Hubo una época –anterior a “la grieta”– en la que solía decirse que la Argentina es el país de las antinomias. Que no podemos ponernos de acuerdo en nada, que somos capaces de provocar un enfrentamiento entre opuestos a partir de cualquier cosa: River-Boca, Charly-Spinetta, Soda-Redondos, verano-invierno, pastafrola de membrillo-de batata, y así hasta el infinito.
En apoyo de esta teoría del saber popular llega una nueva versión de gente que no se pone de acuerdo. Algunos creen que la caída en desgracia de Alberto Fernández es un espectáculo grotesco, a la altura de los antecedentes de un ser cuyo patetismo e inmoralidad únicamente sus votantes decidieron ignorar, alguien que sólo por una rara carambola de circunstancias –ninguna de ellas virtuosa– pudo acceder a la presidencia de la nación. Esas mismas personas creen además que cada noticia que expone las miserias del profe de la UBA, feminista y abortero nos desvían del que debería ser el foco principal de nuestra atención: que este escándalo de violencia de género deriva en verdad de otro de corrupción relacionado con la contratación de seguros por parte del Estado, uno bastante grave en el que podría verse involucrado no sólo el propio Alberto, sino también muchos otros funcionarios de su gobierno (incluyendo, quizás, al otrora ministro plenipotenciario y candidato a presidente Sergio Massa).
En la vereda de enfrente, están otros que creen que todo lo anterior es cierto, pero que ningún escándalo que vaya a confirmar por enésima vez lo que sabe todo el mundo –que el kirchnerismo es una asociación ilícita dedicada al saqueo– nos debería privar del disfrute morboso, malsano y espectacularmente divertido de ver al turrito no ya en la lona moral, sino 50 metros más abajo.
Pues bien, los de este segundo grupo estamos están de parabienes. Viven desde hace unos días en una especie de paraíso de la revancha, descuidan obligaciones laborales y familiares, pierden horas de sueño con tal de participar un rato más en esta suerte de Fiesta Nacional del Carpeteo en la que se convirtió Twitter Argentina. Los timelines muestran a toda hora compilados de greatest hits que no parecen tener final: “Yo voto a Alberto Fernández porque soy partidaria de tener presidentes que sepan hablar”, “Es docente el presidente, se nota”, “Los perros se atacaban entre sí”, “Hay un modelo discursivo-decisional bastante novedoso que empieza a aparecer”, “Gobierno de científicos” y tantísimos más.
Tampoco podríamos descartar que los de este segundo grupo, por culpa de este deseo desbocado e infantil de ver arder a las fragatas enemigas, hasta le hayamos hayan tomado un cierto cariño a Alberto. Cómo no hacerlo, después de todo, cuando vemos la manera en que lo traicionan los amigos del campeón. El espectáculo de quienes alguna vez le declararon impúdicamente su amor y ahora lo patean en el piso hasta puede parecer injusto.
Y además está ella. Cuándo no, ella, la reina que movió y lo ungió presidente. La que quería zafar de sus causas y no dejó pasar un día sin petardearle la gestión, para llegar al día de hoy sin gestión y acumulando condenas. La que no dejó pasar una sola ocasión para expresar en público el desprecio que sentía por él, la que hasta quizás dejó pistas acerca del modo en que Alberto descuidaba su intimidad. Y la que, por supuesto, cuando el fracaso de su gobierno se hizo evidente en las elecciones legislativas de 2021, no sólo le vació el gabinete, sino que –lo sabemos ahora, lo sospechamos siempre– hasta tuvo el tupé de ir a Olivos a retarlo.
¿Tiene algún valor periodístico saber ahora, precisamente ahora, que Cristina le dijo a Alberto que era “un pajero” y que con sus descuidos y falta de discreción comprometía a todo el gobierno kirchnerista? Quizás, porque de ese modo podría inferirse que ella también sabía que su delfín era un golpeador de mujeres (porque, una vez más, todo el mundo ya lo había visto golpear a un tipo en un restaurante). Así y todo, ventilar un textual de este calibre atribuido a la ex presidenta por fuentes anónimas, no deja de ser una práctica muy dudosa. Ambos grupos podemos estar de acuerdo en esto, por más que podamos imaginar las risas histéricas de los del segundo.
Y vos, ¿en qué grupo estás, chabón?
