Viaje de ida

#1 | Lejos de casa

Ser migrante es como nacer de nuevo. En mi caso, a los 50 años.

Hace una semana me fui de Argentina sin pasaje de vuelta. En esta movida, no sólo el regreso es incierto: toda mi nueva vida en España es un gran signo de pregunta. Dejé mi casa, mis trabajos, mi barrio, mis amigos y mi auto por un futuro del que no tengo la menor idea. Eran tantas las ganas de irme. Me sentía como Alicia cuando le crece el cuerpo, no entra en la casita y sus brazos y sus piernas se escapan por las ventanas y las puertas. Me di la cabeza contra el techo, como Alicia, y necesité romper con todo y salir.

Ahora estoy acá, en la Costa del Sol, naciendo de nuevo. Porque migrar es un poco eso. Hay que hacer todo otra vez. Yo preferí llegar y resolver las cosas in situ. Muchos alquilan a distancia, le encargan a un gestor que les prepare los papeles, que les busque una casa… La miran por videollamada y hacen una transferencia para señarla. A mí me dio miedo eso y reservé un Airbnb en Fuengirola, que es un pueblo balneario a 30 kilómetros de Málaga. Una ciudad muy verano-dependiente, pero con población estable y un autobús gratuito que la recorre en círculos.

Todavía estoy en el departamento temporario, durmiendo poco de los nervios, porque alquilar algo en Málaga es más difícil que pelar un kiwi. No me pude ocupar de buscar piso apenas llegué porque hice lo más importante: gestionar mi residencia. Como tengo pasaporte italiano, soy lo que se dice “comunitaria”. Me puedo quedar todo el tiempo que quiero en Europa, pero igual tengo que hacer un trámite para que me asignen un número que algunos llaman CUE y otros NIE. El CUE es el Certificado de Registro de Ciudadano de la Unión Europea y el NIE es el Número de Identidad de Extranjero.

Para conseguirlos, hay varias formas: tener trabajo, tener plata o tener un emprendimiento y anotarse como autónomo. O sea, no podía venir con il passaporto y quedarme a vivir. No. Tuve que llenar varios formularios, demostrar que tenía dinero en el banco, sacar un turno (¡dos meses antes!) y después amontonarme el día de la cita en la puerta de Extranjería para poder entrar.

Por suerte, tuve ayuda de varias argentinas que habían pasado por todo esto antes y me enseñaron cómo hacerlo. Pero ese momento donde estás ahí afuera, codeándote con árabes, coreanos, peruanos, gente que también quiere residir legalmente en un país que no es el suyo… Ese momento es un shock. Ahí sos un ser humano rogando pertenecer a un lugar que no te conoce, que no sabe quién sos, qué hiciste o qué sos capaz de hacer. Sos un adulto recién nacido, empezando todo de nuevo, en mi caso, a los 50 años. Los policías de la puerta fueron amables y la chica que me recibió los papeles, también. Pero igual tuve miedo. Al final, salí a los gritos con el cartoncito verde semiplastificado me que me dieron y que me permite, entre otras cosas, trabajar en blanco, sacar un abono de celular o comprarme un auto.

Con cuenta bancaria y el NIE, ya sos una persona más respetada en España. Pero no para alquilar una propiedad. Ahí las exigencias son altísimas. Ahí no importa el pasaporte italiano, ni la cuenta verificada de Instagram, ni tu título de propiedad de Argentina, ni los 30 años que trabajaste en Buenos Aires. Y ni hablar si tenés mascota o hijos chiquitos. Eso, directamente, es como si les dijeras que vas a estallar una bomba en el edificio. “¿Tienen trabajo? ¿Cuánto ganan? ¿Quiénes van a vivir en la casa? ¿Tienen nómina?” La nómina es el recibo de sueldo, y es la llave del cofre de la felicidad para conseguir alquilar algo. Pero claro, “recién llegué… no, no tengo nómina”. Bueno, chau. “Puedo pagar algunos meses por adelantado para que se quede tranquilo”. Tampoco.

En la última inmobiliaria que visité, me atendió una argentina que me vio cara conocida, pero no sabía de dónde. Pensé que era mi salvación y le dije algo que la hizo sonreir: “Me conocés de Duro de Domar, el programa de Pettinato”. ¡Bingo! Me conocía de ahí. Igual, no funcionó. Se rió un ratito y después contraatacó con el temido: “¿Tenés contrato de trabajo en España?” Auch.

Más allá de eso, que espero que para la próxima entrega de este newsletter esté solucionado, la vida por ahora es feliz acá. Claro que todavía estoy como de vacaciones y me emociono cuando paso por un Mercadona. Estoy en la etapa en que me divierte viajar en el tren que sale de Málaga y recorre Torremolinos, Benalmádena y me deja en Fuengirola. Como no tengo tiempo de ver noticias de Argentina, estoy en un limbo increíblemente hermoso.

El sábado me levanté y dije “me voy a Marbella”. Tomé un bus de larga distancia, me puse a Marta Sánchez en Spotify y escuché en loop “te envío poemas de mi puño y letra, te envío canciones de 440…” El domingo tuve un asado en Manilva, a 40 kilómetros de Algeciras, y es tan alto que se llega a ver la costa de África.

Porque los fines de semana son sagrados y se disfrutan. Casi nadie trabaja. Y por más que quisiera, no hubiera podido adelantar nada esos días. Al principio sentí culpa. Pero después le hice honor a la cultura andaluza y me entregué al ocio.

Quizás sea esa la fórmula de la felicidad en este lugar. Los nacidos y criados en la Costa del Sol, por lo menos los que yo me crucé, aman vivir acá. Son amables, sonríen, se los ve contentos. Ni siquiera les molesta el aluvión de extranjeros que se instala día a día en su tierra. Porque no sólo los Argentinos están copando Málaga. Acá hay gente de todo el mundo. Muchos ingleses y nórdicos, que huyen del frío y vienen con plata a disfrutar del clima del Mediterráneo. Y no sé si será el clima o qué, pero también los argentos son divinos por estos pagos. Me crucé varios en la calle, que me dieron un abrazo y me hicieron sentir bien. Y ni hablar de los miles que me escribieron para ofrecerme ayuda o para decirme “bienvenida”.

Estoy lejos de casa, en un lugar hermoso, pintoresco, con casitas blancas que son un sueño. Pero ya me di cuenta de que me voy a juntar con ellos, que voy a morir por las empanadas y el dulce de leche, que me voy a poner la camiseta de Messi cuando juegue la Selección. Ya quiero sacar entradas para ir a ver a La Konga, que toca en junio en un teatro del centro. Pasó sólo una semana, podrían ser unas mini vacaciones en Europa, pero no. Ya entendí de qué va esto.

 

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Fernanda Iglesias

Periodista. Trabajó en Clarín, La Nación, Radio Mitre con Jorge Lanata y en diversos programas de televisión.

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