Desde hace algunas semanas se han empezado a acumular las noticias relacionadas con recortes del Gobierno a la planta de empleados públicos. Lo que en un principio parecía ser una suerte de show más vinculado a la “batalla cultural” (el ¿cierre? del INADI, el ¿cierre? de la agencia Télam), empieza a parecerse más a una política ejecutada como parte de un plan.
Así, con la sucesión de anuncios de ministros, voceros y del propio presidente –como ya es habitual, todos oscilando entre la grandilocuencia y las contradicciones–, el sindicalismo encontró una excusa ideal para salir a estirar los músculos. Después de todo, aquel primer paro general en tiempo récord para un gobierno recién asumido ya parece historia antigua al ritmo de los acontecimientos locales, y lo cierto es que este tipo de manifestaciones públicas son como un Alcoyana-Alcoyana para los militantes de la calle y los funcionarios de Seguridad. Algo así como un juego de rol en el que unos hacen como que protestan y los otros hacen como que reprimen. Así, el miércoles ATE anunció “tomas masivas” de ministerios y el Gobierno advirtió que el protocolo no se mancha. Al final, un poco de bombo, unos empujones con la policía y listo, tarea cumplida y todos a casa, como quería el General.
Pero claro que, siempre que se trate de la Argentina, las cosas son efectivamente más complejas y los fenómenos más visibles son apenas la punta del iceberg. Por un lado, están los datos incontrastables. El más obvio: la política de sobredimensionamiento del Estado en todas sus formas y niveles que durante años llevó adelante el kirchnerismo no podía mantenerse mucho tiempo más sin suscitar una crisis demasiado profunda o, quizás, un estallido hiperinflacionario. Y el dato que nos amarga: después de intentar y fracasar con el bisturí gradualista, para después del Episodio III del kirchnerismo teníamos prevista alguna estrategia de shock, sin tener muy en claro con qué herramienta. Pero perdimos. Y entonces llega el dato que comprobamos todos los días: de la herramienta de los que ganaron y están ejecutando el shock se dice que es una motosierra, pero se parece más al cuello de una botella de vidrio rota contra un cordón.
Sobre el empleo público, culpables e inocentes, víctimas y victimarios quizás no haya mucho más que decir que lo que leímos en este hilo en X. Sobre cómo seguirán las cosas, la tolerancia social al ajuste, el rebote o no de la economía, vaya uno a saber: se puede decir cualquier cosa y ninguna parece del todo descabellada. Seguiremos esperando lo mejor y temiendo lo peor.
En cualquier caso, hay un par de preguntas que valen también para el otro elefante que ya todos vimos que rompió el bazar (el sistema previsional, claro). La primera es ingenua, pero nos la vamos a permitir porque la respuesta es obvia y más fácil que preguntarnos por las causas subyacentes: ¿hacía falta que la situación llegara hasta este punto? La segunda es: si las cosas salen mal, ¿vamos a tener otra reacción pendular que nos lleve a algún otro extremo loco o vamos a darle una chance al camino intermedio, con gente con capacidad y recursos como para hacer las cosas bien? Tampoco tuvimos tanto tiempo, después de todo.
El sábado, en el medio del feriado extra large, el ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires Nicolás Kreplak publicó en X el trailer de un documental que “retrata la gestión de la pandemia en PBA”. Pandemia: gestionar lo desconocido, que se va a estrenar el 17 de abril, es una película de propaganda dirigida por él mismo (qué polifacético el ministro), con entrevistas al gobernador Axel Kicillof, críticas a las marchas opositoras y un tono épico, producida por una tal Fundación Soberanía Sanitaria.
Como se ve, kirchnerismo de máxima pureza. Aquellos que dicen que el antikirchnerismo ha pasado de moda harían bien en ver este trailer: sigue vivo, atrincherado en la inviable provincia de Buenos Aires, con todos sus vicios y virtudes (ninguna). Y no sólo eso. Aunque no somos afectos a las teorías conspirativas, no nos parece casualidad que al día siguiente Kreplak haya tuiteado una noticia de esa semana publicada en el sitio Medscape que reproducía a su vez un informe de The Lancet del mes anterior sobre los efectos del covid en la expectativa de vida y en el incremento en la mortalidad, que decía que la Argentina sufrió un impacto relativamente bajo.
