Gracias a Dios es viernes

#43 | En julio, el Pacto de Mayo

El «Pichichi», peronista y libertario. Caso Alperovich: justicia real, no tuitera.

El acto de Javier Milei en Rosario por el Día de la Bandera nos hizo acordar al comienzo del sketch “El rey enamorado”, de Les Luthiers: “Escena séptima del cuadro tercero del acto primero. El Rey Enrique VI ha rezado la novena en su cuarto y, después de unos segundos, atraviesa la quinta”. Porque lo que sucedió ayer, al menos hasta que el Gobierno se decida finalmente por una nueva denominación oficial, es que el presidente convocó nuevamente al Pacto de Mayo en ocasión del 20 de junio a celebrarse en Tucumán el 9 de julio.

Convengamos también en que la convocatoria original al Pacto –con este dejo refundacional tan de primer gobierno patrio y “el pueblo quiere saber”– tenía prevista su firma en la ciudad de Córdoba… primer foco de la resistencia realista a la Revolución de Mayo y cuyas autoridades (incluyendo a Santiago de Liniers, ex virrey y héroe de la Reconquista) fueron apresadas y fusiladas por las tropas porteñas. Hubo sangre en la Argentina y la casa no estaba en orden. ¿Acaso un mensaje cifrado para el oscilante gobernador Llaryora? Minucias, jactancias de los intelectuales.

Lo cierto es que el tono del presidente es evidentemente otro: quizás porque la trabajosa aprobación de la Ley Bases en el Congreso le dejó algunas enseñanzas, quizás porque entiende que ya no necesita hacer de la confrontación la base de su estilo, en su discurso en el Monumento a la Bandera eligió un tono más institucionalista e insistió con un llamado a dejar de lado las diferencias políticas y partidarias sin los reparos y chicanas de la vez anterior. O, al menos, sin chicanas explícitas.

Porque no hace falta con ser demasiado malpensado para notar que la invitación a todos los ex presidentes a dar el presente en Tucumán es una oferta que varios de ellos no aceptarían bajo ningún punto de vista. No debe de haber pacto con las fuerzas del cielo o las del infierno capaz de sacarla a la Chabela de su retiro madrileño (salvo que, caramba, todavía esté en vigencia alguna clase de convenio con el de allá abajo firmado en su momento por cierto ministro). Por Madrid se presume también que debe andar el profe de la UBA, no muy lejos de Amsterdam en caso de algún antojo súbito. Del Piloto de Tormentas hace rato que no se dice nada. ¿Y del Adolfo? Y… no C.

No está muy claro tampoco que Mauricio quiera firmar más pactos con Javier después del de Acassuso, pero imaginamos que no eludirá el compromiso y allí estará. Nadie miró para el lado de él, de todos modos, sino que el morbo apuntó para el lado de Ella. A quién, si no.

¿Qué dirá Cristina, qué estará pensando, qué hará? ¿Rechazará la invitación de plano? ¿Se dignará acaso en responder? ¿Irá a hacerle un desplante al presidente, querrá robarse el show como sólo Ella lo sabe hacer? ¿Propondrá un pacto paralelo, un nuevo Tratado del Pilar a firmarse en el Carmel? Un poco más al borde del delirio, ¿traerá acaso un mensaje de su aliado Pedro Sánchez, en Tucumán y en el Día de la Independencia?
Cómo saberlo, pero qué nervios.

Es célebre aquella frase de Borges de que un peronista es aquel que simula ser peronista para sacar ventaja. Ya sabemos que su ideología es el pragmatismo. Hay que reconocer que la cepa kirchnerista, en ese sentido, es diferente: es testaruda y muere con las botas puestas. El peronismo de máxima pureza, en cambio, tiene la habilidad de mutar para sobrevivir a lo que sea necesario.

Así lo vimos a Sergio Massa juntándose con Cristina para ganar en 2019, a pesar de que había prometido a los gritos que la iba a meter presa. A la sociedad mucho no le importó. El propio Alberto Fernández había dicho barbaridades de Cristina. Ahora lo tenemos a Daniel Scioli, el «Pichichi», otrora delfín de Cristina (un delfín forzoso, pero delfín al fin y hasta el fin), sumado a las filas del libertarianismo puro y duro; y a Massa, el ex UCD que tenía todo para protagonizar el renacer del peronismo postkirchnerista y market friendly, atrapado junto a los puaners y los sociólogos soviéticos, responsable de la peor gestión económica de la historia reciente y encima durmiendo todas las noches con Malena Galmarini.

