Gracias a Dios es viernes

#47 | El copito de Trump

El Gordo Dan: el Saint-Just de Milei. Pepito Cibrián no perdona.

Si algo le faltaba a la campaña americana, era un intento de asesinato a Donald Trump. Y si iba a haber un intento de asesinato a Donald Trump, este sería como fue: teatral. El sábado, durante un discurso en Butler, Pennsylvania, se escucharon tres disparos y Trump se agarró la oreja. Cuatro agentes del Servicio Secreto lo rodearon para sacarlo del escenario, pero él, rapidísimo, con la sangre chorreándole por el costado derecho de la cara, dijo “wait, wait, wait”, levantó el puño y gritó “¡fight, fight, fight!”.

La fotografía de Evan Vucci para la Associated Press ya es un clásico, a la altura de V-J Day in Times Square de Alfred Eisenstaedt, Falling Man de Richard Drew o Raising the Flag on Iwo Jima de Joe Rosenthal, con la que muchos ya la compararon, por la omnipresencia de la bandera.

La puesta en escena había sido tan perfecta, que inmediatamente los antitrumpistas fueron por la teoría conspirativa del autoatentado. Trump parecía demasiado tranquilo, se agachó y se puso ketchup en la oreja, nadie del público salió corriendo.

La hipótesis tenía un problema: el Servicio Secreto encargado de la seguridad era del gobierno actual. Además, apenas se empezó a conocer la enorme cantidad de videos (en esta época tenemos decenas de Zapruders), quedó claro que el atentado había ocurrido, que era real y que Trump se había salvado por milagro. Entonces, los que se agarraron de las teorías conspirativas fueron los trumpistas.

¿Cómo podía ser que Thomas Matthew Crooks, un chico de 20 años, haya podido subirse a un techo a 140 metros del escenario, con un rifle semiautomático, y llegado a disparar tres tiros antes de ser abatido por los francotiradores? Pero hay más: varios videos muestran que la gente del público le avisó a la policía local de la presencia de Crooks en el techo. La policía local dice que alertó al Servicio Secreto y que incluso les mandó una foto.

Para los trumpistas, esto fue deliberado. Hasta Elon Musk lo dijo: “Incompetencia extrema o fue deliberado. En cualquier caso, los dirigentes del Servicio Secreto deben renunciar”.

En Seúl no creemos en las teorías conspirativas, pero evidentemente el Servicio Secreto se mandó un mocazo de proporciones bíblicas y no ocurrió una tragedia de milagro. Esperamos con ganas la serie de Netflix.

Hay una cita que se le atribuye a Kurt Vonnegut, que dice algo así como que el verdadero terror es comprobar un día que tus ex compañeros del secundario están manejando el país. Algo así, pero en lugar de un secundario, podríamos decir de personajes a quienes vimos aparecer, crecer y ganar notoriedad en X, en la época en que se llamaba Twitter. Es decir, cuando ni el Gobierno ni la red social estaban en manos libertarias.

En verdad, el único de estos tuiteros de quien se podría decir que cuenta actualmente con poder real es Santiago Caputo, enfant terrible, Rasputín de las pampas y objeto de la obsesión de Carlos Pagni (siempre tan afecto a los pormenores de la inteligencia y los servicios), a quien no pocos conocieron por su usuario @SnakeDocLives. Otros menos son los que recuerdan algunas leyendas negras que han circulado sobre él, quizás más discretamente en Spaces y otros foros, y también chismes de los que se cuentan en mensajes privados.

Pero hay además una segunda línea de este tipo de personajes, también nacidos al calor de las redes con iniciativas que supieron ganar las simpatías de los más desprevenidos, como asados o eventos solidarios, algo así como Santis Marateas libertarios línea dura. Pues bien, de este otro grupo, el más notorio ha sido y sigue siendo Daniel Parisini, alias Dan, alias El Gordo Dan. Uno que, cuando se reveló como militante de La Libertad Avanza antes de la última campaña presidencial, tuvo la delicadeza de avisar que venían a colonizar el Estado.

Mucho menos afecto al anonimato y al off the record que Santi Snake, a Dan se lo pudo ver en el Congreso el día de la asunción de Javier Milei, por ejemplo, pero también se lo puede ver y escuchar en su propio espacio de streaming: no es el hijo de ningún famoso, pero no estaba dispuesto a perdérsela. Y todo indica además que no se trata de un streaming cualquiera, sino de uno influyente. O, al menos, que presume de ello.

