Se publicaron ayer los indicadores de pobreza del primer semestre y dieron pésimo: el 52,9% de los argentinos vive por debajo de la línea de pobreza, 11,2 puntos más que en el segundo semestre del año pasado. La indigencia también aumentó, de 12% a 18,1%. Son las cifras más altas desde la salida de la crisis de 2001.
Conocida la noticia, a las cuatro de la tarde, empezaron los lamentos por la situación, algunos con más buena fe que otros, y los reclamos a la clase política para hacerse cargo. Pocas menciones, sin embargo, a la causa principal del aumento de la pobreza, que son el estancamiento económico y la espiralización de la inflación. La pobreza viene aumentando en la Argentina porque la economía está empantanada desde hace 13 años en un régimen de alta inflación. En estos niveles, la pobreza no se arregla “bajando la pobreza”: se baja haciendo crecer la economía. La discusión sobre cuánto de esta pobreza es estructural y debe ser atacada con políticas específicas quedará para cuando hayamos crecido lo suficiente.
Un consuelo mínimo es que los números del segundo trimestre parecen haber sido mejores que los del primer trimestre. Estos datos no los publica el INDEC, pero sí pueden deducirlos expertos en estadísticas sociales como Leo Tornarolli, para quien la pobreza del segundo trimestre de este año ya fue de 4 u 8 puntos (según cómo se computen los aguinaldos) más baja que la del primer trimestre.
Tiene sentido: buena parte del salto se explica por la devaluación de los primeros días del gobierno de Milei (inevitable, lo habría hecho cualquier otro ganador de las elecciones) y la llamarada inflacionaria de diciembre y enero, que dejó atrasados los salarios. Con la baja posterior de la inflación y la tímida recuperación de la actividad, la cuestión parece estar empezando a darse vuelta. Ojalá siga así. O un poquito más rápido también.
Incendios en Córdoba. Otra vez, sí. Qué decirte. Fuimos al archivo de Seúl y encontramos notas serias sobre los incendios forestales, que según el caso pudieron haber sido en el Delta del Paraná, en Corrientes o en la misma Córdoba. Una es una entrevista y la otra es un ensayo breve. Ambas notas son de 2022 y en ambas se analizan con rigor y seriedad diversas cuestiones ambientales asociadas a los incendios forestales. Pero lo cierto es que los dos textos concluyen también en que no hay mucho para hacer una vez que el fuego se desató, ya sea por causas naturales o porque algún pícaro, demente o criminal lo encendió.
Tenemos entonces estos fenómenos que se repiten y que cada vez que llegan a ser noticia es porque la devastación que dejan a su paso cobró una dimensión que excede a lo local o a lo provincial. Se hace el recuento de los daños, las coberturas periodísticas encuentran un tema con gancho y se buscan culpables para señalar. Cuando el tema sobrepasa al intendente, le toca entrar en escena al gobernador. Si el fuego dura demasiado tiempo, es el turno de los ministros. Y si la cosa pasa de castaño oscuro, será el presidente el que tenga que reportarse en el lugar de los hechos. Foto por acá, foto por allá, unas palabras alusivas; cada funcionario defiende su gestión y que, por favor, llueva de una vez. Bueno, sí, también se pueden retuitear boludeces.
En el apuro por buscar responsables, enojarnos y señalar con el dedo, es fácil equivocarse. El gobernador Llaryora se siente en la obligación de sacar pecho y defender a los bomberos y brigadistas cordobeses, y la verdad es que no podríamos jurar que alguien los haya acusado de algo, más bien a él. También tiene cifras preparadas como para demostrar que su gestión no es negligente. “Tenemos un fondo de 5.000 millones para…”. Bueno, no tenemos ni idea si eso es mucho o poco. ¿Podríamos darnos cuenta haciendo un análisis minucioso del presupuesto provincial total y haciendo un seguimiento de la ejecución de cada una de sus partidas? ¿O no sería más fácil pronunciarnos sobre si está bien o mal que el presidente use uniforme de fajina, o si saludó o no a los bomberos? El fuego bien podría decirnos a lo Don Draper: “El universo es indiferente”.