Ni el informe de The Lancet ni la nota de Medscape decían que esto se debiera al manejo gubernamental de la pandemia, sólo consignaban el dato, sin atribuirle causalidad. Obviamente Kreplak lo presentó así: “Argentina entre los países que mejor manejaron la pandemia. No lo digo yo, lo dice un estudio publicado en The Lancet”. Sí, lo decís vos, Kreplak
Que Kreplak mienta o tergiverse no sorprende tanto (aunque nosotros, que somos ingenuos, no perdemos la capacidad de sorpresa), pero lo peor son los que con aparente buena intención (otra vez, qué ingenuos somos) se suben a la mentira. Fue el caso de nuestro amigo Ernesto Tenenbaum, que repitió lo que dijo Kreplak, no sabemos si porque no entró a leer la nota de Medscape o por qué otro motivo: “Según estudios científicos la Argentina fue uno de los países que mejor cuidó la vida de sus habitantes ante la amenaza fel covid, en todo el mundo occidental. Para debatir en serio fuera de la chicana política y la venta de humo”. Lo más gracioso fue que cuando le hicieron ver que no era eso lo que decía la nota, agregó: “Yo no abrí juicio sobre las causas. Pero el dato es impresionante. Algo habrá tenido que ver la gestión. Pero no soy especialista. Igual, los números son muy contundentes. Demoledores, diría yo. Más frente a todas las barbaridades que se dijeron”. ¿Abre juicio sobre las causas o no? ¿Tuvo que ver la gestión o no? Acá Nicolás Ajzenman explica por qué el dato de “exceso de muertes” no necesariamente dice nada sobre qué tan efectiva fue la gestión de un país sobre la pandemia.
La cosa es que entre el documental y este informe difundido ahora (recordemos: es de hace un mes) y leído tendenciosamente, pareciera haber una movida kirchnerista para lavar la cara de su actuación durante la pandemia del covid, sobre todo en comparación a la actuación del gobierno actual ante la epidemia de dengue. No vamos a defender al gobierno actual, pero respecto de la epidemia de covid: no pasarán.
Otro acontecimiento kirchnerista à la 2012 fue la charla que organizó la agrupación Soberanxs, liderada por la exembajadora en Venezuela Alicia Castro, cuyo título es elocuente: “¿Corresponde juicio político al presidente Javier Milei?”. Obviamente la pregunta era retórica, porque todos los asistentes creían que sí. Ellos eran el abogado Maximiliano Rusconi, que defendió a Julio De Vido, el excamarista Carlos Rozanski, que renunció en 2016 para evitar ser acusado por mal desempeño, el constitucionalista Eduardo Barcesat, que defendió a Amado Boudou y al dueño de Electroingeniería Gerardo Ferreira, y el abogado José Manuel Ubeira, que patrocina a la exvicepresidenta Cristina Fernández en la causa que investiga su intento de asesinato. Moderó Cynthia García. Todas las voces.
La crónica de Hernán Cappiello en La Nación no tiene desperdicio y recomendamos que la leas, pero vamos a reproducir acá las textuales más jugosas:
Barcesat: “Nos han entregado a la voracidad del capital extranjero internacional, la propuesta es destruir el Estado para poner el gobierno en manos de CEOs, de empresas, de los fondos buitres y el FMI y que capitaneen la extracción de los recursos naturales”.
Rozanski: “La legitimidad de origen le dura 24 horas, hasta la jura. Luego a la primera macana que se mande ya pierde legitimidad. Nunca se hizo tanto daño en tan poco tiempo, la legitimidad de origen en el caso Milei fueron 24 horas”.
Ubeira: “(El Congreso) es el que tiene que ejercer la representación nuestra y ser la garantía de que no nos van a rematar el país, de que los zurdos de mierda vamos a poder sobrevivir, los que pensamos diferente, las mujeres con sus derechos sobre sus cuerpos. (…) Estoy más preocupado por lo que no hacen los que nosotros votamos, que por lo que hacen los otros”.
La crónica de Cappiello termina con una maldad: dice que la mayoría de los asistentes superaban los 50 años. Nosotros no queremos ser malos y en todo caso celebramos que ahora le busquen la vuelta legal e institucional al golpismo en lugar de tirar piedras u organizar saqueos. Es un avance enorme.
El frío llega con aumento: esta fue una semana marcada por la disonancia entre el discurso político y la realidad tangible. El reciente anuncio del aumento de las tarifas de gas, con subas desde el 350%, despertó una oleada de preocupación más que legítima. El Gobierno justifica este aumento como parte de un esfuerzo por el sinceramiento de precios y la reestructuración del sistema de subsidios, principios más que nobles. Es cierto que es necesario alinear los precios del gas con los costos reales de producción y distribución. El problema es la magnitud: las tarifas deben ser pagables por los usuarios.
Este tarifazo, que llega en momentos donde el bolsillo del ciudadano medio ya está más que ajustado, no hace más que recalcar la brecha entre las promesas de alivio económico y la realidad de una administración que parece decidida a equilibrar sus cuentas a costa de ciertos consensos sólidos sobre justicia y equidad. ¿Hasta cuándo el espejismo del bienestar colectivo se sostendrá sobre pilares tan frágiles? El desafío está en encontrar un equilibrio.
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