La revolución será televisada, streameada, fotografiada, tuiteada e instagrameada. ¿Acaso hay algo hoy en día —por minúsculo, intrascendente o privado que fuere— que no se vea reflejado en los medios electrónicos y digitales? Claro que, para eso, la revolución debería suceder.
A Cristina la condenaron el martes y desde entonces nos entretenemos y nos divertimos con su despedida. Habrá un poco de ruido, discursos exaltados, manifestaciones públicas de distinto calibre. Ganas de seguir rompiendo un poco más las pelotas , dicho de otro modo, pero todo concluye al fin, todo termina. Por fuera de los poquitos que siguen dependiendo de la señora para mojar algún tipo de medialuna laboral, sólo queda la minoría de los que consideramos que bueno, señora, ya van más de 20 años, quizás sería hora de que nos deje un poquito en paz. Y una amplia mayoría de los que simplemente la miran de lejos y sin mayor interés. Hay cosas más importantes en las que pensar, ocupaciones, asuntos impostergables, diversiones o pasatiempos, no importa cuáles.
Pero sí, este último acto todavía requerirá de móviles en vivo. Cada paso que da la señora, cada salida al balcón es saludada con vítores por sus fieles y con malévolas comparaciones con el cucú de Carlos Paz en las redes de la contra. El Gordo Dan ya anunció su renunciamiento histórico y ahora sólo queda volver a la rossssca.
Que a la tercera sección va Máximo, Florencia o el indio que se bajó del avión. Que los cortes de autopistas y los acampes son para que el Tribunal le confirme la domiciliaria donde ella quiere, porque esta vez la prisión le va a encantar. Que se supone que ni el Gobierno ni los jueces quieren que el bulo se convierta en una nueva versión de Puerta de Hierro o en un patio interno de la Rosada de aquellos días felices. No sería la primera vez que una ex presidenta peronista se encuentra en una situación semejante, después de todo.
“It’s better to burn out than to fade away”, citó Kurt Cobain en su nota suicida los versos de Neil Young. La señora, en cambio, parece preferir apagarse en una sucesión cada vez más triste de explosiones decrecientes. Hasta que llegue el chasqui boom del final.

Veníamos escuchando quejas de periodistas, organismos internacionales y asociaciones de periodismo acerca del deterioro de la libertad de prensa en el Gobierno de Milei porque el presidente y sus seguidores insultan en redes sociales. Es sabido que de llamar fracasados, operadores y ensobrados a los periodistas a ir y agredirlos físicamente hay sólo un pequeño paso.
La ironía es que ese pequeño paso no lo dieron los mileístas sino los kirchneristas, cuándo no. Unos minutos después del improvisado discurso de Cristina luego de conocerse el fallo de la Corte Suprema que confirmaba su condena, una turba de militantes de La Cámpora entró al edificio de Artear, donde funcionan los estudios de Canal 13 y TN, y provocó destrozos en vitrinas, televisores, autos de trabajadores, y dejó pintadas en las paredes.
Siempre hay un grupito de exaltados. Los “inadaptados de siempre”. Pero que La Cámpora no saliera a despegarse del hecho rápidamente debería habernos alertado: quienes entraron al canal no fueron unos lúmpenes (aunque lo cortés no quita lo valiente) sino miembros de La Cámpora de cierta importancia.
Uno de ellos es José Lepere, número dos de Wado de Pedro durante su gestión como ministro del Interior en el gobierno de Alberto Fernández. Otro, Facundo Lococo, fue concejal de Tres de Febrero. Rubén Ezequiel Pavón es consejero en la Universidad de Tres de Febrero. El cuarto identificado es Matías Federici, un funcionario del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, a cargo de Juan Martín Mena.
Un rato antes del malón, Cristina había tirado sus greatest hits en la puerta de la sede del PJ. Entre ellos, el comentario de los títulos de Clarín. Y ante el grito de alguien en la multitud de “Magnetto la concha de tu madre”, contestó: “Amén”. La relación de eso con el ataque de La Cámpora al edificio de Artear fue directa.
Los ataques reales de los libertarios, en cambio, todavía los estamos esperando. Quienes equiparan unos con otros, esta semana se vio mejor que nunca, se ubican en ese limbo inexistente llamado Corea del Centro, lugar otrora reservado para quienes equiparaban al kirchnerismo con Juntos por el Cambio.

Como si al peronismo le estuvieran faltando derrotas, ayer se conoció la inflación de mayo, que dio 1,5%, la cifra más baja en cinco años. Decimos que es una derrota porque el Gobierno está bajando la inflación con el plan más ortodoxo posible, basado en el mantra que volvió a tuitear ayer el presidente Milei: que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario generado por un exceso de oferta de dinero. Esto es algo que a ninguno de los 15 dirigentes peronistas sentados ayer en la mesa nacional del PJ les entra en la cabeza, formateados en “formadores de precios”, “falta de dólares”, “puja distributiva” y otros hechizos.
Al Gobierno todavía le falta para cantar victoria. La economía parece haberse enfriado, el riesgo país sigue terco en los 600 y pico de puntos y el consumo explota en algunos sectores y tropieza en otros. Pero nadie puede quitarle el mérito de haber llegado hasta acá, algo que parecía muy difícil hace un año medio. Y lo hizo además con una convicción y una consistencia conceptual, tomada de los manuales, poco habitual en este país o en cualquier otro. Por eso para Cristina y el resto del PJ el ordenamiento de la economía que está haciendo el Gobierno tiene que terminar mal, porque su éxito sería para ellos no sólo otra derrota política sino una enorme derrota intelectual. Kicillof, por ejemplo, que habla como si fuera el mejor economista del mundo y dice que los déficits no son tan graves, ¿qué dirá si la economía se para sobre piso firme? No va a tener nada para decir.
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