¿Se acuerdan del caso de Loan? No volvió ni en forma de fichas, porque los dramas no pueden estar indefinidamente en el prime time y, si no se resuelven rápido (de cualquier forma, no importa si bien o mal), no hay forma de que no caigan en el olvido. Se vuelven quizás temas de estudio, datos estadísticos; salen de la home de los sitios de noticias para pasar a algún informe recopilatorio cada tanto. Se hacen parte del paisaje; fenómenos cíclicos, casi naturales. Cosas que pasan, qué se le va a hacer.
Cada vez que el Gobierno transa en algo, la oposición lo chicanea con el mantra de “la casta”. A veces, es una chicana berreta; pero en otras ocasiones, da en el blanco. En Seúl creemos que no hay ejemplo más claro de claudicación ante la casta que quitarle el respaldo al proyecto de Democracia Sindical a pedido de la CGT.
Si existe una verdadera “deuda de la democracia”, es esa. Desde el fracaso de la Ley Mucci durante el gobierno de Raúl Alfonsín, nunca se ha estado tan cerca de democratizar los sindicatos: limitar la reelección indefinida, el aporte obligatorio, y el control absoluto de las obras sociales, entre otros temas.
Fue una de las cosas que prometió Javier Milei durante la apertura de sesiones del Congreso: “Obligaremos a los sindicatos a elegir sus autoridades a través de elecciones periódicas, libres y supervisadas por la Justicia Electoral, que limitará los mandatos de esas autoridades a cuatro años y establecerá un tope de una sola reelección posible”.
El martes, el proyecto impulsado por el radical Martín Tetaz estaba en la agenda de la Comisión de Legislación del Trabajo de Diputados. Sin embargo, los cinco legisladores de La Libertad Avanza retiraron su apoyo y la sesión se cayó. Con apenas 11 votos asegurados (los de la UCR, el PRO, la Coalición Cívica e Innovación Federal), no alcanzaba para emitir dictamen.
¿Qué pasó? Sergio Palazzo, diputado de Unión por la Patria, vicepresidente de la Comisión y líder del gremio bancario, les pegó un llamadito al Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y a Santiago Caputo, y arregló todo. En LLA se justificaron diciendo: “Viene la marcha universitaria y no queremos sumar malestar”. Una explicación creativa para echarles el fardo a los radicales, aunque no parece tener mucho sustento. Tetaz aprovechó: “Lamentablemente, el Gobierno cachetea a Biró para la foto, pero después se da vuelta y se abraza a los Gordos de la CGT. Es lamentable, porque este es el cambio que necesita la Argentina: frenar la reelección de los sindicalistas, más libertad en las obras sociales, tansparencia en los fondos de los sindicatos. No sé cuál es el cambio que venían a hacer”.
En esta, estamos con Tetaz.
“En bolsas de consorcio y un par de carry-ones (sic)”, el marido de Pampita se retiró con sus petates del domicilio matrimonial para instalarse, según cuentan las lenguas que viven de ser malas, en una habitación en el primer piso del Hotel Faena de Puerto Madero; sin dudas, una elección inquietante para un político arribista, con fama de vividor, que al parecer no tiene donde caerse muerto.
Que el camión de mudanza fuese un Ford 350 con pinta de haber sobrevivido a todas las crisis de la Argentina desató carcajadas en las redes; el aspecto popular del vehículo, sumado a las bolsas de basura, habla del apremio con el que el legislador porteño fue expulsado de la vivienda familiar. “¡Afuera!”, le habría dicho la modelo argentina a aquel príncipe azul que su hija muerta le había enviado desde el cielo. Recordar el comienzo de esta historia de amor, que venía a sanar heridas demasiado profundas, se vuelve más cruel por minuto.
