El documento del fiscal especial del Distrito de Columbia empieza como tantos otros, con las formas y estilo típicamente jurídicos. Pero enseguida puede advertirse que no trata de una acusación cualquiera: “1. El acusado, Donald J. Trump, era el 44° presidente de los Estados Unidos de América y candidato a la reelección en 2020. El acusado perdió la elección presidencial. 2. A pesar de haber perdido, el acusado estaba decidido a permanecer en el poder. Así, durante los dos meses siguientes a la elección del 3 de noviembre de 2020, el acusado difundió mentiras acerca de un fraude que habría alterado el resultado de unas elecciones que aseguraba haber ganado. Sus reclamos eran falsos, y el acusado sabía que eran falsos”.
No es ésta la primera causa judicial que debe enfrentar Trump (y no será la última, por cierto). Pero la lista de los cargos que se le imputan al ex presidente en este caso en particular no tienen antecedentes en la historia de la primera y más importante de las democracias modernas: conspiración para defraudar al gobierno de Estados Unidos, conspiración para bloquear un acto oficial, obstrucción de un acto oficial y conspiración para vulnerar los derechos constitucionales, específicamente el derecho a voto. En lenguaje llano: haber intentado un golpe de Estado.
Que todo este embrollo merezca apenas un mínimo de atención en los medios argentinos puede que se deba a que estamos en medio del vértigo de la campaña a menos de dos semanas de las PASO; a que estamos todos absortos ante esta crisis económica de la que no recordamos el principio y a la que no le adivinamos un final; también a que a nuestras pequeñas y provincianas mentes ya no parece importarles nada que suceda mucho más lejos de nuestras narices (acerca de esto, no dejan de llamarnos la atención el espacio que nuestros diarios les reservaban a los asuntos internacionales al menos hasta los años ’80). Pero lo cierto es que los principales medios del mundo sí le dedican un espacio generoso a un proceso legal que se perfila como otro capítulo importante en la novela del ascenso y omnipresencia de Trump, una suerte de trauma autoinfligido en la sociedad americana.
Sucede que la polarización extrema en este panorama político es como un huracán que se alimenta de todo lo que absorbe y no parece haber escándalo que sirva para detenerlo, ni siquiera un evento tan grotesco como aquel del 6 de enero de 2020 en el Capitolio, o que un ex presidente deba responder por ello ante un tribunal. “¡Lawfare, persecución judicial, proscripción!” podrían gritar los fanáticos trumpistas a la manera de los cristinistas, pero lo cierto es que en las leyes americanas no hay nada que le impida a un procesado o incluso a un condenado a presentarse nuevamente como candidato a presidente.
El resultado inmediato de esta noticia es que las bases más activas del Partido Republicano, la gran mayoría de sus principales figuras y hasta los rivales internos de Trump en las próximas primarias insisten una y otra vez con su inocencia y con el argumento de un complot demócrata. Así las cosas y de acuerdo a todas las encuestas, que este buen hombre deba responder por haber intentado un autogolpe no le impide seguir siendo el cómodo líder en la competencia por la próxima nominación republicana y un rival temible para Joe Biden, quien seguramente se preguntará cómo puede ser posible que deba volver a enfrentar al Agente Naranja, incluso cuando sobran los indicios de que su gobierno y la Fed han logrado al fin encarrilar la economía, estúpido. Pero la política y las profecías autocumplidas suelen obrar de maneras misteriosas.
La muerte del comediante Paul Reubens fue anunciada por los medios con una congoja generalizada que nos parece un poco hipócrita. Es cierto que los periodistas no son los mismos que se burlaron de él en 1991, cuando fue arrestado por “exhibicionismo” en un cine para adultos, pero sí son los mismos que juzgan hoy a otras celebridades por comportamientos que ellos consideran que transgreden la moral y las buenas costumbres actuales. Se podría decir que Reubens, que murió el domingo a los 70 años, fue el primer cancelado.
