La Argentina está entrando en una lógica económica que no se recordaba desde los años ’80: vemos cómo en el nuevo escenario post PASO se consolida un nivel de inflación que ya impone un ritmo de indexación mensual de más del 10% en muchos rubros, algo que además de empeorar la situación ya de por sí muy delicada, profundiza los desequilibrios con aquellos precios que siguen regulados (energía, combustibles, medicina) y con los ingresos de quienes no están en condiciones de seguir la andanada de aumentos.
Hasta hace no mucho solíamos recibir cada tres o cuatro meses esos mails de bancos, empresas de cable, Internet o celulares que nos cuentan que tienen “novedades sobre los precios de nuestros productos”. Ahora, las malas noticias ya están en nuestras casillas a más tardar el 25 de cada mes. En los grupos de WhatsApp de los papis del cole estalla la bronca por los comunicados que los colegios debieron escribir como si fuera una declaración del Consejo de Seguridad de la ONU, pero que así y todo dividió las aguas entre quienes creen que los ajustes decididos para febrero de 2024 son impagables y los que aseguran que para ese entonces quizás los valores se hayan quedado cortos. En medio de este panorama, con el dólar entre los 860 y 900 pesos (si promediamos el blue, el cripto y el CCL, que son aquellos que realmente se pueden conseguir), cómo no darle la razón a Melco: ¿a cuánto querés que esté el dólar? Según cómo se den las cosas, puede estar barato.
No es la opinión del Gobierno, desde luego, que sólo puede subir la apuesta con las únicas dos cartas de siempre: la del miedo y la persecución que, todo el mundo lo sabe, son como un cuatro de copas y un ancho falso. ¿O acaso no es un secreto a voces que son los propios funcionarios los que vienen aprovechando el SIRA para enriquecerse? ¿Tiene sentido preguntarse cómo pudo haber pensado el ministro y candidato Massa que su plan post PASO de imprimir y repartir alegremente billetes de colores y sentarse a esperar los votos podía tener otro resultado que no fuera éste? No, no tiene, pero el plan es ése y así se ejecutó.
El otro “pequeño” problema con el diseño del Plan Primavera con Platita de Massa fue que el ministro y candidato seguramente no contaba con que la pata bonaerense del PJ se iba a aparecer con semejantes peludos (o carpinchos) de regalo. La olla que se destapó accidentalmente con el gestor de tarjetas de débito Julio “Chocolate” Rigau ya olía mal pero no tan mal. Nada que con un poco de control de daños por aquí y por allá no se pudiera sacar de los titulares de los diarios y el cable en un plazo razonable. Pero entonces apareció el Yate-gate o el Bandido-gate y entonces sí: estamos otra vez ante el acabóse, la locura total. Insaurralde, la cosa está que arde.
Los detalles del escándalo, sus posibles derivaciones, si se trató de una o varias operaciones cruzadas, a cargo de quién o quiénes o por qué motivos son, a esta altura de la situación, seguramente irrelevantes. ¿O acaso veinte años de kirchnerismo no nos enseñaron todavía de qué son capaces?
También es lógico que semejante barbaridad haya conmocionado a las más altas jerarquías del kirchnerismo, a la propia familia real austral y al niño dilecto Axel, pero este caso que debería afectar sensiblemente la suerte electoral del gobernador de Buenos Aires, antes de eso contribuye a empeorar esa sensación de descontrol y de sálvese quien pueda que impera en la calle.
Todo lo cual no hace más que alegrar a –cómo no– Javier Milei, quien no parece para nada preocupado por ciertas opiniones encontradas acerca de cómo podría afectarlo tanta centralidad en la agenda pública y el carácter de algunas de sus apariciones más recientes. Milei sigue aferrado a la máxima troska de que cuanto peor, mejor, y así prosigue alegremente con su show habitual. El cual puede tomar la forma de, por ejemplo, una curiosa “contra-aparición” al Coloquio de IDEA, justo mientras Patricia Bullrich hacía su exposición en el lugar y la hora previstas. Milei no tuvo mayor empacho en meterle más leña al fuego de la híper con más declaraciones explícitas en este sentido, lo cual parecería demostrar que, en ciertas situaciones, el caos puede ser un proyecto electoralmente atractivo.
