Gracias a Dios es viernes

#23 | La patota de un hombre solo

Bella Hadid, refugiada palestina. El gesto político de Emilia Mernes.

Empezó a sesionar el Congreso para aprobar la Ley Bases y, como no podía ser de otra manera, el kirchnerismo y la izquierda aprovecharon para crear la ilusión de que “el pueblo” está en contra organizando desmanes en las inmediaciones. Hace apenas 75 días que ese pueblo eligió a Javier Milei por 56% a 44% para que haga más o menos lo que está haciendo, y la Ley bajó al recinto con unas cuantas modificaciones negociadas en las comisiones con los partidos opositores. Ahora se discute en el Congreso, la democracia funciona.

Pero cuando un sector político es tan antidemocrático como para no reconocer la legitimidad de su adversario, se siente con derecho a ejercer la violencia. Pasó hace poco más de cinco años, con las famosas 14 toneladas de piedras, cuando protestaban por una ley de ajuste a los jubilados que terminó siendo más beneficiosa que la no-ley del gobierno de Alberto Fernández, y pasó el miércoles, aunque con hechos aislados y mucho menos graves.

Un hombre le tiró una trompada desde atrás al militante libertario Patricio Chazarreta, que simplemente pasaba por ahí. Después se supo quién era: se trata de Gastón Garriga, periodista perteneciente a la “organización de comunicadores peronistas” Nomeolvides, colaborador de Página/12, de FM La Patriada y director comercial de la radio de Las Madres de Plaza de Mayo. Todo el combo.

También fue agredido el periodista de TN Manu Jove, el legislador porteño de La Libertad Avanza Ramiro Marra y el diputado también oficialista Bertie Benegas Lynch, a quien le gritaron, entre otras cosas, “te vamos a colgar”.

Todo esto contrastó con la denuncia de los diputados de izquierda Nicolás del Caño y Myriam Bregman por los insultos recibidos en el recinto por un empresario que había ido a apoyar la Ley. La estrategia se repite siempre: pegan patadas y después se tiran al suelo y piden penal. Durante los gobiernos kirchneristas los palcos del Congreso estaban repletos de sindicalistas y militantes que insultaban, gritaban y hacían gestos obscenos. Eso, por supuesto, no es un argumento para justificar que ahora se haga lo mismo, pero es que no se hizo: en el palco había una sola persona, el empresario Tomás Agote, que ni siquiera insultó y apenas ocurrió el incidente fue desalojado. Eso no impidió que La Izquierda Diario calificara a Agote como “patota” (una patota de un hombre solo) y el presidente de la Juventud Radical de la Ciudad de Buenos Aires, Agustín Rombolá, hablara de “fuerzas de choque”. Todo esto, recordamos, mientras afuera escupían periodistas y les pegaban trompadas a militantes libertarios.

Rombolá está levantando su perfil como el Ofelia Fernández del radicalismo (es decir: bocón, kirchnerista, pero lejos del poder) y el miércoles fue su terremoto de San Juan cuando la Policía Federal detuvo a cuatro militantes radicales por cortar la Av. Entre Ríos. Todo el radicalismo salió al unísono y él siempre un tono más arriba: “Exigimos a @PatoBullrich la LIBERACIÓN INMEDIATA de Ivana Bunge, militante radical ilegalmente detenida. Estamos trabajando por todos los medios para contáctanos y acceder a su ubicación. @Jmilei y Bullrich: son responsables por la integridad de Ivana y todos los detenidos”.

Lo cierto es que las cuatro chicas pasaron la noche en gayola y ayer a la mañana publicaron un video en el que dicen: “En la última dependencia donde estuvimos, estuvimos cuidadas, protegidas, asistidas”. Una decepción para Rombolá, seguramente.

La Corte Internacional de Justicia de La Haya emitió un fallo aparentemente salomónico (mañana el jurista Andrés Rosler lo diseccionará en nuestra edición dominical) en el caso de la denuncia de Sudáfrica a Israel por presunto genocidio: no ordenó el alto el fuego, pero dijo que Israel debe evitar cometer genocidio. El sentido común dice que si ordenó “evitar cometer genocidio” es porque reconoce que no lo está cometiendo, pero tampoco aceptó descartarlo de plano.