A estas alturas es incomprensible que las opiniones de Julia Mengolini sigan teniendo repercusión, pero acá estamos. Esta semana dedicó un editorial a la denuncia de Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández por violencia de género.
En su programa radial Segurola y Habana, de la señal Futurock, la conductora expresó: “Una cosa es la denuncia por violencia. Es lo único importante. Ojalá se investigue de manera correcta y en profundidad. Pero por el otro lado, si seguimos viviendo en una República, se presume la inocencia. Fabiola va a tener que probar lo que está diciendo. Yo ya sé que la palabra de Alberto vale muy poco, casi nada, desde la fiesta de Olivos. Pero la palabra de Fabiola también vale poco. Digámoslo (…). Yo siempre voy a defender a las víctimas. Pero también voy a defender los principios republicanos de la presunción de inocencia. Siempre hice lo mismo”.
Hasta ahí la opinión puede no parecernos descabellada. Si bien nosotros le creemos a Fabiola, porque los indicios de maltrato lucen muy contundentes y el perfil violento, impulsivo y misógino de Alberto se transparentaba en otras facetas de su vida pública, no cuestionamos a quienes tienen la prudencia de esperar a la última palabra de la Justicia.
El problema es que luego puso en duda la credibilidad de Fabiola haciendo referencia a su presunto alcoholismo: “La gente alcohólica suele no recordar muy bien las cosas que dice y no dice”, disparó Julia en un intento por defender a sus amigas del Ministerio de la Mujer, y luego explicó: “Porque esto después le sirve a Milei”. ¿Está diciendo que el “hermana, yo te creo” está supeditado al historial clínico, farmacológico y alcoholémico de la denunciante? O, peor, ¿está queriendo decir Mengolini que Fabiola debería cuidar la manera en la que da su verdad para que eso no le sirva a Milei?Bueno, no nos sorprende que una militante del partido de Alperovich y Espinoza crea que es necesario revisar las denuncias de violencia de género a través de un filtro político-partidario.
Mengolini ha sido siempre una pick–me girl (una mujer misógina que vive agraviando a mujeres), aunque paradójicamente le guste medirles a todas el feminismo en sangre. Porque para ella es inevitable que el péndulo termine inclinándose hacia el macho peronista. Criticó a Jimena Barón por mostrar la retaguardia en Instagram, trató de bruta a Juana Viale por decir que no se considera feminista, le dijo a Pampita que era muy linda para estar casada con un idiota (sic), se burló de María Eugenia Vidal por “bebotear”, desaprobó por políticamente incorrecto un approach amoroso de Fede Bal a Laurita Fernández, criticó a Mirtha Legrand por sentar a Juan Darthés en su mesa y la llamó “vieja chota fascista”. En fin, en algún momento iba a actuar la fuerza de gravedad sobre tantos escupitajos al cielo.
Siguiendo el silogismo de Julia, no deberíamos prestarle mucha atención a las cosas que dice una persona que estuvo en pareja con Fito Páez y declaró haber fumado porro durante su embarazo. Como supo decir una vez Moria Casán: “Ubicación, Mocolini”.
Otra novedad de esta semana fue que Cristina declaró en un juicio que no es en su contra: el que se está llevando a cabo contra Fernando Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Nicolás Carrizo por intentar asesinarla. Ahí hizo lo posible por resucitar la hipótesis de que todo fue un plan maestro, vinculando las bolsas mortuorias en protesta por los vacunados VIP (que, es bueno señalarlo una vez más, representaban a víctimas del covid, no eran amenazas de muerte) con el ataque a su despacho durante el debate en Diputados por el acuerdo con el FMI. Hasta llegó a decir que se habían pegado en la ciudad unos carteles con su cara que decían que era responsable de 35.000 muertes por la pandemia, y agregó: “Curiosamente eran 5.000 más que los 30.000 detenidos-desaparecidos. No es casualidad, ¿no? El tema de los números, la numerología, en este país”.
Más tarde, el senador Wado de Pedro publicó en X el fragmento clave de su discurso, porque eso fue, más que una declaración: “Este juicio es un juicio que es a los autores materiales del hecho, faltan los autores intelectuales, faltan los financiadores. Y creo que el Poder Judicial, en ese caso lo que yo considero el Partido Judicial, protegió y sigue protegiendo a quienes tuvieron que ver en este atentado”.