Por si no conocés la historia, acá va una síntesis. Reubens fue el creador de un personaje cómico genial entre inocente y picaresco, delirante en la tradición de Andy Kaufman, llamado Pee-wee Herman, que nació en los teatros de stand up de Los Ángeles en 1980. Al año siguiente hizo su primer especial de HBO y después de varias apariciones en el late night de David Letterman debutó en el cine con Pee-wee’s Big Adventure, a la sazón primera película de un tal Tim Burton. Para ese momento el personaje había virado hacia un público más infantil, y a partir de 1986 condujo en las mañanas de la CBS el programa para niños Pee-wee’s Playhouse.
Por eso el arresto en el cine para adultos de Sarasota, Florida, fue un escándalo y lo obligó a abandonar el personaje. Disney le canceló un contrato, la CBS dejó de emitir las repeticiones del programa y la prensa que hoy lo llora se hizo un festín. Muchos de sus amigos lo defendieron y unos meses después se dio el gusto de abrir los MTV Video Music Awards diciendo: “¿Escucharon algún buen chiste últimamente? ¿Escucharon ese? Fue tan gracioso que olvidé reírme”. Pero su carrera no volvió a ser la misma. Y Pee-wee quedó enterrado.
Hasta 2016, año en que Judd Apatow le produjo el gran regreso, Pee-wee’s Big Holiday, que se puede ver en Netflix y terminó siendo también su última película. Y vale la pena verla, porque Pee-wee recupera la picardía de los sótanos angelinos e insinúa también muy sutilmente una salida del closet; porque sí, el escándalo de los ’90 también tuvo su cuota de homofobia.
¡Feliz cumple, ministro y candidato Sergio Massa! El inefable crédito del Tigre cumple un año exhibiendo su versatilidad al frente de la cartera de Economía y como virtual ministro plenipotenciario del Ejecutivo en ausencia de los más protocolares presidente y vice Fernández & Fernández. Tras un año de febriles gestiones y de haber evitado que volara todo por el aire en incontables ocasiones, vemos aquí algunos resultados medidos en cifras: 1.200.000 nuevos pobres, inflación rondando el 120% anual y un dólar blue que pasó de los 298 pesos de papel falsificado por el Banco Central de Miguel Pesce el Inamovible a los 570 y subiendo (más del 90%). Y a los famosos cuatro ejes de su gestión no les ha ido mucho mejor que digamos.
No son pocos los que en las redes sociales y en los grupos de WhatsApp se preguntan con sorna cómo podría haber sido posible que el radicalismo fuera a las elecciones de 1989 con Juan Vital Sourrouille como candidato presidencial. Pero desde luego que todos sabemos que parte de la gracia de estas humoradas es que en la Argentina sigue instalada la idea de que el sistema político argentino es esencialmente peronista y que se rige por las reglas que éste le impone. De la oposición republicana siempre se espera más, se sabe. Y por ese “más” se entiende jugar con la cancha inclinada en grados imposibles.
Por eso, aunque hasta en el propio gobierno esperan un resultado adverso en las próximas PASO y Juntos por el Cambio llega a esta instancia luego de varias victorias interesantes en provincias en las que no solía ganar, son pocos los que se atreven a pronosticar que el peronismo unido pueda quedar por debajo de ese piso histórico que se calcula en torno al 35% del electorado.
¿Podría llegar a pasar algo la semana próxima que altere sustancialmente el escenario previsto para las PASO? Difícil saberlo. El peso continúa devaluándose contra todos los tipos de dólar que existen, el oficial incluido. Pero, más allá de este indicador, lo que resulta realmente extraño es observar cómo el Gobierno le entregó esa bomba de plutonio a su candidato presidencial con la única ambición de que ésta no se sacuda demasiado y no estalle. El FMI parece haber planteado que todo tiene un límite y que no le puede dar carta blanca a la Argentina para un incumplimiento tras otro. La máxima contribución para evitar el estallido fue un staff level agreement que de ningún modo implica un adelanto de desembolsos, y todo esto con condiciones que implican lo que el kirchnerismo jamás podría aceptar voluntariamente: ajuste y devaluación. ¿Y entonces, qué hacemos?
