Domingo

El poder de las estatuas

La destrucción de monumentos de Hugo Chávez muestra que, aunque se aferre al poder, el régimen de Maduro ya perdió la batalla por la interpretación del pasado.

Desde el domingo pasado en Venezuela se está librando una lucha por el retorno a la democracia, la libertad y al respeto a los derechos humanos, pero, también, una batalla por la historia. Las imágenes de los últimos días de manifestantes derribando distintas estatuas de Hugo Chávez y haciendo enormes esfuerzos por borrar su figura de afiches, murales y edificios públicos son mucho más que una noticia o un video viral y deben ser leídas en clave histórica y memorial.

Los políticos, y particularmente los dictadores, siempre usaron la narrativa histórica como una herramienta para darle sentido a sus actos o interpretarse a ellos mismos como protagonistas de la propia historia que intentan narrar. Hugo Chávez y el chavismo no fueron ajenos a esta práctica de usar el pasado para posicionarse en el presente y legitimar sus objetivos hegemónicos, autoritarios y refundacionales. Ejemplos de esto son la transformación de la imagen y el legado de Bolívar, su interpretación negativa del pacto de Puntofijo –el acuerdo de gobernabilidad firmado por los partidos políticos tradicionales en 1958– hasta la resignificación y los cambios de elementos esenciales de la identidad venezolana como la bandera, el nombre de la moneda, el escudo nacional, el huso horario y los nombres de autopistas, calles y provincias. Otros gobiernos latinoamericanos han hechos cosas similares, también en Venezuela, pero donde sí fue singular el chavismo fue en ser la única fuerza política del siglo XXI sudamericano en usar la historia para legitimar una dictadura.

Donde sí fue singular el chavismo fue en ser la única fuerza política del siglo XXI sudamericano en usar la historia para legitimar una dictadura.

En las políticas de la memoria, la construcción de estatuas cumple un rol simbólico esencial, ya que materializa y representa las interpretaciones de la historia que el Estado o un gobierno de turno tiene respecto a determinados sujetos. En este sentido, las estatuas tienen más que ver con el poder que con la historia en sí misma. Como afirma el historiador español Julian Casanova, “las estatuas o monumentos reflejan, en el momento en que se construyen, el orden natural de la sociedad”, o, como mínimo, una interpretación de la sociedad y su historia que pretende volverse hegemónica a través de la memoria histórica impulsada desde el Estado.

En los últimos 20 años, el chavismo inundó Venezuela con efigies de Bolívar y Chávez, intentando inducir e imponer una identificación del Comandante del siglo XXI con el prócer del siglo XIX en clave revolucionaria, anticolonial y con objetivos refundacionales. La política de las estatuas fue un ejercicio del poder a través del uso de la memoria histórica.

En las últimas décadas pudimos ser testigos del derribo o retiro de estatuas en todo el mundo en el marco de protestas políticas en contra de la discriminación racial, de género y otras causas y movimientos. Son conocidos los ataques y escraches sufridos en Estados Unidos por estatuas de personajes históricos asociados a la esclavitud, en Argentina por las del expresidente Julio A. Roca, por su participación en la Campaña del Desierto, o en Ucrania el derribo de estatuas de Lenin. La furia iconoclasta no tiene propiedad ideológica. Lo vivido en Venezuela estos días es una acción política que forma parte de los procesos históricos donde la disputa política del presente se da a través de la controversia por el pasado.

La demolición de estatuas en medio de revueltas es un testimonio de la profundidad del cambio. No son simples videos simpáticos para dar visibilidad a las protestas.

La demolición de estatuas en medio de revueltas es un testimonio de la profundidad del cambio planteado. No son simples videos simpáticos para dar visibilidad a las protestas, sino cuestionamientos reales a la memoria histórica que intentó imponer el chavismo en las últimas dos décadas. Sirven como termómetros de hormigón para comprender de dónde viene una sociedad; pero, especialmente, hacia dónde aspira llegar.