¿De qué financiadores hablará? ¿Los que le pagaron a Sabag Montiel la SUBE para llegar hasta Juncal 2166 y le dieron la Bersa de la que no salió el disparo? En el fondo, a Cristina le molesta que sus victimarios sean esos marginales tan pintorescos, que ni siquiera inspiran temor, porque sabe que de alguna manera eso la disminuye a ella. Y también le molesta perder la centralidad política. Con el escándalo de Alberto Fernández, el kirchnerismo ha sido desangelado.
Después, rodeado de periodistas, y con Mercedes Ninci de fondo que gritaba “¡Qué opina de la denuncia de Fabiola!”, Axel Kicillof se quejó de los medios hegemónicos.
“Tal vez me vuelvo una mejor persona”. Con esta declaración de amor, Amalia “Yuyito” González se despide de los noteros que la siguen hasta la puerta del canal. Espléndida, con un tapado gris claro y anteojos negros de diva, la nueva novia del presidente transmite normalidad, transparencia y brío. Su belleza, impactante a los 64, en lugar de oprimir, libera. Con actitud joven, mente sana y cuerpo sano, Yuyito contagia alegría a las mujeres argentinas: no importa qué edad tengas, siempre habrá un jamoncito para tu baguette.
Ayer, en una conferencia, al hablar de los grifos de emisión monetaria, el presidente se descubrió trovador. Fue su manera de aludir al romance que parece haber cambiado su vida: “No me van a decir que no uso bien las metáforas. Debe haber algo que me tiene hecho un poeta”, dijo pícaro. Yuyito había confirmado el noviazgo en su programa Empezar el día, por Ciudad Magazine, y ya todos habíamos visto el beso público, nonchalant, que se dieron en el Council de las Américas. Desacomplejada, libre, la presentadora tarareó “Somos novios” y enseguida la producción puso el bolero. “Ya si la hacemos, la hacemos en serio. Estamos en la misma sintonía”, contó con la música de fondo.
Según lo dicho y divulgado, la característica que signa este amor es el reconocimiento: todo entre ellos es “muy natural”, desde sus interacciones fuera del mundo, en el ámbito secreto del amor, hasta su desempeño como pareja dentro del anticlimático mundo real: conocer a Karina, a los hijos, y moverse en un plano de estímulos, obligaciones y prioridades. “Es una cosa sana, pura, linda, inocente”: Yuyito está feliz y hasta las manos; enamorada, evoca en nuestras mentes a una quinceañera, aunque sin la inmadurez de la pubescencia, cuando el amor es una ráfaga demoledora. “¡No pienso cambiar nada!”, proclama ante los micrófonos sedientos de verla transformada en casta. Seguridad no va a tener –declara–, no la necesita. Insiste en tener su vida de siempre. Cuando le preguntan si ya conoció a los perros, se caga de risa. No hay manera, Yuyito está firme, es imposible sacarla de eje. Cada uno, su trabajo, dice la ex gatita de Porcel y enfatiza su condición de individuo. ¿Qué es lo que más le gusta del presidente? El nivel de conversación, la diversión (lo que a él –porque hasta el amor más lozano esconde una nota triste– le gustaba de Fátima. Le mandamos un beso.)
Aunque algunos se ocuparon de hacer la carta astral de la relación (spoiler: medio cielo en libra en conjunción con el Nodo Sur; la cosa no va a andar), el alma sincera, conservadora y sensible de Yuyito, madre y creyente, trae sosiego. Es imposible no sentir que uno conoce mejor al presidente cuando escucha hablar a la mujer que lo enamoró. Once años más grande que él, es la linda de la pareja; a su lado, se lo ve noble, basado, sexy. Que nuestro relativamente joven presidente haya elegido a una mujer mature seduce el corazón de las argentinas. Verla agudiza la sensación de júbilo.
En la entrevista que le hizo su hija Brenda, se ve la complicidad que comparten, y cómo la joven pasa de una vergüenza confesa, que podría resumirse en su frase “No googleen a mamá”, a la declaración final: “Aguante mi vieja”. Cuando se refiere a Javier Milei –del que pareciera no ser fan– le da luz verde y agrega: “Ojalá que el hombre que acompañe a mamá en el resto de su vida sea un hombre que refleje los frutos de mucha espera y perseverancia”.
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