Gracias a Dios es viernes

#101 | Saludos a Tomy, que está en Qatar

El moderadísimo Axel Kicillof. Charlie Kirk, Iryna Zarutska, QEPD.

Feliz día del maestro para todos menos para Federico Puy, el docente  que ayer 11 de septiembre desplegó una bandera de Palestina frente a un aula de 3° grado en una escuela de la Ciudad de Buenos Aires.

El discurso que acompañaba su acto de adoctrinamiento político empezaba así: “Quería hacer un pequeño homenaje a los y las maestras en Gaza, y a las infancias en Palestina que están siendo asesinadas por la masacre del Estado de Israel”. Militante del PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas) y secretario de Prensa del gremio docente Ademys (Asociación de Enseñanza Media y Superior), Puy comete el terrible error de tomar a sus alumnos como si fueran una prolongación de su ideología, un pequeño ejército simbólico listo para recibir sus instrucciones de guerra en la batalla cultural.

Es un docente que no comprende su tarea ni su rol, uno más que pone en peligro lo más importante que puede darle el Estado a un niño: educación pública y laica de calidad. ¿A quién se le ocurre usar el acto del Día del Maestro para mover una agenda personal, como lo que le pasó a “su amigo Tomy” que estaba “por razones de trabajo” en Qatar y pudo haber sido herido por los bombardeos de Israel? ¿En qué cabeza entra? ¿Conocen él o “Tomy” la capacidad quirúrgica que tiene el Ejército de Israel para limpiar un territorio de terroristas? No por nada es, aunque ningún medio europeo se moleste en informarlo, el más ético del mundo. ¿Sabrá Puy que el ratio de civiles muertos sobre el total de muertos estimados en Gaza es casi del 50%? Estados Unidos en Irak estaba más cerca de matar 9 civiles por target, pero nadie parece saberlo o recordarlo.

Al menos, Jorge Macri, ni lento ni perezoso, se manifestó contra el hecho ocurrido y anunció que se le iniciará al maestro un sumario administrativo. Por suerte, a veces, existen las consecuencias.

Hay quienes no comprenden que la libertad de expresión no se ejerce en las aulas del Estado cuando sos la autoridad. No dimensionan el daño que le hace a una sociedad la instrumentalización de la escuela pública para fines políticos. No faltan testimonios azorados de profesores y maestros frente al tipo humano que delinean los recién recibidos: al parecer, un espectro bastante estrecho que va de la empleada pública de Gasalla al barrabrava kuka. El discurso viral de Federico Puy funciona como una confirmación.

Ya pasaron seis años desde que Carlos Pagni, el analista político más perspicaz que tenemos, dijo que con Alberto Fernández se venía un peronismo moderado y todavía los tuiteros desalmados, memoriosos y rencorosos lo tienen alquilado con esa famosa frase, un ejemplo más de que el pez por la boca muere. Si queremos ser buenos con Carlos (¿queremos?), podemos decir que los antecedentes de Alberto indicaban que era una flor de hijo de puta, sí, pero que sus ideas económicas eran menos trasnochadas que las de los kirchneristas. Claro que a la luz de los acontecimientos, lo de Pagni quedará como una gaffé monumental.

Uno imagina que hoy la galletita del peronismo moderado no se la come nadie más. Ni siquiera están diciendo “volvemos mejores”. La victoria aplastante del PJ en las elecciones provinciales del domingo no termina de desmentir esto del todo: los muchachos no sacaron más votos, fue el Gobierno el que sacó menos.

Y sin embargo, volvió el run run. Lo más delirante es que ahora quieran vender como moderado nada menos que a Axel Kicillof, un tipo que es más kirchnerista en sus ideas que la propia Cristina. Mientras la señora ya empezaba a reconocer que el “viejo modelo de Estado omnipresente (…) derivó en ineficiencia e ineficacia”, el gurrumín Axel sigue con la vieja cantinela.

A esta altura no esperamos nada de los peronistas ni de los kirchneristas que ven una mesa y dicen que es una silla. Pero ¿los que entienden que la emisión genera inflación y están a favor del libre mercado caerán otra vez en la trampa? Nos parece difícil, pero esto es Argentina, un lugar en el que puede pasar prácticamente cualquier cosa. Por ejemplo, que el ex candidato a ministro de Economía de Milei, Carlos Rodríguez, ya vea a Kicillof alto y de ojos (más) celestes.

Un desconocido asesinó el miércoles a Charlie Kirk, un activista estadounidense cercano a Trump y al Partido Republicano. Lo mató desde la terraza de un edificio mientras Kirk hacía lo que venía haciendo hace años: ir a campus universitarios hostiles para debatir con jóvenes de izquierda y defender su visión cristiana, libertaria, conservadora sobre la vida. Se sentaba debajo de un gazebo con el nombre de su organización, Turning Point, y durante horas rebatía argumentos de los jóvenes estudiantes, casi todos kilómetros a su izquierda, que lo acusaban de racista, homofóbico y reaccionario. Kirk no era ninguna de las tres cosas, pero a algún lobo solitario, cuyas motivaciones todavía no conocemos, no le pareció suficiente. Acertó una bala en su cuello (las imágenes son espantosas) y terminó con la vida de su “enemigo”, que tenía apenas 31 años y deja una esposa y dos hijos chiquitos.