El chavismo ya perdió

La muerte de un líder carismático, fundador de un movimiento político, suele ser un antes y un después para su proyecto. Muchos ven debilidad o incertidumbre, pero lo más habitual es una refundación del proyecto en sí mismo. Es el instante donde renacen las ideologías sin ideólogo; véase el peronismo sin Perón, el castrismo sin Castro, el franquismo sin Franco, entre otros casos. En casi todos esos escenarios, los movimientos que heredan las banderas del líder caído suelen proteger la imagen de su caudillo.

Los franquistas hicieron, y siguen haciendo, enormes esfuerzos por preservar la imagen de Franco dentro de la historia ibérica. Basta con ver la polémica remoción de sus restos del Valle de los Caídos para comprender el peso que su figura hoy, 50 años después, sigue teniendo en la memoria española. En Argentina el ejemplo es más claro. Perón no es de ninguna manera un presidente más sino, para adeptos y críticos, un antes y un después para la nación, y así lo hacen ver todos aquellos que trabajan políticamente bajo su sello, incluso incurriendo en importantes contradicciones.

Pero cuando observamos el termómetro de hormigón en Venezuela, encontramos una realidad distinta. A pesar de que el descontento actual se concentra en la figura de Nicolás Maduro, parece que la sociedad venezolana ve en Hugo Chávez al arquitecto del declive actual. El hecho de que las protestas objeten materialmente tanto al gobierno actual como todo aquello ligado a la figura del Comandante nos lleva a pensar que el chavismo sin Chávez no logró ser un proyecto viable.

Derribar las estatuas es una desacralización del pasado chavista y una interpretación de la memoria del Comandante a la luz del presente madurista.

Derribar las estatuas es una desacralización del pasado chavista y una interpretación de la memoria del Comandante a la luz del presente madurista. El presente bajo Maduro condenó el pasado de Chávez, incluso para una parte importante de la base social y política que históricamente apoyó al régimen.

El investigador del arte Félix Suazo propuso una clasificación de los usos de la memoria y su vínculo con las estatuas en la historia de Venezuela. El autor afirma que entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX existió una etapa de devoción hacia las estatuas de personajes históricos, especialmente de Bolívar, como parte de la construcción de la identidad nacional. A su vez, postula que entre 1960 y 1990 existió una actitud de desdén, como consecuencia de la consolidación de la identidad nacional y la aparición de la publicidad y cultura de masas que fue invisibilizando las estatuas. Finalmente, afirma que desde 1990 se produjo una etapa de asedio iconoclasta, producto del descontento social por la crisis económica y política producida por el deterioro del sistema de Puntofijo.

Teniendo en cuenta esta clasificación, nosotros nos atrevemos a pensar que la hegemonía chavista llevó adelante una política de la memoria patrocinada estatalmente que intentó imponer una nueva etapa de devoción, especialmente hacia las figuras de Bolívar y Chávez. Como reacción a ese proceso, lo que sucedió estos días en Venezuela puede ser parte de una nueva etapa de asedio y de resignificación espontánea y desde abajo de la memoria histórica.

La batalla de las estatuas en las calles de Venezuela es una lucha por la libertad, la memoria histórica y un desafío a la presencia de los opresores en el espacio público. Como afirma el historiador y arqueólogo Alfredo González Ruibal, “la gente no derriba estatuas al tuntún, sino que ataca los símbolos que representan su opresión en el presente”. Como sugiere el historiador italiano Enzo Traverso: “Tirar estatuas no es borrar el pasado, es escrutarlo y permitir contar la historia desde el lado de sus víctimas”.

La disputa política entre la dictadura venezolana y las fuerzas democráticas aún sigue inconclusa, pero la batalla por la memoria histórica también es una disputa política que el chavismo ya perdió. La custodia por parte de las fuerzas de seguridad de las últimas estatuas en pie es la representación máxima de esa derrota. Venezuela será libre más temprano que tarde porque la dictadura siente que su fin se va acercando en el presente y, fundamentalmente, porque ya perdió la contienda por la significación del pasado.

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Carlos Segura

Historiador (UNT). Doctorando en Historia (UTDT).

José Manuel Rodríguez Torrez

Venezolano. Reside en la Argentina desde 2018. Es politólogo (UCEMA). Escribió columnas de opinión en el diario Perfil y en La Gaceta.

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