El hecho de que Scioli y Massa estén donde están es totalmente fortuito, es fruto del timing y de la casualidad (menos en lo que respecta a Malena Galmarini, por supuesto). Podría haber sido al revés si las cosas se hubieran dado de otro modo. Es sólo que Scioli traicionó primero, nada más.

Lo de Scioli es realmente digno de admiración, como se admira una ciudad en ruinas o el rostro inexpresivo de una momia que atravesó los siglos hasta hoy y está en la vitrina de un museo. Es cierto que pasaron ocho años desde que fue candidato del kirchnerismo (bueno, ocho años tampoco son tantos), pero no olvidemos que el año pasado nomás se quiso precandidatear por el peronismo y juró que no se iba a bajar, hasta que se bajó.

Ahora es secretario de Turismo, Ambiente y Deportes y no pierde oportunidad de elogiar a Milei. El lunes publicó un tuit extenso que hay que leer con cuidado después de la burla obligatoria. Empieza diciendo: “A los que se creen dueños del peronismo o del peronómetro, hay que invitarlos a leer la historia y leer a Perón”.

En resumen, dice que hoy Perón seguiría las mismas políticas que Milei. Dice que la Unión Democrática era la “casta” de aquel entonces. Y que Perón “la vio”. Firma: “Daniel Scioli, peronista y libertario”.

La reciente condena a 16 años de cárcel para José Alperovich por abuso sexual agravado ha sido –incluso para aquellos que militaron el año pasado la candidatura Wado de Pedro-Manzur– un golpe de esperanza. Que violaba a su sobrina porque le resultaba de lo más práctico que le llevara la agenda y tuviera al mismo tiempo una vulva siempre a mano, no nos constaba, pero lo sabíamos. Desconocíamos los detalles: que era sobrina segunda, hija de un primo hermano; que fueron diez hechos, seis con penetración y cuatro sin; que cuando el ex-senador kirchnerista, tres veces gobernador de Tucumán, le decía “mañana libre” ella sabía que eso quería decir “mañana cama”; que el modus operandi del tío Zar era aplicar una dosis de gordofobia justo antes de dar el zarpazo (“le decía «tenés acá un rollito» y le metía mano”); que la manoseaba por encima de la ropa interior y también por abajo. Todo eso cuenta el fiscal Sandro Abraldes en su charla con Feinmann, que lo invita a recorrer su inclinación al morbo.

Que un político influyente y culpable sea de hecho condenado es un shock que desata en nuestra sociedad un huracán de justicia, de ilusión. Que el condenado sea el Zar de Tucumán, aún más. Lo que solía ser un tuit frecuente de esos que dicen algo que todos sospechamos que es verdad pero que a nadie parece importarle demasiado –como lo son, por ejemplo, los que se niegan a olvidar la desaparición forzada del ciudadano Luis Espinoza en Tucumán o los que exigen condena para el presunto violador, también intendente de la Matanza, Fernando Espinoza– pasó a ser un acto real, efectivo, de justicia.

Aunque sin arrobarlo, Myriam Bregman celebró la condena al ex-senador kirchnerista. Otras también hicieron alusión a esta noticia sin precedentes. “Se les terminó la impunidad. Fin”, escribió Dolores Fonzi en X al referirse a la condena a Alperovich. Un guiño al vocero presidencial, sin dudas, aunque lo suficientemente ambiguo como para que pueda leerse como un halago.

Sus hijos, no obstante, no lo abandonan y abogan, llorando, por su inocencia.

El lunes pasado, en un timing aleatorio y elocuente, la justicia brasileña condenó a Juan Darthes a 6 años de prisión por abuso sexual agravado. Tras el fallo, Thelma Fardin dio una conferencia de prensa en la que subrayó lo importante que es el apoyo de la gente que te rodea cuando te violan y tenés que denunciar. Que hay una posibilidad de reparación. Se preocupó por que habló de un 144 desmantelado, una forma paranoica de la prevención, ya que la línea 144 de contención y asesoramiento a personas en situación de violencia de género todavía funciona.

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