Espíritu de escalera

#12 | Qué es el desarrollo

Es como saber las tablas de multiplicación o controlar un caballo de memoria.

Una vez lo escuché al mejor jugador de la historia del polo, Adolfo Cambiasso (h), decir que lo importante para jugar al polo era ser un buen jinete, porque taquear, taqueaba cualquiera. No creo que sea tan así, porque aun dentro de los jugadores de 9 y 10 goles hay diferencias de taqueo, pero creo que lo que quiso decir es que el manejo del caballo tiene que ser tan natural como para que toda la atención del jugador esté puesta en la bocha y en el juego.

Desde hace muchos años hay una corriente de opinión en los educadores que dice que lo importante es que los chicos piensen y no que sepan sacar las cuentas, de las cuatro operaciones básicas, como autómatas. Estoy de acuerdo en que es importante que los chicos sepan pensar, pero para poder pensar los problemas es necesario que la resolución de las cuentas no requiera mucho esfuerzo, para que justamente todo el cerebro esté puesto en la resolución del problema y no en cuanto es 7 x 8.

La receta de Dora

En ocasión de una visita de la hermana de mi papá, la tía Elisa, mi madre hizo de postre una tarta de manzana riquísima. Mi tía, que era muy buena cocinera, le pidió la receta para poder hacerla ella misma. Al tiempo, la tía Elisa invitó a comer a su hermana, y también a la de mi padre, la tía Carmen, y le hizo de postre la tarta de manzana de Dora. Como a mi tía Carmen le gustó muchísimo le pidió la receta. Más adelante, mi madre fue a comer a lo de la tía Carmen, y cuando probó la tarta de manzana exclamó: “¡Qué rica! ¿Cómo la hacés, Carmen?” “¡Pues con tu receta!”, respondió, sin entender, la tía Carmen.

Las tres eran riquísimas pero no tenían nada ver una con la otra. Mi madre aseguraba que las de las hermanas de mi padre eran mejores que la suya, pero yo creo que lo decía para librarse de la obligación de cocinarlas.

Cada vez que mando una nota a Seúl, ya sea por pedido de la revista o porque yo la mandé de motu proprio, pierdo contacto con el texto. A veces me entero recién el sábado anterior gracias a alguna mención en Twitter, que avisa que efectivamente va a salir publicada al otro día.

Cuando la busco el domingo en el portal, no encuentro ningún título que me indique cuál de todas las notas podría ser la mía. Y cuando la encuentro por el nombre del autor y me pongo a leerla, noto que es sustancialmente distinta (y mejor) que la que yo envié.

Yo lo agradezco. No tengo el narcisismo de las pequeñas diferencias (ni de las grandes tampoco). Además, la única satisfacción que encuentro en el sacrificio de leer es la sorpresa. Y corregirse implica leerse a uno mismo, es decir que es puro sacrificio sin posibilidad de sorprenderse. De esta forma, cuando el domingo me leo, me sorprendo de cómo han mejorado eso que escribí y que ya tiene poco que ver con el original.

Desarrollo en carne viva

Una tarde tórrida de septiembre del 2001 me fui a tomar algo fresco a un bolichito pegado a la Barceloneta. El encargado del boliche, al darse cuenta de que era argentino, me preguntó por Javier Saviola que ya había sido o estaba por ser comprado por el Barça. Me contó que un rato más tarde jugaría el Barça en el Camp Nou contra el Málaga y me dijo qué bondi tomar para llegar al estadio.

Fui a la parada y tomé el colectivo indicado. Lógicamente, en cada parada subían hinchas del Barcelona. Todo muy normal. Cantaban y cantaban a favor de su equipo. Sólo alegría y nada más que alegría.

Llegué al estadio y como en ese momento con un peso comprabas algo más de un euro, le pedí al de la taquilla una entrada de las buenas. Me indicó que esas estaban todas vendidas en los abonos anuales y que sólo quedaban las más altas de todas. Miró para arriba, y me imaginé tener que subir por escalera toda esa altura. El taquillero me dijo: “Puedes ir por el ascensor que está acá a la vuelta”.

Me fui para el ascensor, poniéndome la billetera en el bolsillo de adelante, temiendo que me la afanaran en el hacinamiento. Pero cuando llegué, observé que el que tenía la ropa más vieja de todo el pasaje era yo (y un poco también el que tenía más pinta de sospechoso).

Me ubiqué en la platea asignada. Al lado mío, un matrimonio con un hijo de unos 10 años que tuvo que soportar las explicaciones de su padre durante todo el partido mientras la mujer tenía al más chiquito en brazos. Adelante, dos parejitas de chicos de unos veintipico de años que venían a disfrutar el espectáculo perfectamente vestidos.

Cuando terminó el partido salí por un parque, como si fuera el Independencia donde está el estadio de Newell’s o el Bosque donde está el de Gimnasia de La Plata. Veía que muchos matrimonios agarraban sus scooters que ni siquiera estaban encadenados ni a un árbol ni a un poste. Otros, como yo, íbamos para la parada del bondi.

La gente se iba bajando según transcurrían las paradas. Muchos, como yo, nos bajamos cerca de la Plaza Francesc Macià (ex Calvo Sotelo) para aprovechar esa nochecita de sábado para tomar una cerveza. Sábado de bondi-espectáculo-bondi-cerveza fría. Sin policía montada, sin barrabravas que te den palpitaciones cardíacas en el colectivo o en el ascensor, sin que conseguir entradas sea un proceso tan engorroso como presentarse a la licitación para hacer Yacyretá, ni que te peguen un balazo o te peguen una piña porque alguien de la hinchada rival te vio con una camiseta de otro equipo en un bar a treinta cuadras de la cancha. Eso es el desarrollo.

Nos vemos en 15 días.

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Ergasto Riva

Licenciado en Administración. Doctorando en Cs. Económicas. Autor de 'La Moneda Virtual' (2012). En Twitter es @ergasto.

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