Si de intuiciones se trata, es justo destacar que Yanina Latorre, vocera del morbo del pueblo argentino, venía hace tiempo tirando indirectas (sin nunca nombrarlo, ni dando entender quién era) acerca de la dudosa moral de quien, ahora sabemos, era García Moritán. Esta semana, profesional y desapegada, contó al aire cómo fue el tren de los acontecimientos desde que Pampita encontró los primeros mensajes de infidelidad de su marido hasta que le dijo “te vas”.
El país entero vivirá para recordarle al ex de Pampita que no merece un nombre propio, lo que va con su estilo de no sólo poseer cosas ajenas. Como si hubiese sido picado por la misma cepa de tenacidad inútil que guía los pasos políticos de Horacio Rodríguez Larreta, García Moritán se pasea por la vereda del canal América TV esperando que algún notero vaya a su encuentro. Cuando finalmente le ponen un micrófono adelante, sin dejar de caminar, aprovecha los momentos de aire para promocionar su trabajo en el Gobierno de la Ciudad. El movilero insiste en preguntarle sobre la situación con Pampita, y Moritán chicanea: “Hablemos de cosas importantes”. Desafortunado comentario, aseguran los programas de chimentos, que le valió el flete ochentoso y los bultos de plástico. A una periodista le dio tanta pena que, mientras reportaba la noticia, dijo que García Moritán se encontraba “en situación de desalojo” (¿hasta dónde pensamos llegar con el feísmo de la lengua?) “No quisiera estar en la piel de ninguno de los dos”, exclama compungida.
Porque acosar con cámaras a gente famosa les sabe a poco, en América TV consiguieron a un vecino de la pareja, “el Vecino D”, que declaró: “Los gritos se escuchan a la noche”. Dolido por el maltrato que habría recibido personalmente por parte de García Moritán, al que calificó de “violento”, el Vecino D contó que no los dejan usar los espacios públicos del barrio cerrado que comparten cuando están ellos, que ningún niño puede tocar un juguete de Anita sin correr el riesgo de que le griten, y que una vez lo obligaron a mostrar su teléfono acusándolo de estar filmándolos. Al parecer, esta conducta sería común a la casta de los famosos: “En la tele son un amor, y bueno…”, dijo, dando a entender que son, en sus vidas privadas, todo lo contrario.
Sobre Pampita y su ex, emitió una queja y lanzó una denuncia: “Ellos se creen de más nivel, pero somos todos del mismo nivel”. También dijo que vio cómo Moritán le decía a Pampita, al bajar del auto, con agresión y varias veces: “Pelotuda”. “Hay gente que no se anima a contar estas cosas”, se justificó por divulgar el chisme. Tampoco se privó de contar que el traje de pirata del ex marido de Pampita es la ropa deportiva; que al parecer salía a correr y de paso gastaba calorías en la casa de alguna vecina aburrida, aunque, matizó el Vecino D, “como él no tiene un mango, las vecinas no le dan bola”. “No estaría hablando bien de las vecinas tampoco”, acota el periodista, acomplejado.
¿Lo innegable? Cuando el chisme es bueno, la conversación que se arma alrededor es superior. Así comentan los panelistas la entrada de Benjamín Vicuña el jueves pasado a la casa de Pampita a la 1:30 de la madrugada. “Quizás fue a ver a un hijo enfermo”, dicen unos. “¿Y entonces por qué andar encapuchado?”, replican otros. “Quizás no se había bañado”, argumenta un tercero. El hipotético pelo sucio de Vicuña es excelente ejemplo de las pequeñas cimas que el formato programa de chimentos puede alcanzar, y que le otorgan verdaderamente el estatuto de un género menor.
“Es transitorio”, podrá pensar el ex marido de Pampita mientras ve cómo cargan las bolsas de plástico negro en el flete celeste, pero así también puede ser la muerte: una puerta cerrada con la llave adentro, la basura en la mano.
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