Como en un déjà vu del año 2019, ya empiezan a caer las solicitadas de artistas e intelectuales llamando a votar al peronismo para que no gane “la derecha” (en este caso, la “ultraderecha”). Sergio Tomás Massa es el nuevo Alberto Ángel Fernández, la nueva esperanza del progresismo ávido de comprar espejitos de colores. El otro era el fana del Bicho, el profesor, el que tocaba canciones de Litto Nebbia en la guitarra; este es un tipo tranquilo, de tono apacible. Como dijo el finado Carlos Busqued (el San Cayetano de los resentidos, según Esteban Schmidt): “Cuando parecía que la situación no podía empeorar empezó a llegar el repudio de los colectivos de artistas”.
Además de las curiosidades de las firmas de la española Rosa Montero y del mexicano Juan Villoro, enseguida salió Lali Espósito a desmentir su firma, cosa que también hizo al día siguiente Beatriz Sarlo pero sobre otro documento (¡cuántos documentos!). “Un amigo me dijo «te puse tu firma en ese documento». Cuando le pregunté por qué lo hizo, me dijo que le pareció que iba a estar de acuerdo. No estoy del todo de acuerdo”, dijo Sarlo.
Este segundo documento es un poco más artero, porque no celebra de ningún modo a Massa sino que traza un “cordón democrático” entre él y Milei, aclarando que el libertario encarna el peligro “de una deriva autoritaria” que no encarnaría el peronista, pese a “la crisis a la vez social, económica y política de enorme gravedad” en la que está sumida la sociedad. Lástima que le achacan esa crisis a todas las fuerzas democráticas y no al peronismo/kirchnerismo, y en especial a Massa, que es quien gobierna de facto hace más de un año. Lástima también que se exculpan a ellos mismos, muchos de los cuales apoyaron diversas formas de populismo y todavía no hicieron ninguna autocrítica (ni siquiera en este mismo “documento”).
En Seúl no vamos a romper lanzas por las cualidades democráticas de Javier Milei, desde ya, pero sí queremos subrayar (como lo venimos haciendo desde que nacimos hace casi tres años) que del otro lado está seguro la amenaza a la democracia. Lo vimos estos cuatro años, en especial durante la pandemia, y no tenemos por qué dudar de que lo veremos si ganan.
Esta semana se viralizó un clip de una de las estrellas del peronismo digital, Tomás Rebord. Rebord se hizo conocido por sus largas entrevistas que intentan imitar al podcaster norteamericano Joe Rogan, su voz gruesa, su perfil de macho peroncho y cultura sub-doliniana. Ver la charla con Beatriz Sarlo es tan incómodo como arañar un pizarrón.
En el clip que se viralizó esta semana, Rebord ensaya una teoría antropológica y casi racial del peronismo: “Yo no nací peronista. Nadie nace peronista. La gente llega al peronismo. Porque llega a las idiosincrasias culturales del lugar donde nació. La gente me dice: «Rebord, ¿cómo sos peronista con un dólar a $1.000, a $1.500, empobrecedor de mierda, la concha de tu madre?» Hermano, muchachitos, hay historia. Hay historia. Nosotros venimos de una larga historia de emancipación nacional y de potencia cultural. Y yo, perdón que se lo diga así, porque odio la lógica, viste, medio «vayan a leer». No es mandarlos a leer. Pero hermano, no hacen ni un esfuerzo ni por ver lo que ha sucedido en la historia de su país porque no lo aman. No aman a la República Argentina. ¿Quieren saber por qué soy peronista? Porque es la identidad cultural de nuestro suelo, es la metodología para liberar lo argentino. Es así. Eso puede ser más de derecha, más de izquierda, más de centro, pero es la manera en la que hablamos. Es la lengua criolla. Eso es el peronismo. ¿Se entiende?”
Él no lo sabe, porque muchas veces se tropieza con las palabras y encadena lugares comunes (quizás eso que el cree que es “lengua criolla”), pero la identificación del ser nacional con el partido no es ni más ni menos que fascismo clásico, puro y duro. Que vemos en las oficinas públicas funcionando como unidades básicas también.
Hace un par de semanas, el biólogo molecular Alberto Kornblihtt dijo algo muy gracioso: “Milei es fascista y favorece lo individual antes que lo colectivo”. Es gracioso porque la definición de fascismo es exactamente la contraria: es una filosofía política que exalta la nación por encima del individuo.
Otra vez: no queremos defender a Milei porque no tenemos la menor idea de qué hará si llega al Gobierno, pero negar que el peronismo es fascismo de manual es hacerse el boludo. Y si un intelectual se hace el boludo, no puede llamarse intelectual.
La semana pasada el Secretario General de la ONU Antonio Guterres se metió en una polémica porque dijo que los ataques del 7 de octubre de Hamás en el sur de Israel “no habían venido de la nada” (“didn’t happen in a vacuum”). El canciller israelí Eli Cohen canceló una reunión con él en protesta. Después Guterres dijo que no había querido justificar los ataques, Cohen apareció con una estrella de David amarilla como las que los nazis les hacían usar a los judíos en Alemania y la cosa se fue poniendo espesa.
Si alguno todavía tenía alguna duda sobre Guterres o era comprensivo con su discurso, pues mejor que se vaya bajando de ese tren, porque ayer Irán asumió la presidencia nada menos que del Foro de Derechos Humanos de la ONU. La decisión ya se había tomado en mayo, apenas dos días después de que los jóvenes Yousef Mehrdad y Sadrollah Fazeli Zare fueran ejecutados por el sólo de crimen de insultar al islam en Internet.
Pero las violaciones a los derechos humanos en Irán son muchas y conocidas, sobre todo contra las mujeres. El sábado murió Armita Geravand, de 16 años, después de estar casi un mes en coma, por la agresión recibida a manos de la policía de la moral, encargada de vigilar que las mujeres lleven el velo. Este caso se suma al de Mahsa Amini, de hace poco más de un año, que desencadenó varias protestas en las que el régimen del ayatolá Alí Jamenei asesinó a unas 500 personas. El viernes 6 (el día anterior a la masacre de Hamás) la activista iraní Narges Mohammadi, condenada a 31 años por su lucha contra la opresión de las mujeres, recibió el Nobel de la Paz. Curiosamente, la ONU pidió su liberación.
Pero además Irán está metido, todavía no de lleno, en la guerra que Israel está librando contra Hamás. El grupo terrorista está financiado por el gobierno iraní, que también financia a Hezbolá en el Líbano y a los hutíes en Yemen, que están atacando a Israel en el norte y en el sur. Y amenazan con entrar del todo en la guerra si el ejercito israelí entra en Gaza. Pero el ejército ya entró y el ayatolá sólo está tuiteando, por ahora.
Aunque la ONU se ataja citando al reglamento (“la presidencia rota regionalmente, en conformidad con los procedimientos establecidos”), ya la organización UN Watch lanzó una campaña para revocar el nombramiento.
No creemos que tenga éxito esta campaña, pero sí sería bueno al menos que la próxima vez que ante una discusión de política internacional alguien cite como autoridad alguna disposición de la ONU, tengamos el decoro de ignorarla. El mundo está cambiando. Si no lo podemos evitar, al menos sepamos advertirlo a tiempo.
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