Esta publicación se jacta de mantener su nivel y de ningún modo responderá las chicanas de, por ejemplo, cierto académico que se preguntó por las “contorsiones” que estaríamos haciendo los integrantes de la redacción ante el estallido del Criptogate. Ni siquiera vamos a revelar a quién nos referimos, y no insistan, porque no es no.
También hubo algún lector ansioso y de reproche fácil que se preguntó el domingo pasado si la ausencia de una nota sobre este escándalo se debería acaso a la llegada de algún suculento sobre. Pues no, lamentablemente. Y no porque el satánico Doctor DOGE haya cancelado todos los pagos de la USAID destinados al periodismo independiente, sino por la sencilla razón de que el número del domingo ya estaba cerrado cuando al $JAVO se le ocurrió vender a Argentina por una $LIBRA.
Pues bien, algo al respecto tenemos previsto para pasado mañana, pero si de pronunciamientos impostergables se trata, nuestro editor general lo hizo ayer en su newsletter de preguntas y respuestas abiertas: “Va una respuesta corta, porque podría enroscarme hasta el infinito con esto. El episodio de $LIBRA es grave, porque el presidente promovió una operación diseñada específicamente para estafar. Ochenta palos cambiaron de mano, de los bobos a los vivos. ¿Tendrá consecuencias políticas? Mi apuesta es que no. La luz de los escándalos nos encandila mientras dura, pero dura poco. Las más de las veces son olvidados. Todavía el gobierno puede cometer errores, pero lo normal sería que no cambie mucho el panorama”.
Desde ya que se podrían decir unas cuantas cosas más al respecto. Por ejemplo, que Milei se vio por primera vez obligado a elegir entre dos malas alternativas para tratar de salir del entuerto: dicho elegantemente, presentarse como un garca o como un boludo. Tuvo que elegir la segunda, desde luego, porque vivimos tiempos locos, pero no tanto como para que el presidente se autoincrimine públicamente y se presente como un estafador. De modo tal que sí, es muy probable que los votantes del oficialismo menos intensos y no tan pendientes de cada detalle de la actualidad política prefieran creer en la inocencia de Milei sin pedir muchas más explicaciones. Luego habrá que ver de qué modo avanza la investigación judicial y si ya encontraron a alguien que le explique a la Cuqui qué es una memecoin, un pump and dump o un rug pull. Y por supuesto que en el Congreso ya se discute si juicio político, comisión investigadora o interpelación a la cancerbera en jefe. Son las reglas del juego.
Lo que también es cierto es que, desde el viernes pasado, incluso para el núcleo más duro del mileísmo hay algo que ya no volverá a ser igual. El escándalo pasará y los discursos y los modales libertarios seguirán siendo tan chocantes como siempre —o incluso más—, pero los bros que estuvieron ahí desde el principio, la purretada de los foros que cree ciegamente que el Javo es un campeón universal de la economía y que un solo Nobel para él sería poco, íntimamente saben que ahora el ídolo tiene una mancha. Una manchita, en verdad muy chiquita, pero que no se borra nunca más. Quizás ellos sí habrían preferido que el presidente dijera que era un garca.
Cuando todos pensábamos que ese minuto en que lo vimos incómodo sentado en el sillón, con la espalda de Santiago Caputo tapándole la dignidad, iba a ser el último, Joni Viale volvió a la pantalla con la fuerza de un tráiler de Rocky: musiquita de fondo, mirando a cámara sin miedo a nada, blanco, pelirrojo, redondeado (atributos que le valieron el desprecio de sus enemigos y el apoyo de su audiencia), Joni guapea la noble amenaza (o la vil extorsión, según quien juzgue) en la carrera por domar la opinión y la cantidad de reproducciones. Algunos creyeron en su relato de sumisión, y valoraron que hubiese reconocido su error; otros, se sorprendieron por el oportunismo de la denuncia contra aquellos “vos, vos y el otro” que habrían recibido sobres que Joni, por el simple hecho de tener valores, no agarró. Existe un tercer grupo que cree en todo lo que dice y considera que el periodista podría haberles ahorrado esos 45 minutos de despecho buchón.
Por más acostumbrados que estemos a la vorágine de información desquiciada en tiempo real y por más sobrio que nos parezca el realismo mágico al lado de la política argentina, es físicamente imposible asimilar todos los grandes momentos del entretenimiento basura que este país tiene para darnos en un mismo día. En este juego constante de matar, morir, caer en desgracia o treparse a un podio invisible, Joni Viale consiguió cambiarle la cara a una situación que parecía irremontable, y la casta lo demostró.
