“¡Estalló la interna!”, como les gusta a los periodistas. Axel Kicillof convocó a elecciones anticipadas en la provincia de Buenos Aires y provocó un terremoto político en el peronismo que nadie entiende bien pero del que, según los cronistas, no hay vuelta atrás. El gobernador Axel se rebeló contra Cristina pero no repudiándola políticamente o ideológicamente, sino apenas corriendo una elección.
La mejor manera de entender este conflicto es como un triángulo amoroso entre Cristina, la reina, Máximo, el príncipe insulso, y Axel, el bastardo favorito. A la reina le hubiera gustado no tener que elegir, pero finalmente hizo lo que hacen todas las familias reales, incluida la del peronismo: eligió la sangre.
El reino de estos peronistas, de todas maneras, se va achicando. Ya no es una interna sobre el justicialismo nacional sino apenas sobre el bonaerense, y pronto ni siquiera eso: si se cumple la amenaza de Cristina de competir para la legislatura de La Plata, sus disputas se reducirán a la tercera sección electoral conurbana. El cristinismo: siempre puro, pero con la jaula cada vez más chica.

Estábamos pensando en los temas para esta entrega de Gracias a Dios es viernes y el paro de la CGT apareció como opción obvia, pero transcurrió tan desapercibido que podríamos haberlo ignorado. Contribuyó que la UTA no adhiriera, por lo que hubo colectivos. Esto permitió que muchos empleados que no deseaban sumarse al paro pudieran asistir a sus lugares de trabajo. Distinta fue la situación con trenes y subtes.
Por supuesto, para la CGT el paro fue “un éxito rotundo”. El argumento fue extraño: “El principal emprendimiento de la Argentina, que es Vaca Muerta, estuvo paralizado”, dijo Héctor Daer, miembro del triunvirato que dirige la principal central sindical del país. Saúl Ubaldini, que te desaparecía el PBI de un día con el chasquido de los dedos cual Thanos sindicalista, se revuelca en su tumba.
El vocero presidencial Manuel Adorni, seguramente en su afán de elevar su perfil y darle brillo a su candidatura a legislador porteño, declaró que el paro fue “un ataque a la República” y que los dirigentes de la CGT son “animales salvajes”.
Pero más allá de estos chispazos, no ocurrió nada significativo. No hubo un “che, Milei” de Cristina. Tampoco aprovecharon para criticar otros opositores como Martín Lousteau u Horacio Rodríguez Larreta, demostrando que o bien no les conviene mostrarse solidarios con sindicalistas totalmente desprestigiados o quizás el tema ni siquiera tuvo relevancia.
Así pasó el tercer paro general contra el Gobierno de Milei. Mucho más ruidosas fueron las marchas por la educación o por los jubilados, que de todas maneras se olvidaron al poco tiempo. No es que el Gobierno esté para tirar manteca al techo, pero da toda la sensación de que la única oposición que tiene es la espada de Damocles de la economía.

La noticia es impactante: hay un modelo discursivo-decisional bastante novedoso que empieza a aparecer, uno que compendia lo científico, lo coalicional, y lo social. Y su autor, el chino Jianwei Xun, está dispuesto a superar con él cualquier barrera arancelaria que se le interponga. ¿En qué consiste? Para muestra, basta una cita del que muchos analistas consideran el libro del año, que lleva por título Hipnocracia – Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad: “Por un lado, Trump vacía el lenguaje: sus palabras, repetidas sin cesar, se convierten en significantes vacíos, carentes de significado y, sin embargo, cargados de poder hipnótico. Por otro lado, Musk inunda nuestra imaginación con promesas utópicas que están destinadas a nunca materializarse, arrastrando nuestras mentes a un trance perpetuo de anticipación obsesiva. Juntos modulan los deseos, reescriben las expectativas, colonizan el inconsciente”.
El libro en cuestión ha suscitado fervorosas adhesiones y generado urgentes reflexiones. Sin ir más lejos, como las que nos dejaron en un pase en el canal Net los inefables Jorge Fontevecchia y Marcelo Longobardi, con sus respectivos mentones apoyados en una mano. Periodistas de mundo, sofisticados, muy dados a difundir entre su audiencia libros que, como bien señala el forista Esteban Schmidt, muchas veces “no están en castellano”.
Hay sin embargo un detalle que complica un poco las cosas: el libro Hipnocracia existe, fue publicado y se consigue en Amazon, por ejemplo; pero su autor, el chinito Xun, no. Es un invento. No esssiste, ni haciéndose un mechón. Resultó que fue una jodita armada —entre otros— por quien se presentaba como el traductor al italiano del texto original, un tal Andrea Colamedici. Quien no tuvo más remedio que confesarle a Sabina Minardi, redactora jefa del semanario L’Espresso, que Hipnocracia es en verdad el resultado de diálogos entre el propio Colamedici y diferentes IA como Claude y ChatGPT. Al final, lo novedoso del modelo discursivo era esto.
No queremos ser crueles con Longo y con Tinturelli, que al menos trataron de reconocer que se habían comido un amague. Mentira, sí queremos, pero no fueron los únicos en caer en esta trampa que, hay que decirlo, estaba primorosamente preparada. Es cierto que cualquiera que tenga un poco de entrenamiento en recorrer los sitios digitales de noticias puede darse cuenta enseguida de cuáles son los textos redactados por chatbots: son los que están bien escritos. Pero esa corrección que a los humanos salidos de ay las carreras de comunicación de la UBA o la UNLP les está vedada viene también con párrafos y párrafos de relleno y conclusiones vacías con dos o tres fórmulas que se repiten hasta la náusea. En eso las IA son muy argentinas: adictas a la sanata e incapaces de reconocer que no saben algo.
En cambio, el libro del chino trucho demostró que, con un poco más de paciencia y trabajo, un texto largo y de cierta elaboración puede ser escrito en colaboración entre humanos y robots sin que nadie se dé cuenta sólo con leer sus páginas. Sabemos desde hace al menos dos años que hay miles de canciones subidas a Spotify que son en verdad creaciones generadas por IA. ¿Cuánto falta entonces para que leamos libros completos escritos sin intervención humana?
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