Gracias a Dios es viernes

#74 | Lijo: “Me anotó un amigo”

Volvé, Sabbatella, te perdonamos. Larreta: we're just not that into you. Boca: al menos no gobierna la derecha.

No hay argumentos racionales que justifiquen el empecinamiento del Gobierno para sostener la nominación del juez federal Ariel Lijo a la Corte Suprema de Justicia, motivo por el cual su designación en comisión por decreto del Ejecutivo bordea ya el despropósito.

Si de especulaciones se trata, las más oscuras podrían apuntar a una eventual vocación del Gobierno por la impunidad o el contubernio, o quizás a un intercambio de favores con el kirchnerismo. Nunca se puede descartar nada, pero si se tratare de lo segundo ya quedó claro que ese pacto se cayó en alguna parte de las negociaciones.

Lo más probable y a lo que apunta la lógica de la famosa navaja (y no descubrimos en modo alguno la pólvora, sino que es una hipótesis que se menciona en los medios), es que algún vivillo de los que no suelen faltar (Lorenzetti) le vendió a Milei un buzón del tamaño del Palacio Libertad con el tocuén de la gobernabilidad y coso. Entonces, ante una nueva encerrona política, otra vez el chiste de salir del laberinto por arriba. Retroceder nunca, rendirse jamás.

Un problema inmediato: el recurso de jugar una y otra vez al chicken game por los motivos más variados puede salir bien muchas veces. Hasta el día en que sale mal, en cuyo caso una opción puede ser levantarse del piso lleno de tierra y con cara de… gallina. La otra opción, directamente estrellarse en el precipicio. Y lo preguntamos con toda honestidad: ¿vale la pena estrellarse por alguien tan corrupto desprestigiado como Lijo?

A todo esto, y como para que no queden dudas de que sigue acelerando en las curvas, desde el oficialismo insisten en que, pese a que hasta ahora el único en jurar fue García-Mansilla, desde la publicación del decreto con su designación consideran a Lijo ya como a un juez de la Corte, por lo que será invitado en calidad de tal el sábado a la Asamblea Legislativa.

¿Con qué cara lo mirarán los otros jueces en el recinto? Es más, ¿y qué cara va a poner el propio Lijo? Imaginamos algo así.

Si algo faltaba para alimentar la idea de algunos de que este gobierno es igual al kirchnerismo, era precisamente un enfrentamiento con el Grupo Clarín. Como un déjà vu de 2010, la palabra “monopolio” vuelve a aparecer en el discurso público, aunque esta vez un poco mejor usada. Los K revoleaban el epíteto con liviandad, pero ahora si Telecom se queda con Telefónica, va a acaparar el 70% del mercado.

El presidente odia al Estado y vino a destruirlo, pero en este caso parece que le será de utilidad para algo tan liberal como promover la libre competencia. Por eso el Gobierno anunció que el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) y la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (CNDC) van a intervenir y tomar medidas para evitarlo.

Hasta ahí se podría decir que todo bien, más allá de las chicanas que podríamos formular. Los monopolios no están bien. El tema es que resulta imposible no sospechar que esto forma parte de la inquina del Gobierno con la prensa. La cuenta de X atribuida a Santiago Caputo ironizó subiendo una foto de la década pasada —que muchos tomaron en serio— de la barrabrava de River desplegando una bandera que decía “Clarín miente”.

Por otra parte, el texto del comunicado fue raro. Dice que un monopolio iría en contra de la libre competencia y “atentaría contra el proceso desinflacionario que está atravesando la Argentina”. No es algo que dice al pasar, porque incluso da números: dice que, en el segmento de las comunicaciones, pasó de una inflación del 15,6% en diciembre de 2023 a una del 2,3% el mes pasado. ¿No era que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario?

En fin, no sabemos quién habrá escrito ese comunicado. Lo cierto es que veremos en los próximos meses una batalla que será de todo menos limpia. ¿Reaparecerá el abogado colorado? Volvé, Sabbatella, te perdonamos.

Hace dos veranos lo veíamos tomar clases de surf en Chapadmalal y conversar del futuro del país en una mesa de chetos. Hoy reaparece en la escena política argentina con una nueva misión: transmitirle a un pueblo que no lo votó sus últimos aprendizajes en las aguas del fracaso.

Como dijo Pergolini sobre el reality de Tinelli: “Hay que aprender a no ser”. De eso nos habla Horacio, que pasó de tener el teléfono explotado a estar todo el día pensando que se rompió. Ya no suena más. Los mismos que antes lo acompañaban a correr a las seis de la mañana con tal de robarle diez minutos de su día, hoy le clavan el visto.

Para Larreta lo que le pasa a Larreta es importantísimo, y lo que no parece detectar es que su situación personal no es metonimia de la nación. A él, haber querido ser presidente desde los diez años le parece un argumento clave en su carrera por el sillón de Rivadavia. Un aspecto perturbador, tal vez fruto de su lado aparato, es que no sepa distinguir entre sus propios deseos y las necesidades de la patria.

Con la obsesión de quién se autopercibe destinado, Horacio Rodríguez Larreta nos cuenta su encuentro con la realidad. Spoiler: la realidad no parecería haberlo afectado tanto. Las mismas cosas que dijo ya las había dicho antes, el único dato nuevo es su capacidad de repetición robótica, palabra por palabra, de la misma manera, respetando los tonos, como si estuviera programado.

Si lo vemos de nuevo es porque sigue sin escuchar una respuesta que el pueblo ya no sabe cómo darle: no es por rata, no es por alienígena, we’re just not that into you.

Boquita, el peronismo de nuestro fútbol, está en problemas. El martes se quedó merecidamente afuera de la Copa Libertadores, recién arrancando, contra Alianza Lima y el club y las redes son un polvorín. El equipo juega mal, pasan los técnicos, pasan los jugadores, y sigue jugando mal. La próxima chance de ganar la Libertadores, único torneo que realmente excita a sus hinchas (y que Boca no gana desde 2007), será a fines de 2026. El plantel es inexpresivo, el nuevo-viejo técnico es depresivo. Los hinchas se agarran de los pelos (¡hagan algo!), pero ahora, finalmente, empiezan a apuntar sus dardos contra el verdadero responsable, Juan Román Riquelme, reelecto por amplia mayoría hace poco más de un año.

Quizás el mayor ídolo moderno de Boca, Riquelme venía zafando de la ira de los hinchas. El excelente youtuber Davoo Xeneize, bostero fanático pero analista racional, admirador de Román, ha empezado a reconocer que “la dirigencia” es parte del problema. Y que ya no queda otra explicación. El estilo indolente de Riquelme, basado en la intuición, el folklore del fulbo y las charlas de asado, no está generando resultados. En Boca no hay método, no hay rigor, no hay planificación. Todo se hace a los ponchazos. “Al menos no gobierna la derecha”, se consolaban algunos hinchas hace un tiempo, tras la derrota de la fórmula Ibarra-Macri. Ya no.

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