Espíritu de escalera

#10 | Esclavos de sus palabras

¿Para qué entrevistar a un kirchnerista?

Todos hemos escuchado la frase de Marx de que el capitalismo había generado más riqueza en los últimos dos siglos que la que se había generado hasta ese momento. También hemos visto ese gráfico que muestra que mientras Marx escribía el Manifiesto comunista, a mediados del siglo XIX, el PBI per cápita mundial era mucho menor al actual. Pero no nos vayamos tan atrás.

El consumo cuando yo iba a la primaria era terriblemente inferior al de mis hijos que van ahora a la primaria. Mis padres, que consideraban que habían tenido una infancia de clase media, consumieron mucho menos en su infancia que lo que consumió Mayra Arena, que es la señora pobreza, en la suya. Vivimos en un tiempo tan acelerado que una misma persona, en el lapso de su vida, puede ver realidades económicas muy diferentes cuando es madura y cuando era chica.

Sin embargo, algunas instituciones sociales, como la escuela o la familia, siguen siendo bastante parecidas a las que teníamos hace más de un siglo. Se le hace muy difícil, tanto a la familia como a la escuela, competir contra tantos consumos como a los que se puede acceder ahora. Autos, jets, aviones, barcos que antes estaban reservados sólo para ricachones, ahora son accesibles para muchas familias de clase media y hasta baja. Lo que antes eran los agentes estructurantes de la vida familiar, que eran el trabajo para los mayores y la escuela para los menores, ha pasado a ser el “viaje”. La vida se arma a partir del viaje familiar, para atrás y para adelante, pero el viaje. Pero el viaje no se mancha.

Yo, que soy un poco iconoclasta, hace rato que no creo en la educación alla argentina en ninguno de sus tres niveles. Eso no significa que no crea que haya nichos de excelencia, pero creo que si a los artistas hay que juzgarlos por sus mejores obras, a las instituciones educativas hay que juzgarlas por sus peores egresados. Si a muchos –por no decir a la mayoría– de los egresados de nuestras universidades los pusiéramos a rendir el examen para entrar a los colegios secundarios de la UBA (CNBA, Pellegrini, ILSE) no los aprobarían.

Si les preguntáramos a los profesores universitarios el por qué de tan bajo nivel, nos dirían que es porque vienen con muy mala base de la secundaria; si les preguntáramos a los del secundario, nos dirían que es porque en la primaria no aprendieron nada; y si les preguntáramos a los de la primaria, se excusarían diciendo que la escuela hoy es más una institución de acción social que de enseñanza. No sé si tienen o no tienen razón, pero la cosa es que nadie aprende nada, y eso que cada vez los alumnos tienen más horas de clase, más días de clase y más años de clase.

Tanto es así que tampoco fui un gran activista para que los chicos volvieran a clases. Sí lamentaba que perdieran ese espacio de sociabilización. Jugar y charlar con los compañeros me parece que es lo más importante que puede hacer un chico dentro de un colegio argentino. Creo que Gustavo Noriega en su newsletter del jueves da en la tecla en la causación cuando dice que si durante la pandemia “… se pudieron suspender las clases tan brutalmente y por tanto tiempo, es porque su valor ya estaba en descrédito”.

Pero así como también creo que es poco valorada por algunas familias, también veo todas las mañanas padres y madres de la Villa 31 llevando a sus hijos a las escuelas de mi barrio, haciendo ingentes esfuerzos. También positivamente sé que todas las empleadas domésticas que he tenido han mandado a sus hijos a escuelas parroquiales. Muchas de ellas, además de pagar la cuota, contrataban un remise para que las llevara de su casa a la escuela y viceversa mientras ellas trabajaban.

Tengo la sensación de que todos sabemos que no aprenden mucho en la escuela pero que, en el caso de los pobres, su situación sería aún peor si encima no asisten a la escuela. No tanto por lo que dejarían de aprender en sí mismo sino porque el título, de cualquiera de sus niveles, más que un certificado de idoneidad es de que fuiste capaz de sobrepasar ciertos obstáculos, y el haber superado esa prueba es importante para un potencial empleador, o mejor dicho un red flag si no lo tenés.

Últimas palabras

Mientras terminaba este newsletter escuché la introducción a Desde el llano, el programa de Joaquín Morales Solá en TN. Dijo que dos precandidatos, Wado de Pedro y Daniel Scioli, no tenían dignidad, y pasó un video de cada uno. El de De Pedro, un spot publicitario en el que decía que iba a ser candidato a presidente, que había sido emitido 48 horas antes de que se bajara; el otro, parte de la entrevista que el mismo Morales Solá le había hecho a Scioli el lunes pasado (el día del Bristol Test), cuando le preguntaba específicamente qué iba a hacer si Cristina Fernández de Kirchner lo presionaba para que abandonara su candidatura presidencial. Ahí Scioli, medio compadreando, decía que nadie lo iba a bajar y que él era firme en sus decisiones y que no iba a permitir que nadie lo lleve por delante. Cuatro días después, se bajó.

Hemos visto miles de videos de Alberto Fernández en TN diciendo cosas terribles de CFK. Acusándola de estar detrás del asesinato de Nisman o de que la firma del memorándum con Irán era un acto de traición a la patria. No es que la acusó de estar equivocada en una política o de que era muy soberbia e insoportable. ¡La acusó públicamente de traición a la patria! Hemos visto o tros tantos videos de reportajes a Sergio Massa diciendo que iba a meter presos a los kirchneristas prominentes y que los de La Cámpora eran todos ñoquis.

Sin embargo, pese a semejantes acusaciones, se vuelven a sentar en la misma mesa a negociar candidaturas, ministerios, políticas y negocios. Y es tan culpable, como decía Sor Juana Inés de la Cruz, el que peca por la paga como el que paga por pecar. Porque ¿cómo es que Cristina se pone a hablar de nuevo, no sólo se pone a hablar, lo unge como compañero de fórmula al mismo tipo que la acusó de traición a la patria? ¿Cómo es que se pone a negociar con Massa después de las cosas que dijo de ella y de sus hijos? También ella es indigna.

Me pregunto: ¿qué sentido tiene entrevistarlos? Se supone que la palabra que uno dice, no sé si es lo que uno piensa, pero uno se vuelve esclavo de ellas. Y que una vez dichas, los grados de libertad disminuyen, y por lo tanto se puede pronosticar mejor qué es lo que hará el entrevistado, que es en definitiva la última razón de una entrevista.

No es que pretenda que un político tenga una honestidad intelectual tal que diga exactamente lo que piensa, pero sí que las palabras emitidas lo esclavicen y le condicionen las futuras conductas. ¿O para qué otra cosa vale una entrevista si no es para hacer un mejor pronóstico del comportamiento venidero de un candidato?

Nos vemos en quince días.

 

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Ergasto Riva

Licenciado en Administración. Doctorando en Cs. Económicas. Autor de 'La Moneda Virtual' (2012). En Twitter es @ergasto.

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