Gracias a Dios es viernes

#54 | Martín Guzmán se habló encima

Los jubilados vienen perdiendo hace rato. Tranquis, no volvieron los Montoneros. Milei, intenso con Adam Smith.

Más de tres horas duró la entrevista de Martín Guzmán para el canal de YouTube del sitio Cenital. Se habló todo, el ex ministro; no se calló absolutamente nada. Y tanto habló que hasta podría decirse que se habló encima. Porque sucedió que en uno de todos esos 180 minutos de charla, Guzmán dijo algo que tuvo una repercusión que quizás ni él ni su entrevistador esperaban, pero que podría tener incluso derivaciones judiciales.

No tenemos muy en claro si el ex ministro fue consciente de lo que implicaban sus palabras al referirse a la cuarentena por el covid impuesta por el Gobierno del que fue parte. Sería imposible resumir en unas líneas todo lo que vivimos en aquellos meses de 2020 y 2021. Y puede suceder, como con toda experiencia que implica un trauma –y, en este caso, uno colectivo–, que muchos no quieran, ni puedan siquiera, mencionarlo. Con el agravante de que pasó muy poco tiempo como para que podamos olvidarnos de todo aquello, incluso si nos obligáramos a nosotros mismos a hacerlo.

Tampoco tiene mucho sentido en este espacio proceder con el talonario de facturas o el carpeteo. Por más que ahora muchos se quieran hacer los desentendidos, todo lo que hicieron y dijeron quienes idearon, instrumentaron y avalaron de un modo u otro la decisión política más dañina, cruel, totalitaria y arbitraria de este siglo, todo eso está debidamente documentado y archivado. Y ese archivo es extenso. Podría ocupar bibliotecas enteras. Para muestra basta un botón.

Y sucedió además que la realidad se encargó de desautorizar todos aquellos discursos de los fanáticos del encierro. Los que decían estar respaldados por la ciencia fueron refutados por la evidencia. Los que nos llegaban como amenazas del poder fueron puestos en ridículo por la filtración de unas fotos de un cumpleaños. Y ahora, como para cantar bingo, una confesión quizás involuntaria, quizás dicha al pasar sin comprender del todo sus implicancias, nos vino a confirmar lo que unos pocos sospecharon desde el principio y muchos otros fueron advirtiendo con el correr de las semanas y los meses: que la cuarentena fue un despropósito cuya única justificación fue la conveniencia política.

 

 

El viernes pasado, el presidente Javier Milei firmó el veto a la ley de movilidad jubilatoria y el domingo, en una entrevista con Luis Majul, dijo:

Milei: –Las jubilaciones, durante el gobierno de Alberto Fernández, en el pico llegaron a caer 40%. Se fueron 30% abajo. Ahora están 5% arriba respecto del momento en que nosotros asumimos, en términos reales, quiere decir que le ganamos a la inflación. Y además, como cuando llegamos al Gobierno el dólar paralelo estaba en 1.300 y hoy está en 1.315, y si lo tomás al MEP o al contado con liqui está cerca de 1.250…
Majul: –¿Usted dice que los jubilados recuperaron poder adquisitivo?
Milei: –En dólares, fenomenalmente. En dólares voló el poder adquisitivo de los jubilados.

Como siempre, Milei revolea números sin ton ni son. En primer lugar, es muy fácil comprobar (sólo hace falta un poco de memoria emotiva, incluso) que cuando asumió, el blue no estaba en 1.300 sino en 990. Después, según la cuenta que hizo Chequeado, el haber mínimo más el bono de diciembre de 2023, a plata de hoy, era de $323.299,80, mientras que hoy está en $304.540, es decir, un 5,8% menos, no un 5% más. Sí aumentaron los haberes superiores.

En lo que sí tiene razón Milei es que en el Gobierno anterior los jubilados perdieron como en la guerra. Mientras que en estos diez meses de ajuste feroz las jubilaciones cayeron menos de un 6% (y no para todos), en el gobierno peronista de Alberto, Cristina y Massa cayó un 10,25% la mínima y un 28,35% el promedio de todas.

Y sin embargo, las agrupaciones de izquierda organizan protestas violentas como no hicieron antes, generan disturbios y se aprovechan de las imágenes resultantes para dar la sensación de que este gobierno está siendo particularmente cruel con “nuestros abuelos”. Y la realidad es que, teniendo en cuenta que cualquier ajuste inevitablemente tiene que tocar al sistema previsional (y esto es culpa exclusivamente de los jubilados que metió el kirchnerismo por la ventana), “nuestros abuelos” la están sacando bastante barata.

 

 

Ayer enviaron un paquete-bomba al presidente de la Sociedad Rural, Nicolás Pino. Lo recibió su secretaria a través de una encomienda por delivery y, al abrirlo, se produjo una pequeña explosión. Por suerte, no hubo heridos. Tras la alerta, se desplegó un operativo policial en el predio de Palermo e intervino personal del SAME para trasladar a Pino, junto a su secretaria y dos personas más, al hospital para ser observados por precaución.

Al cierre de este newsletter aún no hay precisiones sobre cuál fue la sustancia explosiva utilizada, ni cuál era el nivel de daños que se pretendió causar con el dispositivo. Desde la empresa de envíos que figuraba en el rotulado del paquete, pusieron a disposición de la Justicia toda la información que pueda ayudar a rastrear la procedencia. Se inició una investigación judicial y la causa quedó a cargo de Daniel Rafecas.