Rebosante en su rol de irrelevancia y atraso, el expresidente Alberto Fernández aprovechó la coyuntura para volver a decirle “gordito lechoso”, a lo que Viale respondió el día de ayer, cada noche más a gusto en la piel del envalentonado con razón: “Alberto, cerrá el orto Alberto. No les pegues a las mujeres”. Es cierto que sin el bautismo de leche de Pito Duro, el hijo de Mauro Viale no sería el que es hoy. Comparte con Javier Milei la experiencia repetida de haber sido bulleado (y quizá por eso se identifica tanto con él). Con la autoridad moral que nadie tiene, y nada nos da, no importa quién seamos, Pichetto, el orillero, le respondió: “No hay nadie que te quiera, pibe”. Económica, la más mala de la clase, mean girl por excelencia y ultimate bully, lanzó una humillación conjunta –“Los dos juntos dan vergüenza ajena”–, y el periodista pelirrojo replicó: “Yo tengo el pelo colorado pero no soy chorro”.
Hacia el final de su descargo, en euforia de estar diciendo la verdad en vivo, Viale habló de sus hijos, de su hermana, de sus amigos, de su red de compañeros de trabajo. Rozando la crueldad para con el perfil de los dirigentes más importantes de La Libertad Avanza, llegó a decir que no tener algo parecido a una familia tradicional era, si no una red flag, al menos un signo de carencia, la ausencia de una garantía. Mientras hablamos de estas cosas, cuatro o cinco perros ladran en sus caniles.
Todos sabíamos que Trump venía con ideas particulares sobre política exterior, con ganas de patear el tablero, con ganas de golpearse el pecho como un gran King Kong. Pero estos últimos días sorprendieron a cualquiera. Una cosa es hacer un chiste sobre Groenlandia, amenazar con anexar Panamá, amenazar con anexar Canadá. Todo en un tono que parecía mitad en joda, mitad en serio. Pero otra cosa fue el mensaje del otro día (durísimo, cruel y mentiroso) sobre Ucrania, en el que acusó a Zelensky de haber empezado la guerra, de haber perdido plata, de ser corrupto, de ser impopular. Todas cosas que no son verdad.
Es cierto que la guerra de Ucrania parece trabada y que hace falta un poco de imaginación sobre cómo se puede llegar a una paz que le permita seguir viviendo a Ucrania. Pero la actitud del otro día y la que están mostrando sus funcionarios en todas las reuniones, ignorando a Ucrania, alabando a Putin, criticando a Europa, parecen un poco demasiado. El propio Elon Musk, que había empezado la guerra ayudando a la Ucrania indefensa cuando se quedó sin comunicaciones, regalándole el servicio de Starlink, en estos días copió la retórica fantasiosa y agresiva de su jefe.
¿Es posible seguir siendo optimistas? En Seúl siempre tuvimos nuestro corazón del lado de los ucranianos, únicos héroes en este lío. Sus ciudadanos quieren democracia, quieren capitalismo, quieren libertad. Y ahora viene la principal democracia capitalista del mundo, the land of the free, a decirles que esperen un poco. Raro. Y triste.
La imagen de Shiri Bibas aterrada, con sus dos hijos Ariel y Kfir en brazos, rodeada de palestinos gritando, se transformó en ícono de la brutalidad de Hamás aquel 7 de octubre de 2023. Y Kfir, el secuestrado más joven, además de nacionalidad argentina, se convirtió en el mejor ejemplo de que lo ocurrido no fue un acto de resistencia sino de genocidio: un bebé de nueve meses no es amenaza para nadie, ni siquiera es ideológicamente sionista.
Hamás había dicho hace varios meses que Shiri, Ariel y Kfir habían muerto “por un bombardeo israelí”. Incluso le hicieron grabar un video a Yarden, el padre de la familia, acusando a Benjamin Netanyahu, como parte de la guerra psicológica. Pero como no entregaban pruebas, la esperanza de que fuera mentira todavía estaba.
Cuando Yarden fue liberado él solo a principios de este mes, pareció confirmarse lo peor. Y esta semana, finalmente, Hamás entregó los cuerpos en tres ataúdes (junto con el de otro secuestrado, aparentemente asesinado en cautiverio por la Yihad Islámica, Oded Lifschitz), en un acto de ribetes siniestros: terroristas encapuchados, llevando ataúdes negros, ante una multitud de civiles palestinos vivándolos. Son imágenes que no colaboran a reforzar la idea de que Palestina no es Hamás.
También podemos señalar que el gran muftí de Arabia Saudita, Abdulaziz Al Sheikh, dijo: “Lo que vimos hoy en Gaza es una deshonra para el Islam, un acto de blasfemia contra Alá, y un pecado que no representa a los seguidores del Profeta, la paz sea con él, ni a la honorable religión del Islam”. Arabia Saudita, recordemos, es el país con el que Israel estaba a punto de firmar la paz antes del 7 de octubre.
Nadie va a esperar que Vanina Biasi o Roger Waters cambien de opinión por las imágenes que se vieron ayer, pero quizás marquen un punto de inflexión en la opinión pública. Todo tiene un límite. Bah, ¿lo tiene? Veremos.
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