En las primeras horas del 21 de mayo de 1982 se desplegaron varias embarcaciones inglesas en el estrecho de San Carlos. Al amanecer, los ingleses ya habían establecido tres cabeceras de playa en la costa occidental de la Isla Soledad. Hasta los más legos en táctica y estrategia de guerra sabían que una vez que los ingleses pudieran establecer una cabecera de playa por donde desembarcar miles de soldados de forma segura, la caída de Puerto Argentino sería una cuestión de días. Lo cual sucedió tres semanas después.
Son dignas de lectura las páginas del libro Malvinas. La trama secreta de Oscar Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy sobre esos días desde el desembarco inglés hasta el 14 de junio, donde queda demostrada la improvisación y la irresponsabilidad de las Fuerzas Armadas de la Argentina, pero sólo voy a transcribir lo sucedido en una reunión del día 10 entre el general Américo Daher, jefe del Estado Mayor en Malvinas, y el general Leopoldo Galtieri. Si hubiera sido la arenga motivacional de Pedro Marchetta a su equipo antes de un partido del ascenso sería hilarante, pero por esta irresponsabilidad murieron jóvenes argentinos.
Galtieri: –Hay que hacer una defensa dinámica. Moverse de aquí para allá. No tener posiciones fijas, no quedarse atado al terreno, avanzar sobre San Carlos. ¿Me entiende, general? (A Daher)
Daher intentó explicar todos los problemas de logística que había en las islas –escasez de combustible, apenas dos jeeps que funcionaban sin inconvenientes–, pero Galtieri no le hizo caso, hasta que en un momento exclamó: “¡Vamos, Daher!… con un poco de voluntad e imaginación todo se puede”.
Galtieri buscó respaldo en algunos oficiales que asistían azorados a ese encuentro y a ellos interrogó: “A ver, usted coronel, que es de Infantería. Opine: ¿podemos actuar así o no?”.
El oficial dudó un instante y apenas atinó a decir: “Vea señor, las condiciones no parecen…”.
Galtieri pareció intuir una respuesta poco optimista y lo cortó de cuajo. “Bueno, a ver usted coronel, que es de Caballería. Explique, explique…”.
“Señor –intentó exponer–, estimo que es conveniente evaluar previamente con precisión la situación actual en el frente de batalla”.
Tampoco pudo continuar porque Galtieri percibió de inmediato que no hallaba el eco buscado. Entonces –aferrándose a su visión simplona de la realidad– remató sus instrucciones: “Bueno… entonces sigan así. De todas maneras con la paliza que les dimos el otro día en Bahía Agradable no van a poder hacer nada hasta el 20, por lo menos”.
Me vino la imagen de esta reunión cuando vi la foto de la de Massa con el equipo económico (Gabriel Rubinstein, Flavia Royón, Miguel Pesce, José Ignacio De Mendiguren, Matías Tombolini, etc). La falta de previsión, de responsabilidad, de creatividad y de valentía eran las mismas.
La gran diferencia de Massa con Galtieri es que éste último sólo tenía a Gómez Fuentes para que lo defendiera.
Logaritmos
En marzo del año pasado tuve que preparar en matemática de 5° año a un chico al que sólo le faltaba esa materia para terminar el secundario (en la provincia de Buenos Aires, 5° año es el anteúltimo). Cuando la madre me pidió que lo ayudara, era un sábado a la mañana y el chico tenía que rendir el lunes. Le pedí que me mande todo lo que tenía que aprender.
En 15 minutos, Cristian me mandó por WhatsApp fotos con lo que tenía que estudiar. Al ver lo que le pedían, quedé gratamente sorprendido. Recuerdo que, entre otras cosas, tenía que aprender a resolver ecuaciones usando logaritmos. No es que supusiera que un egresado de un humilde colegio parroquial de La Matanza sabría logaritmos, pero sí supuse que si le pedían eso, las cuatro operaciones básicas las manejaría de adelante para atrás y de atrás para adelante.
Ipso facto me puse a través de una videollamada a explicarle esos ejercicios de matemática. Al poco de andar en la explicación me fui dando cuenta de que no es que no sabía logaritmos, cosa que nadie usa y no es imprescindible, sino que no sabía ni números negativos ni números racionales.
–Cristian, ¿cuánto es 2 dividido 5?
–Dos y medio.
Algo parecido le pasaba cuando le preguntaba:
–3 por -3.
–9.
El lunes Cristian desaprobó, pero el profesor le dio “otra oportunidad” para el lunes siguiente y unos ejercicios para que aprendiera. Se los resolví, los estudió de memoria, aprobó y con eso consiguió el título secundario tan ansiado para él, pero sobre todo para su madre que soltera y trabajando por horas en casas particulares había hecho un denodado esfuerzo para poder mandarlo al colegio.
Para las estadísticas educativas, Cristian será otro alumno que tiene el secundario completo. Y para el gobernador, el ministro de Educación de la provincia, los pedagogos, los licenciados en Ciencias de la Educación, la inspectora escolar, la directora de la escuela y el profesor de matemáticas, Cristian es otra persona que sabe logaritmos.
Un pupitre amarillo
Gila era un cómico español que aun los que somos viejos como yo apenas recordamos. En su programa tenía un sketch en el que iba a clases de inglés. El profesor le enseñaba “I have a yellow desk” y Gila, siempre de la forma más baturra posible, se preguntaba en voz alta: “¿Y a quién le digo en Inglaterra «Yo tengo un pupitre amarillo»?” Parafraseando a Gila, me pregunto: “¿Y qué hago con el Teorema de Arrow en la Casa Rosada?”
Metaconservador
Cuando a los 16 años empecé a militar en la UCD, no dije nada en mi casa. Siempre traté que de mis macanas no se enterara mi familia. En esa época, cuando entrabas al secundario conseguías una autonomía que te permitía hacer tu vida. Creo que no quería que se enteraran de que estaba haciendo cosas de adultos.
Un día salió en el diario El Día mi nombre en una lista que yo integraba y la situación quedó blanqueada, aunque a esa altura ya creo que sabían. Igual mucho no me preocupaba, porque mi padre siempre se había autodefinido como conservador y claramente tenía ideas liberales. Igual yo notaba que miraba con desdén las ideas que yo profería, repitiendo y repitiendo a Von Mises y a Von Hayek. Siempre les había escapado a los esquemas ideológicos que lo explicaban todo.
En sus últimos años cambió de Justo en el que referenciarse. De Agustín P. pasó a Juan B., porque decía que éste último era un conservador pero de buen corazón. Creo que con este cambio se volvió un metaconservador en el sentido de que no tenía problemas en adherir a políticas sociales siempre que le permitieran conservar una sociedad liberal y tolerante.
Ahora en mi casa están los libros que él leía y por sus subrayados no es difícil inferir el pánico que les tenía a los totalitarismos. Él había sido contemporáneo del nazismo y del estalinismo, y le daba escozor todo lo que fueran hordas excitadas. Aunque estas hordas estuvieran excitadas por consignas liberales. Tenía muy en claro que una vez que una horda está excitada, aunque sea en principio por una consigna loable, es muy fácil dirigirla hacia otros objetivos ya no tan loables. Prefería una sociedad desmovilizada en lo político y movilizada en lo civil y comercial.
Nos vemos en 15 días.
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