, muy amigo de sus amigos si de firmar contratos para proveerle cositas variadas al Estado se trata. No hay motosierra que lo roce.
Perdón, nos distrajimos. Ah, sí, decíamos que el Javo venía con una cierta abstinencia de cámaras, y como hoy es viernes feriado y nadie lee (el resto de los días, tampoco), ayer invitó a la Rosada a ese amigo del alma, el Pelado Trebucq. Porque Milei también es muy amigo de sus amigos, las cosas buenas hay que decirlas. Y ahí, en su propio despacho, con la escenografía y estética habitual (sentado en la silla tapizada, tres cuartos perfil derecho, cámara en ángulo antipapada, iluminación tipo partido nocturno en la Bombonera en 1982) se dedicó a hacer su gracia.
No podría decirse que haya defraudado, pero tampoco dejó ninguno de esos títulos que aman los videographistas. Algunos grandes éxitos (mejor gobierno de la historia, aniquilamos a la inflación, la pulverizamos, la envaselinamos toda, tengo un gabinete de colosos), unas cuantas pataditas para su ahora frenemy Mauricio y al menos una frase divertida: que la marcha a favor de Cristina fue como su partido homenaje. Porque ella se equivocó y va a tener que pagar, pero el mausoleo, el mausoleo no se mancha. Ah, y nada de indulto, porque el que las hace, las paga. No como Montoto.
Sobre el otro tema del momento, el ataque de Israel contra Irán, dijo lo que tenía que decir. Que estamos con quien debemos estar y no con el enemigo que nos bombardeó dos veces. Los términos usados pueden parecer poco diplomáticos en boca de una personalidad tan, digamos, voluble. Pero bueno, no es culpa de él si otros líderes occidentales parecen morirse de miedo y los cables de las agencias europeas bien podrían pasar por comunicados de la oficina de prensa del ayatolá.

El miedo a la bomba nuclear es muy años ’60, historietas de Mafalda, películas de Stanley Kubrick, pero al ayatolá Alí Jamenei le pintó jugar al Oppenheimer con turbante y Benjamin Netanyahu dijo “no, mi ciela” y lanzó la operación Am K’lavi, una cita al versículo de Números 23:24 de la Biblia que dice: “Y el pueblo se alzará como una leona y será engrandecido como un león, pues no descansará hasta comer la presa y beber la sangre de los exterminados”. A la pelota.
No sabemos si Bibi se mandó solo o si por lo menos le avisó a Donald. Algunos creen que se mandó con la intención de arrastrarlo al Peluca a la guerra. Se sabe que Trump llegó al gobierno con la promesa de “America first”, de no meter a Estados Unidos en ninguna guerra, y que ir en ayuda de Israel le puede sonar bastante mal a la base trumpista que ve lejano al conflicto y a la que, digámoslo de manera elegante, puede que no les resulten demasiado simpáticos los judíos en general.
En cualquier caso, Trump no se dejó arrastrar tan fácil. Por ahora, todo fueron amenazas (típico de él), mientras Israel está enfrascado en una guerra de esas que le resultará difícil ganar, pese a su superioridad militar. Liquidó científicos, destruyó muchas instalaciones nucleares y a casi toda la cúpula de la Guardia Revolucionaria, pero no puede ni podrá penetrar la instalación nuclear de Fordow, condición necesaria para dar por terminada la amenaza atómica iraní. Para eso necesita la bomba antibúnker GBU-57 de Estados Unidos: una bestia de 13 toneladas y media capaz de penetrar 60 metros de cemento de alta resistencia.
Pero el “bunker buster” (como la llaman cariñosamente) está bien guardada, por ahora. Trump dijo que se va a tomar dos semanas para ver qué onda, cual general Alais. Suponemos que espera un milagro: que Irán se rinda. No va a pasar.
Mientras tanto, Israel va a seguir atacando y atajando lo que pueda, que es bastante pero no es todo. Ayer, por ejemplo, un misil impactó en el Centro Médico Soroka, en Beersheba, uno de los hospitales más grandes del país. No hubo víctimas fatales, pero sí decenas de heridos.
El canciller alemán, Friedrich Merz, dijo: “Este es el trabajo sucio que Israel está haciendo por todos nosotros. También somos víctimas de este régimen. Este régimen clerical ha traído muerte y destrucción al mundo”. Lamentablemente, quizás hoy esta no sea una opinión mayoritaria en la elite mundial.

El caso policial de la enfermera cordobesa que mataba bebés recién nacidos en su ambición por ascender laboralmente (les inyectaba potasio de manera aleatoria para luego descubrir ella misma los síntomas y ser premiada) pone en jaque cualquier prejuicio positivo sobre el género femenino y el instinto materno, tan cuestionado en este siglo. Que una mujer con vocación de servicio pueda manejarse con semejante cálculo y frialdad asesina es —podríamos decir— la excepción que confirma la relga, pero es tan atroz la dimensión de sus crímenes que resulta inasimilable. Casi con unanimidad, Brenda Agüero fue condenada por ocho jurados populares y dos jueces a cadena perpetua.
El hospital neonatal de Córdoba notó una inquietante irregularidad cuando, en 2022, murieron cuatro bebés el mismo día. Ningún médico en toda su carrera había visto jamás dos muertes de esta naturaleza sucederse en tan corto tiempo, mucho menos cuatro. Fue el marido de una médica el primero en acercarse a la policía y denunciar la situación. Hay algunos crímenes que, por impensables, nos sumergen en la inercia. No fue el caso de estos asesinatos a los más indefensos de todos, que son los que acaban de salir de la panza de sus madres. La jueza Patricia Soria se quebró al leer la sentencia. No los traerá de vuelta, pero se hizo justicia y ya no habrá otros.
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