Horas más tarde, la Sociedad Rural confirmó que se trató de un atentado contra Nicolás Pino. “Luego de haber recibido información proporcionada por las distintas fuentes de la investigación en curso, podemos inferir que se trató de un explosivo casero que buscó atentar contra la vida del presidente de la entidad”, se expresó la asociación a través de un comunicado. Distintos sectores, entidades empresariales, gremios y figuras públicas repudiaron fuertemente este hecho, que fue muy grave y podría haber sido peor.

Las milicias digitales del Gobierno inmediatamente comenzaron a crear pánico con el hashtag #VolvieronLosMontoneros y a reflotar las críticas al Congreso por rechazar los fondos de la SIDE, diciendo que el atentado se debió al rechazo del DNU que otorgaba fondos reservados para inteligencia. Eso es falso, ya que en primer lugar los fondos extraordinarios para inteligencia sí están, porque el decreto sigue vigente hasta su derogación en el Senado. No hubo una desfinanciación de la SIDE. Y en segundo lugar, porque los efectos de la derogación no son retroactivos, por lo cual el presupuesto que se gastó se gastó. Lamentablemente hay quienes están más interesados en culpar a sus rivales políticos por el atentado que por encontrar a los verdaderos culpables. Nuestra solidaridad con Nicolás Pino y esperamos que se haga justicia lo antes posible.

 

 

“Estoy intenso con Adam Smith, aviso, hoy me tocó”. El miércoles el presidente Javier Milei visitó las oficinas de Mercado Libre y dio un discurso simple, corto y al pie; once minutos que tiran por tierra aquellos viejos y exitosos prejuicios sobre el funcionamiento de la economía que, a lo largo de nuestra historia, los gobiernos radicales, los kirchneristas y los peronistas (con excepción de Menem) usaron para convencernos de que la plata era sucia, la cultura pura, el empresario malo y el Estado un amor.

Varias son las razones por las cuales aceptamos durante décadas este guión intervencionista como si fuera un dogma; son, en cambio, todavía misteriosas las que pueden explicar el fenómeno libertario: algo tan fácil y tan difícil como hacerle entender a la gente que uno puede ser más rico sin que otro por eso sea más pobre, que la economía no es una torta con porciones fijas y que el mercado somos todos, y no un ente abstracto con forma de buitre que habla en inglés.

Mercado Libre es la consecuencia de una verdad negada (que, como dice el presidente, no sale gratis): si alguien te da plata es porque te la quiso dar, y si te la quiso dar es porque le resolviste un problema. Un razonamiento que hasta hace muy poco era imposible de articular, y todavía hoy encuentra resistencias. No es que si alguien gana es porque otro pierde, el intercambio libre y voluntario hace que ambas partes ganen.

Según el dogma Montaigne –de pura cepa graboisiana– el mercado es un campo de batalla en el que, para que alguien gane, otro tiene que perder. Contra esa mentira arremete el presidente argentino: vehemente fanático de Adam Smith (el que avisa no traiciona), repite –y no parece que vaya a cansarse de hacerlo– que la gente no es idiota, y basta con trabajar y apostar para darse cuenta de que crear valor es crear riqueza.

Con todas las marcas de informalidad que caracterizan el modo de vida argentino y un histrionismo que nos recuerda a Tato Bores (¿y no hay algo en el pelo, en los anteojos, en los papeles, en las muecas cómicas?), Milei –que cuando habla de Adam Smith dice “mi papá”– ilustra el costo argentino como “un monstruo de muchas cabezas”: crédito inaccesible, burocracia kafkiana, impuestos en montaña rusa y regulaciones absurdas. Es contra él, que libra su batalla la libertad.

Marcos Galperin, anfitrión y CEO, terminó su discurso con una frase que ya es viral: “Por algo hace 25 años elegimos llamarnos Mercado Libre”. Sorprende pensar que hace quince años no podíamos comprar algo de un día para otro con Internet. Un servicio que tuviera para nosotros la velocidad y la competencia en precios y tiempos que tenía Amazon para los americanos era impensable. Así como era impensable tener teléfono o hacer una ensalada que no fuera de lechuga antes de Menem (que trajo, entre otras cosas, la rúcula y el kiwi).

Dos versos, si su discurso fuera un poema, deben quedarse grabados en nuestras mentes:

Cuando el Estado genera riqueza, lo hace para los políticos,
Y cuando genera trabajo, lo hace para sus amigos, o amigas.

La diferencia entre el público y el privado es una cuestión de incentivos. “Un empresario exitoso es un benefactor social, porque si está ganando dinero significa que le arregló la vida a la gente y cuanto más ganas es porque le arregló la vida a muchísimas personas”.

Lo que hizo Marcos Galperín fue empezar con el típico emprendimiento que resulta para cualquier tercero irrisorio (montar en Argentina una empresa en blanco con desarrolladores y logística) que hoy le gana a Amazon en Brasil y en México, algo que sólo un kirchnerista puede interpretar como una mala noticia.

En Olga, la semana pasada celebraron el Cris Morena Day y esta semana el Mambrú Day, en un revival de los ’90 que parece más un gesto para borrar de un plumazo dos décadas kirchneristas que un simple homenaje a la tele de antaño. Si queremos volver a los ’90, es porque lo que vino después no pasó.

El fenómeno Milei es una cachetada a esa idea anquilosada que hizo del Estado el gran héroe del relato nacional. Arremete contra la hegemonía cultural que estigmatizó el riesgo privado y sacralizó la intervención pública.

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