La reacción, por supuesto, fue inmediata. La condena del hecho, el repudio a la violencia política. En las redes algunos se alegraron, pero eso siempre pasa en las redes y nuestro consejo es no darle demasiada bola. La respuesta de la prensa progresista y de los dirigentes demócratas fue unánime: consternación, tristeza, preocupación por lo que este asesinato puede traer para el futuro de un Estados Unidos que parece cada vez más dividido y polarizado. Periodistas de todo pelaje reconocieron que muchas veces no estaban de acuerdo con Kirk, pero valoraban su disposición para ir a jugar de visitante y dialogar (discutir) con cualquiera que se le pusiera enfrente. Era, en ese sentido, lo contrario de un fanático: iba a buscar abiertamente puntos de vista distintos al suyo para ponerlos en tensión. No siempre era simpático, no siempre embocaba todos los hechos, pero estaba ahí, poniendo el cuerpo y la palabra. Y organizando: su boliche, Turning Point, reunía a cientos de miles de jóvenes conservadores que se sentían solos, rodeados de progres por todos lados, y a los que les dio una comunidad política y una herramienta para participar.

Es difícil escribir sobre esto con el tono canchero con el que a veces hacemos este resumen de la semana, y por eso hemos decidido no hacerlo. Charlie Kirk era un emprendedor de la política y de los medios, que se la jugaba por sus ideas y hablaba con todo el mundo (una de sus últimas entrevistas fue con el gobernador demócrata de California, Gavin Newsom) sin dejar de ser picante, incisivo y a veces insufrible. Para nosotros, que defendemos el diálogo pero también creemos que la discusión de ideas —incluso en voz alta y con los dientes apretados— es sana para la política, eso era muy valioso.

Un viernes que empieza y un GADEV que termina con otro caso lúgubre, también importado de Estados Unidos. No es que acá no haya suficientes, desde luego, pero la conmoción que produjo el asesinato de la ucraniana Iryna Zarutska en un tranvía en la ciudad de Charlotte sólo fue superada por la del propio Charlie Kirk.

El hecho sucedió en verdad a fines del mes pasado, pero fue esta semana cuando el video se viralizó y provocó —además del lógico impacto— una pena infinita. Hay que hacer un esfuerzo para no pensar en esa expresión de Iryna apenas consumados los puntazos al cuello, una mezcla de sorpresa, horror e incomprensión. Una mirada dirigida a un ser que se aleja impávido, porque su cuerpo acaba de ejecutar algo horrible, pero su mente seguramente divaga extraviada por infiernos a los que nadie querría siquiera asomarse.

Y acá sentimos que las distancias se acortan, porque las reflexiones en los medios, las redes y las charlas de acá, de allá y de todos lados no deben ser muy distintas. No hay nada mucho más sofisticado que decir que lo que repetiría un movilero de cualquier canal del planeta o un oyente que deja su mensaje para que lo lean al aire en la radio.

Por ejemplo, aun admitiendo que el término “desmanicomializar” podría resultarnos apenas un trabalenguas, aunque nunca hubiésemos escuchado hablar de Michel Foucault o Franco Basaglia, ¿a quién se le ocurre que los psicóticos peligrosos deben estar sueltos por la calle? ¿A quién se le ocurre que eso podría implicar un trato más digno y compasivo? ¿La idea sería que anden por el mundo con una ficha de un muerto a cuenta para jugar cuando les pinte, para entonces —ahí sí— ser encerrados por homicidio o algo peor?

¿Sabrá tu novia que escuchamos Morrissey, y que nuestra propia Ley Nacional de Salud Mental consiste precisamente en eso? Acá la festejaron no poco cuando salió en 2021. Y hubo un oficial de la Policía de la Ciudad que murió un año antes justamente por culpa de un psicótico armado con un cuchillo (y porque el Gobierno del profe de la UBA, moderado y golpeador no autorizaba el uso de las pistolas Taser; porque son una basura, son la dictadura).

Si prestamos atención a las reacciones de los otros pasajeros, es perfectamente comprensible que nadie se atreviera a enfrentarse a un loco armado con un cuchillo. Ahora bien, ¿ni siquiera una reacción, de miedo o de cualquier otra cosa? Estaban acuchillando a alguien, no era un vendedor de medias mostrando su mercadería. Con el agresor en retirada, ¿nadie podía acercarse, ofrecerle ayuda, intentar algo, llamar al 911? ¿Habrá alguna sensación más desesperante que la de saber que uno se muere ante la indiferencia general?

No faltaron medios que se hicieron estas y otras varias preguntas incómodas, tampoco las reflexiones acerca de cómo una sociedad civilizada termina procediendo de esta manera. Y no, mejor ni pensar en que el color de la piel pudo haber tenido algo que ver en todo esto. Hay muchos fuegos encendidos y muchos más baldes con nafta.

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