Porque resulta que a Dan, así como solía “lanzar a sus minions” contra todo aquel que osara cuestionarle algo en Twitter –lo cual obligaba a las víctimas del consecuente trolleo a abandonar la polémica en cuestión, rendirse y proceder a bloquear usuarios a mansalva–, ahora se le ha dado por conducir a una suerte de barra brava libertaria que evalúa las acciones y competencias de los funcionarios del Ejecutivo. Algo así como un Comité de Salvación Pública de la época del Terror Francés, con Dan haciendo las veces de Louis de Saint-Just, pero en X y en esta plataforma que porta el elocuente nombre de Carajo.

“Acá, echando gente”, dijo el bueno de Dani. Se refería al ahora ex secretario de Deportes, Julio Garro, también ex intendente cambiemita de La Plata, quien no tuvo mejor idea que abrir la boca sin pedir permiso, sin consultar y sin saber que los muchachos libertarios los prefieren alineados. Más aún si lo que está en juego es el honor, el espíritu y las convicciones más profundas de la Patria, con mayúscula, a la que ninguna potencia colonial podrá mancillar. Y ni que hablar si los colonialistas son todos de Angola.

Pero no fue Garro el primero en ser eyectado, sino que hubo un antecedente con Fernando Vilella, ex secretario de Bioeconomía. ¿Será el último? Quizás estemos exagerando y la lista de tachados que le atribuyen acá a Dan esté algo manipulada, apenas otro ejemplo de clickbait. Igualmente, si nosotros fuésemos funcionarios del Gobierno, trataríamos de tener un poquito de cuidado: es mejor que piensen que sos un inútil mansito que perder el cargo vía X.

Esta semana se desbordó el humor y la brutalidad entró en escena. La libertad de expresión viene siendo hace años un tema central en sociedades avanzadas, como la francesa, diestra en ver la paja en el ojo ajeno, y una cuestión inexistente en países futuristas, como Noruega, donde los ciudadanos poseen Ferraris, Porsches y autos que se manejan solos para ir a esquiar a sus cabañas de fin de semana, pero se ponen en cuatro patas para limpiar el inodoro. En nuestro país del sur, mientras el futuro tarda en llegar, los streaming, territorio de la juventud, florecen como hongos después de la lluvia. Generar contenido se ha vuelto una carrera de alto riesgo, un borde peligroso que todos están dispuestos a caminar con tal de que el algoritmo los mire. Todo a cambio de ser viral.

En el caso de Toto Kirzner, en Olga, el error parece haber sido replicar un momento ya existente y asqueroso de la televisión argentina, que fue cuando Pepito Cibrián le contó a Susana Giménez en Canal 9 que quería adoptar un chico con Santiago, su pareja, pero eran cuestionados por su orientación sexual. La placa dice: “Matrimonio gay: la derecha vs. los derechos” y la conversación, aunque cueste imaginarla en un living, llega al tal punto ilustrativo que Pepito termina citando a una niña de ocho años obligada a prostituirse –y estas son las palabras textuales que Cibrián reproduce al aire sin ningún vip que lo interrumpa–: “Yo por dos pesos te chupo la pija”. A continuación viene el dilema atroz, hoy viral: “Ante esto, ¿vos qué preferirías? ¿Calle o Pepe?”. Susana no va a poder responder sin dejar de lado su gracia natural: “¡Pepe!”.

Sabrina Rojas, desde Intrusoscondena a los jóvenes de Olga. No entiende cómo alguien puede poner en una misma frase la palabra “nena” y la palabra “pete” sin darse cuenta del horror que acaba de cometer, aunque debió haber dicho “nena” y “pija”, dado que la palabra “pete” en ningún momento del archivo es pronunciada. Rojas se confunde quizá, y al hacerlo toca sin querer el meollo de la cuestión, con la disyuntiva (por demás infeliz) del propio Cibrián al decir “¿calle o Pepe?”. De Olga, lo más border es un comentario al chiste, entre las risas, que dice la chica que actúa de Susana: “Que la niña petera tenga un lugar donde dormir”. Cibrián, en su descargo de ira, retoma textualmente el sintagma y exhorta a los chicos de Olga que se disculpen “con la niña petera”. Rojas no parece contemplar a Pepe, sino a los adolescentes pasaditos del streaming cuando concluye con la autoridad de una madre: “Hay que reeducar (…) Y hay chistes que ni siquiera en la privacidad se hacen”.

Toto, por su lado, se disculpó y no tardó en mencionar los abusos que sufrió de chico como prueba fehaciente de su humanidad. Pepito, sin embargo, no perdona.

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