En todo caso, una campaña con tantas anomalías hace que el desafío de presentar un proyecto de gobierno posible y razonable se le vuelva a Patricia Bullrich algo más parecido al castigo que Zeus le impuso a Sísifo (ah, re Fantino). Da la sensación de que ella puede subir la apuesta con el spot del penal de máxima seguridad o con el proyecto de reparaciones para las víctimas de Montoneros, pero que la respuesta será inevitablemente la misma: que “complica más a Juntos por el Cambio”. Esta obsesión por exagerar o inventarle problemas a la coalición parece afectar a una parte nada desdeñable del periodismo y quizás se estudie algún día en las facultades de Comunicación. De mínima, ojalá sirva para que todos encaremos de una buena vez como sociedad ese debate tantas veces postergado: el del rol de los medios.
Hablando de asuntos impostergables: ¿se acuerdan del lenguaje inclusivo? Hasta hace muy poco un protagonista central de nuestras guerras culturales de cabotaje, este artefacto lingüístico pletórico de letras E y X (e incluso con signos como @) fue una iniciativa planteada para cuestionar y combatir todo el machismo inconsciente que el patriarcado se ocupó de introducir en nuestras mentes en aquellos siglos en los que el latín clásico transicionó hacia las lenguas romances. Como este español de Cervantes, Góngora y Quevedo que usamos hoy, sin ir más lejos.
Todo indica que el lenguaje inclusivo tuvo un primer ciclo bullish a mediados de la década pasada, cuando la cruzada pareció empezar con un tuit de Lucas Llach. Pero claro que la lucha no se limitó al español: otras lenguas que declinan el género, como el francés y el alemán, también fueron y son parte de la disputa (al respecto, quien sepa o haya estudiado algo de alemán, que pruebe a encontrar en la prensa progre cómo es ese inclusivo, si es tan macho).
El all time high en el ámbito local se dio sin dudas en 2020 con el segundo debate y la aprobación parlamentaria del aborto, los tiempos felices de la presidencia del profe de la UBA. Pero como todo lo que sube tiene que bajar, o acaso por las ondas de Fibonacci, desde entonces el inclusivo ha entrado en un ciclo bearish que lo puede llevar a cero más rápidamente que a una shitcoin. La X actualmente se usa más para designar a una red social y no tanto para marcar el inclusivo, la E apenas si persiste como consumo irónico y ni siquiera en la campaña del PJ encontramos mucho de “todos, todas y todes”. Lo único que da pelea es esa manía de las escuelas de duplicarlo todo: niños y niñas, alumnos y alumnas, amigos y amigas. Hace falta acá también un poco de racionalidad económica.
La FIFA acaba de demostrar que Gianni Infantino finalmente pudo consolidar al infantinismo como etapa superior y superadora del havelange-grondonismo tardío que supo encarnar y defender hasta las últimas consecuencias el malogrado Joseph Blatter. Mientras que los conflictos en el seno de la UEFA han quedado acallados hasta nuevo aviso, y luego de que Messi, la Scaloneta y la Francia de Mbappé sepultaran para siempre las últimas controversias del mundial qatarí, a la FIFA no le costó mucho coordinar las voluntades de Alejandro Domínguez y de Aleksander Čeferin (presidentes de la Conmebol y la UEFA, respectivamente) para llegar a la solución más salomónica de todas. Al respecto, es notable cómo esta tríada de dirigentes parece haber encontrado la fórmula para mantener las mañas de siempre, pero presentadas en un envase mucho más agradable.
Es que la jugada es ciertamente brillante: a un mundial jugado en unos pocos kilómetros cuadrados de una nación sin tradición futbolística, políticamente controvertido y con actos de corrupción judicialmente probados, le seguirá en 2026 otro mundial en tres países que conforman todo un subcontinente; cuatro años después, la Copa tendrá su apertura sudamericana tripartita con el homenaje centenario que el Comité Olímpico Internacional no pudo, no quiso o no supo hacerle a Atenas en 1996. Pero la organización real estará a cargo de dos países europeos y uno africano, Marruecos, lo cual sirve para que el mundial vuelva al continente más postergado y para reconocer a una federación que va por su sexta candidatura. ¿Ceuta y Melilla? Ni nos vimos.
De paso, todo esto le despeja el panorama a una probable candidatura de Arabia Saudita para 2034, una monarquía petrolera que, al igual que Qatar, viene invirtiendo fortunas en el deporte internacional desde hace ya varios años. Desde luego que los sauditas deberán ocuparse no poco de emprolijar ciertas costumbres algo chocantes para los occidentales (desconocemos si hay lenguaje inclusivo en árabe), pero bueno, todavía faltan más de diez años. Vamos viendo. En todo caso, la jugada maestra de la FIFA dejó a un único país indignado, el mismo que se sigue preguntando qué tan malo sería cambiar un poco de inflación anual y unos cuantos millones de pobres por saber cuánto pesa la del mundo.
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