Pero la noticia de esta semana es que finalmente cayó en desgracia la UNRWA (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo), denunciada desde hace muchos años por tener lazos con el terrorismo islámico y perpetuar en los palestinos el odio a los judíos, agravando el problema en lugar de mitigándolo.

Un informe de inteligencia israelí entregado al gobierno de Estados Unidos (cuyos detalles publicó el New York Times el domingo) revela que 12 empleados de la UNRWA participaron de la masacre del 7 de octubre. El informe es tan creíble que la ONU los despidió enseguida y Estados Unidos congeló la ayuda económica. Esto provocó un efecto dominó: al momento, 16 países y la Unión Europea dejaron de aportar plata.

El martes, Hillel Neuer, el director ejecutivo de UN Watch (una organización dedicada a denunciar el sesgo antiisraelí de la ONU), dio un testimonio contundente ante el Congreso de Estados Unidos para pedir que la UNRWA sea disuelta no sólo porque sus lazos con el terrorismo van mucho más allá de esos 12 empleados, sino también porque el propósito mismo de la UNRWA es contrario a la paz: “Es decirles a los palestinos que la guerra del ’48 no terminó. No usen cemento para construir casas, hospitales y escuelas en Gaza. Úsenlo para construir cientos de kilómetros de túneles de terror para entrar a Israel, para invadir Israel, para volver a sus hogares. Ese es el mensaje de UNRWA. No deberían sorprenderse por el 7 de octubre, porque ese es el mensaje que recibieron estos palestinos por más de 70 años en las escuelas de la UNRWA”.

Esto último que dijo Neuer es clave. La UNRWA considera refugiado a todo aquel que fue desplazado de su hogar durante la guerra del ’48 y también a sus descendientes. De esa manera, técnicamente, la modelo Bella Hadid es una refugiada palestina: nació en Washington D.C. pero es hija de Mohamed Hadid, que nació en Nazaret en 1948 y cuya familia huyó al Líbano y luego a Siria porque no querían vivir bajo la ocupación israelí. Después se fue a Estados Unidos y se hizo millonario como promotor inmobiliario. Ahora se la pasa publicando mensajes antijudíos en Instagram, pero por lo menos no decapitó ni violó a nadie. Es que la democracia capitalista y liberal te hace mejor persona.

La semana pasada se viralizó un fragmento de una entrevista que dio la cantante Emilia Mernes en España. Al final (como dicta el manual para las preguntas polémicas, por si el entrevistado se enoja y se va), la periodista le pregunta: “En España hemos visto que varios artistas de aquí han mostrado su apoyo a la cultura argentina que en estos momentos puede sufrir recortes por el nuevo gobierno de Milei, entonces mi pregunta es como mujer, argentina y artista cómo estas viviendo todo esto…”

Emilia primero sonríe, pero cuando escucha la palabra “Milei” inclina la cabeza y pide socorro a su agente de prensa (fuera de cámara) con la mirada, que pronta acude en su ayuda: “No vamos a hablar de política, disculpame”. Emilia vuelve a sonreír.

Las redes se dividieron entre quienes bancaron la decisión de Emilia Mernes de no hablar de política y quienes la acusaron de tibia. En una época en la que los artistas opinan hasta de la tasa de interés del Banco Central y en la que la cantinela de que “todo es político” se venía repitiendo como un versito, una artista joven que decide mantenerse completamente al margen de ese barro parece refrescante.

También es cierto que el pánico a decir algo inconveniente (probablemente a decir que no es de izquierda, o que Milei no le parece el Diablo) es un síntoma del estado de las cosas. ¿Llegará el momento en que un artista no corra el riesgo de ser “cancelado” por no opinar como dicta la norma? Parece difícil, porque hay que reconocer que el problema es mundial.

 

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