Entonces, nada. Ajuste, sólo para ciertos sectores medios y altos, y devaluación, sí, pero disfrazada en una nueva maraña de regulaciones imposibles. La nada en la que estamos se parece cada día más a una cuarentena pero con libertad ambulatoria, a una fase cero sin barbijos, un feriado interminable en el que seguimos yendo a trabajar. Porque así como “no hay dólares”, tampoco hay insumos, desaparecieron los precios de referencia, los stocks se consumen y no se reponen, los turnos médicos son sólo para particulares y las góndolas de los supermercados parecen las del Berlín de 1948.
Para que las cosas sigan en familia, qué mejor que ocuparnos también de la primera dama superministerial y mandamás de AySA, doña Malena Galmarini. Consultada acerca de su gestión al frente de la empresa estatal de aguas, Malena no tuvo empacho en reconocer que, en lo que respecta al Tigre, su patria chica, no dudó en poner “un poco más el ojo, un poco más el corazón y un poco más de recursos”.
Nunca deja de ser un espectáculo conmovedor la naturalidad con la que el peronismo asimila su existencia misma a la del Estado y la nación. El Estado es de Ellos, el Estado son Ellos, y no habrá ni Dios ni patria que se lo demanden. Cómo no entender entonces que, si para combatir al bicho no venía mal un poco más de cloro, siempre va a ser mejor además que el cloro provenga de manos amigas.
Pero a no alarmarnos: si todo sale bien, es probable que pronto llegue la época en la que todos nos preocuparemos seriamente por la idoneidad de los funcionarios públicos, por la composición de su cartera de acciones, por sus eventuales conflictos de intereses y hasta por sus golosinas preferidas.
Esta carta blanca del peronismo para hacer y deshacer a gusto y placer suele estar limitada, sin embargo, a los confines del territorio nacional, más o menos como esas promos y sorteos de los bancos y los supermercados. Que lo diga si no el bueno de Dady Brieva, para quien la República Oriental del Uruguay estuvo lejos de ser una más de las otrora Provincias Unidas. Lo que encontró en verdad fue una jurisdicción furiosamente independiente y con una actitud hostil.
El ex Midachi estaba en plena gira promocional por radios y canales de televisión montevideanos, cuando inesperadamente debió hacerse cargo de algunas facturas vencidas que no terminaron de la mejor manera (al menos para él). Primero fue en la versión local de Polémica en el bar (¡hay una versión uruguaya de Polémica en el bar!), emisión que transcurría en un clima de general cordialidad hasta que se empezaron a discutir ciertas cuestiones de la política bilateral. Fue entonces cuando una participante de la mesa decidió que no se iba a callar nada y procedió a cantarle las 40 a Dady por los puentes cerrados por Néstor, por las pasteras y por todo el PBI que quedó del lado oriental.
Llegó luego otra entrevista televisiva, y en este caso al santafesino de prominente mentón le tocó pagar los platos rotos por los dichos de su no tan querido presidente Alberto, quien en otra notable muestra de su jerarquía como estadista comentó hace algunas semanas que de las canillas uruguayas no salía agua ni ninguna otra sustancia semejante. Pues bien, fue en este caso Antonio Maeso, conductor del programa Buscadores, el dispuesto a no dejar más cuentas pendientes con los argentinos sobrados de líquido, pero no de moneda dura.
La mano venía difícil, pero el argentino no se achicaba. Es más, fue al programa radial Malos pensamientos, de Orlando Petinatti, y hasta se animó a reprocharles algunos comportamientos a los orientales que cruzan el charco para aprovisionarse de todo tipo de productos básicos aprovechando el cambio favorable. Lo interesante del caso es que Dady, en una nueva versión de la interpretación de la economía y el comercio internacional como un juego de suma cero, dijo algo así como que los uruguayos debían agradecer que a los argentinos les fuera “mal” para que a ellos les fuera “bien”. ¿A quién debían agradecerle? “A Alberto Fern… A CRISTINA”. Así que, ya lo saben, nos va mal por culpa de Cristina. Bienvenido Dady Brieva a Juntos por el Cambio.
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