Lo que dijimos en el GADEV pasado sobre evitar caer en las maniobras del kirchnerismo con el caso Kueider fue al pedo: ayer fue expulsado del Senado con los votos de casi todos, incluidos los seis de La Libertad Avanza, once de la Unión Cívica Radical y tres del PRO. Su lugar será ocupado por Stefanía Cora, referente de La Cámpora en Entre Ríos. A joderse.
Fiel a su estilo, el Gobierno lanzó la semana pasada una bomba de humo proponiendo la expulsión de todos los senadores con causas abiertas. Ayer, de hecho, también se votó la suspensión de Oscar Parrilli, procesado en la causa del Memorándum de Entendimiento con Irán, pero la propuesta fue rechazada.
Anteayer, en el stream del Gordo Dan, el presidente Javier Milei afirmó sobre Kueider que “lo tienen que echar a patadas”. Esto dejó poco margen para analizar estrategias políticas o evaluar conveniencias. Mantenemos lo que planteamos la semana pasada: no convenía expulsar a Kueider porque en su lugar asume una camporista, y además abre la puerta a arbitrariedades, como expulsar a unos sí y a otros no, como en el caso de Parrilli. ¿Por qué? No hay por qué.
El giro del bloque de La Libertad Avanza dejó al PRO en offside: votó dividido. Luis Juez, Guadalupe Tagliaferri y María Victoria Huala votaron a favor de la expulsión, mientras que Carmen Álvarez Rivero, Andrea Cristina, Alfredo De Angeli y Enrique Goerling lo hicieron en contra. Resultado: tres a cuatro. Maximiliano Abad, de la UCR, también votó en contra. “No podés manejar ni auto, vos”, le espetó Juez al jefe de la bancada oficialista, Ezequiel Atauche.
Mientras tanto, Kueider sigue detenido en Ciudad del Este. En las fotos se lo ve sonriente. “Es inaudito que el Senado quiera echarme sin escuchar mi versión de los hechos”, declaró. Las investigaciones avanzan en Paraguay y Argentina, destapando negociados con cableado de fibra óptica en Diamante, Entre Ríos, y sociedades fantasma, pero nada sobre el supuesto soborno por votar la Ley Bases. La conclusión es la siguiente: el peronismo recupera una banca gracias al acto de corrupción de uno de los suyos. Como dijimos al principio: a joderse.
Luigi Mangione es el hombre del momento en Estados Unidos, y no por una comedia musical o un éxito deportivo, sino por haberse cargado de tres tiros a Brian Thompson, CEO de United Healthcare. Hablamos de la principal aseguradora médica del país, nada menos. Al impacto que de por sí tiene un crimen a sangre fría se le suma el asombro que causa que Mangione además haya intentado escapar e incluso que pudiese mantenerse prófugo por algunos días. Difícil de creer en esta era multicámaras en el que el anonimato es una reliquia de tiempos idos. Al parecer, Mangione le hizo honor a la tradición del tano fachero y encarador y terminó cayendo por hacerse el lindo en un McDonald’s: fue ahí en donde le dieron la cana.
Claro que en cuanto se hizo pública su identidad empezó la segunda parte de la comedia (o el acto cómico después del trágico): los detalles del caso, el aspecto de Mangione, su ropa, su sonrisa, sus fotos con los abdominales marcados, el borrador de una suerte de manifiesto en el que explica la decisión de matar a Thompson, la exquisitez de grabar en las balas los tres verbos más usados por las aseguradoras para rechazarles coberturas médicas a sus afiliados (deny, defend, depose), todo eso generó que las redes sociales dictaran su propio veredicto: “Tano, hoy te convertís en héroe”. Desde luego que aparecieron los memes, el hashtag #FreeLuigi, remeras con la leyenda “CEO Hunter” y hasta una cita a una escena célebre de Los Soprano. Incluso empezaron las colectas de fondos para su defensa legal, que ya llevan recaudados miles de dólares.
La voz oficial de la cordura la tuvo que poner el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, quien condenó este culto a la justicia por mano propia, calificando de “héroes reales” a quienes lo denunciaron. Sin embargo, la fascinación por Mangione sigue en aumento y ya la prensa empieza a poblarse de reflexiones acerca del carácter político del crimen. Apenas un mes después de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales y en medio de las virulentas batallas culturales entre el wokismo y todos los que decidieron que ya están hartos de esa falopa, Mangione se perfila como el nuevo héroe de la progresía en un estilo que casi haría sonrojar a nuestros troskos de entrecasa.
Por supuesto, un caso como el de Mangione también podría encajar en la tradición estadounidense de glorificar a figuras que desafían las reglas, marginales, antihéroes, mafiosos, tipos fuera de la ley en general. Es el mismo país cuyos estados tienen los sistemas penales más represivos que se pueda encontrar en democracia y el que tiene una de las poblaciones carcelarias más grandes del mundo. Muchos contrastes y contradicciones de coyuntura para sumar a los tradicionales y estructurales y crear así la tormenta de polémica perfecta.
En GADEV Internacionales la noticia de la semana fue, sin dudas, la caída de Bashar Al-Assad, el oftalmólogo y déspota cuya familia había gobernado Siria durante medio siglo. El régimen cayó como todos, primero despacio y después de golpe. En dos semanas, unos barbudos bajados de Sierra Maestra… Perdón, esos eran otros. Unos barbudos subidos del desierto fueron conquistando las ciudades hasta arrinconar Damasco. Al-Assad huyó antes de que llegaran. Está en Moscú, donde el invierno muy crudo se avecinó, tratando de mantenerse alejado de las ventanas.
En Siria, la gente festejó en las calles, después de 13 años de guerra y represión. Nos conmovimos con las imágenes de los presos políticos liberados, algunos después de décadas, que no sabían qué estaba pasando. Assad deja atrás cientos de miles de muertos y demasiados años de romance con Irán y Rusia, que sirvieron para ayudar al terrorismo y empeorar la situación en Medio Oriente. Se va uno de los malos, muchachos. Sabemos que estas cosas no se pueden decir en el análisis internacional, donde hay que ser “realista” y mirar todo como en un tablero del TEG, pero es importante decirlo, sobre todo cuando varias manos en varias peras ya están diciendo que los barbudos nuevos son igual de malos que los barbudos viejos. Veremos, puede que tengan razón. Pero primero dejemos festejar a los sirios en las calles, a los que perdieron familiares, a los que llevan años hablando en susurros, a los millones de refugiados en Turquía y el resto de Europa. Todos esos están contentos. Y los que están tristes son Putin y los ayatolás. No es tan difícil.
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