¡Hola! Bienvenido a la sexta edición de Materia gris. Hoy charlamos con José Jauregui, ingeniero agrónomo, profesor de la Universidad Nacional del Litoral y, lo más importante, autor de Seúl. Lo llamamos para hablar sobre el impacto que la gran cantidad de lluvias en la zona central del país está teniendo sobre la cosecha de granos de este año, y cómo esto puede afectar a la economía argentina.
En las últimas semanas llovió mucho. ¿Puede tener algún efecto sobre la cosecha?
Cuando estás cerca de la fecha de la cosecha, las lluvias condicionan el ingreso de maquinaria. El barro puede romper las máquinas, el lote y afectar el suelo. Y, además, aunque los granos de maíz o de soja ya estén secos, si se prolongan las malas condiciones climáticas pueden perder su calidad, como consecuencia de un ataque de hongos u otros patógenos. Es bastante típico del otoño que las lluvias retrasen la cosecha o impidan sacarle provecho al momento más óptimo para cosechar. Pero hay señales de alarma cuando las lluvias se generalizan y se prolongan.
¿Hasta cuándo puede durar esta etapa de El Niño, que trae lluvias abundantes y frecuentes?
Hay que estar atentos a los pronósticos de largo plazo y pensar estrategias para que el fenómeno de La Niña [que causa sequías y escasez de lluvias] no nos sorprenda tanto. Las proyecciones muestran que va a continuar la lluvia por un tiempo, pero, a partir de la primavera, podría desarrollarse una fase neutra o fase Niña. Todo indica que, lamentablemente, La Niña tiene posibilidades de desarrollarse a partir de junio-julio-agosto. Eso indican los modelos, que por supuesto son falibles. Si toca una Niña un poco más débil, puede no condicionar tanto la cosecha y la siembra.
¿Hay algún otro fenómeno que haya afectado negativamente a la cosecha?
A las precipitaciones se les suma el tremendo ataque de la chicharrita, un insecto que daña al maíz y que produjo pérdidas superiores al 60% en la zona centro de Santa Fe, según la Bolsa de Comercio de Rosario. Después, los cultivos sufrieron las olas de calor extremas. Si una ola de calor cae en el período crítico del maíz, que tiene una floración muy corta, de entre 24 y 48 horas, el polen pierde calidad, no se fecundan las flores y entonces no hay granos. Las olas de calor también comprometieron a la soja, aunque es un cultivo más plástico, que aguanta más y te perdona un poco más.
Con el maíz, además de la chicharrita, ingresaron otros patógenos por culpa de las tormentas y se terminaron quebrando los tallos. En esos casos, las pérdidas son casi totales. En cualquier producción a cielo abierto uno está expuesto a estos riesgos. El productor agropecuario ya lo tiene asumido. Lo positivo es que ya salimos de ese ciclo de sequías tan complejo, y hacia adelante, para 2025, la proyección es buena.
¿La de este año es una cosecha buena, promedio o mala?
Más allá de que esta campaña no sea todo lo fantástica que se esperaba, es una campaña promedio. Hubo una caída importante con respecto a la proyección inicial, pero no va a ser tan mala como la campaña anterior. El punto problemático es que muchos productores apostaban a tener una campaña extraordinaria para cubrir sus deudas, teniendo en cuenta que venimos de tres campañas muy malas, castigadas por una fuerte sequía con tres años seguidos de La Niña. Al recuperar las precipitaciones gracias a El Niño, se generó mucha expectativa de que esta cosecha iba a ser extraordinaria. En la producción animal también está pasando algo parecido.
¿Cuál es el momento crítico en el que la cosecha necesita más agua?
Es muy variable, depende de las zonas y de los cultivos. Si uno piensa en la zona núcleo, y en los cultivos de verano como la soja y el maíz, necesitaríamos más agua durante la primavera y el verano. El período crítico de la soja es entre octubre y febrero. En cuanto al trigo estamos bien. Vamos a arrancar una buena campaña porque en la zona sudeste de Buenos Aires hay bastante agua, y eso va a permitir una buena siembra. Siempre la primavera-verano es el momento crítico. Si nos quedamos sin agua en ese momento, estamos complicados. Hay que ver la magnitud del pronóstico y hacer un llamado de atención al productor para cuidar el agua, por ejemplo, priorizando los cultivos de interés.
¿Cómo puede impactar en la economía argentina en general esto que está ocurriendo con la cosecha?
Por suerte la administración pública no gastó a cuenta, como suele ocurrir cuando se anuncia una mega cosecha. Veníamos de una balanza de dólares muy desfavorable que hoy se empezó a recuperar. El problema es que, al ser una cosecha menor a la esperada, va a haber menos dólares. Y estamos en un contexto donde se proyecta un incremento de importaciones, con un dólar relativamente barato y planchado. Si se importa mucho y hay una menor inyección de dólares en la economía, se van a generar nuevas trabas a las importaciones.
El Gobierno está en contra de regularlas, pero hay que ver si lo puede sostener. Después, también hay un impacto más grande e inmediato en la diaria de la gente, porque el campo es un gran motor de la economía. Cerca del 25% del PBI argentino depende de la actividad agroindustrial. Cuando hay una merma en la producción esperada, automáticamente hay una caída en los niveles de empleo, porque hay menos camiones en la ruta, menos hectáreas para cosechar, menos actividad en los puertos.
¿Qué pueden hacer los productores para adaptarse al cambio climático y a los fenómenos meteorológicos adversos?
El cambio climático es una realidad, hay un incremento de los fenómenos extremos y de las temperaturas. Aunque también hay más registro de esto gracias a una mejor tecnología. Hay que acostumbrarse a esta volatilidad y cubrirse. Por ejemplo, incrementando la superficie asegurada contra granizos y sequías, para que los productores recuperen sus costos mínimamente y eviten fundirse. Otro recurso es diversificar la matriz productiva para no depender por completo de un solo cultivo. Y después, también es necesario tomar cobertura con futuros de maíz, por ejemplo, frente a un mundo extremadamente volátil, donde lo que ocurre en cualquier país lejano tiene mucho impacto en los precios internacionales. Por desconocimiento, el productor promedio no accede a estos instrumentos. Son herramientas muy útiles y subutilizadas. También podemos recurrir al trigo resistente a sequías, que es un desarrollo de la biotecnología local. Cobertura total no existe, pero sí parcial.
¿Qué necesita el campo argentino para crecer y aumentar su productividad?
El campo necesita reglas del juego claras, un horizonte de mediano plazo. El precio internacional fluctúa, no depende de la Argentina. Pero sí podemos corregir las muchas distorsiones que tenemos en el mercado, empezando por las retenciones, que son uno de los mayores limitantes al incremento de la producción. El productor argentino no pide que le den ayudas, sólo que le dejen de sacar dinero. Al perder plata, los productores no invierten en comprar fertilizantes ni en aumentar la superficie regada, dos cuestiones que explican el estancamiento de la producción argentina. Las inversiones del productor dependen mucho de su humor y de sus expectativas hacia adelante. Todos los países de la región entendieron esto. Argentina todavía no entendió que debe tener un norte más allá de los vaivenes políticos.
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