BERNARDO ERLICH
Domingo

Cristina emperatriz

En su nuevo libro, Diego Genoud relata la reunificación del peronismo y su regreso al poder en 2019, que atribuye a la vigencia y clarividencia de la actual vicepresidenta.

Dividido en 14 capítulos y un epílogo que llega hasta abril de este año, el mes anterior a su publicación, El peronismo de Cristina, de Diego Genoud, es una crónica de la reunificación del peronismo y su regreso al poder de la mano de la particular y exitosa fórmula electoral diseñada por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es, por lo tanto, un relato sobre cómo se alinearon los planetas para que lo que parecía imposible en diciembre de 2015 fuera una realidad tan solo cuatro años después. Y también muchísimo más que eso. 

Es en primer lugar la historia del intento infructuoso de buena parte del aparato territorial peronista de poner fin al capítulo kirchnerista-cristinista en la larga historia del peronismo. Alguna vez el sociólogo Eduardo Fidanza describió al peronismo como una casa de dos plantas. En la planta baja habita el dueño, mientras que en el primer piso vive un inquilino que goza del derecho de pintar la fachada del edificio de un determinado color. El inquilino es a veces socialcristiano, a veces neoliberal y a veces estatista. El inquilino es aquel que es capaz de lograr que el dueño del edificio –el aparato– sea exitoso en lo electoral. El politólogo norteamericano Steve Levitsky, que ha escrito mucho sobre el PJ, ha señalado justamente que una de las grandes ventajas de las que históricamente disfrutó el peronismo era su bajo nivel de institucionalización, porque eso le daba más flexibilidad para adaptarse a las cambiantes demandas de la sociedad. El verticalismo que ha caracterizado al peronismo (salvo en raras excepciones) es lo que permite esa flexibilidad de a veces presentarse ante la sociedad como el gestor de reformas de mercado y otras veces como quien desanda esas mismas reformas 20 años después, sin que por ello se le mueva un pelo. En ambas instancias siempre está el peronólogo Julio Bárbaro para recordarnos que en ninguno de los dos casos ése es el verdadero peronismo. A pesar de que, como resulta evidente, el verdadero peronismo es uno solo: el que gana las elecciones. 

El cristinismo, fase superior del kirchnerismo, tuvo la ambición de poner fin a este péndulo y transformar al peronismo en otra cosa.

El cristinismo, fase superior del kirchnerismo, tuvo la ambición de poner fin a este péndulo y transformar al peronismo en otra cosa. En la actualidad Cristina luce mucho más peronista en lo simbólico que lo que lo fue entre 2003 y 2015. Ello es así porque el Frente de Todos es una coalición que pudo reunir con éxito a todos los miembros de la dispersa familia peronista. Pero como presidenta, y especialmente a partir de su viudez, Cristina intentó anclar al peronismo en la izquierda, quitándole esa flexibilidad y pragmatismo ideológico tan particular que había caracterizado tanto al fundador del movimiento como a sus seguidores. El kirchnerismo tuvo una pretensión refundacional en el peronismo, que se puede resumir en una imagen bastante gráfica: descolgar en una unidad básica el cuadro de Perón, dejar el de Evita y colgar a su lado los retratos de Néstor y Cristina Kirchner. Esto es, trazar una línea de continuidad entre el 17 de octubre de 1945, el 25 de mayo de 1973 y el 25 de mayo de 2003. No solo eso, el cristinismo original supuso y en alguna medida supone también una suerte de trasvasamiento generacional: reemplazar con una nueva generación de jóvenes dirigentes a buena parte de los barones del peronismo territorial: gobernadores, caudillos provinciales e intendentes bonaerenses, todos ellos herederos del pragmatismo ideológico del padre fundador del movimiento, verdaderos especialistas en saltar a tiempo de un barco escorado para correr en auxilio del ganador. 

Aquel experimento cristinista original tuvo un mal final. En 2015, por primera vez desde la instauración del sufragio universal en la Argentina, un candidato que no provenía ni del radicalismo ni del peronismo se impuso en elecciones democráticas. Más aún, por primera vez desde el retorno de la democracia, el peronismo perdió la provincia de Buenos Aires siendo oficialismo. 

Tanto desde el no peronismo como desde el peronismo no kirchnerista hubo tal vez un apresuramiento en certificar el final de capítulo kirchnero-cristinista de la larga saga peronista. Desde la muerte de Perón, si la historia del peronismo se dividiera en capítulos, el primero estaría dedicado a la crisis producida tras la muerte del líder, que solo comenzó a ser superada en los ‘80, cuando la Renovación derrotó a la ortodoxia sindical. El siguiente capítulo fue el menemismo, seguido de una breve página que fue el efímero duhaldismo y finalmente, un largo episodio de varias etapas que abarca los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. 

Tanto desde el no peronismo como desde el peronismo no kirchnerista hubo tal vez un apresuramiento en certificar el final de capítulo kirchnero-cristinista de la larga saga peronista

Se ha puesto de moda trazar una división en el período 2003-2015. El propio Alberto Fernández lo hizo durante la campaña y continúa haciéndolo al reivindicar el nestorismo inicial, aquel que fue prohijado por la crisis de 2001, y en el que el super ciclo de las materias primas y los frutos del brutal ajuste realizado por Eduardo Duhalde, junto al legado de las fuertes inversiones de los ’90, dieron lugar a un lustro de recuperación y crecimiento económico, acompañados de inclusión social. Pero ya entonces estaban prefigurados muchos de los vicios que florecieron durante los gobiernos cristinistas. El punto central es que ese peronismo territorial, llamado en forma despectiva pejotismo en no pocas oportunidades, vio en 2015 la oportunidad de desembarazarse de Cristina y del cristinismo, razonando que, así como el ciclo menemista había tenido su final en 2003 gracias a la habilidad de Duhalde de bloquear una elección interna que hubiera consagrado como candidato a un Menem ampliamente rechazado por la sociedad, el ciclo inaugurado en mayo de 2003 había llegado a su fin. 

Motivos para dar por cerrado el ciclo no faltaban. Cristina ciertamente había triunfado en 2011 con el 54%, pero había llevado al peronismo a la derrota en 4 de las últimas 5 elecciones: en 2009, en 2013 (este caso es discutible, dado que si nos quitamos las anteojeras del “Buenos Aires madre de todas las batallas” el FPV fue el vencedor de la legislativa de aquel año), en 2015 y en 2017. Las diferentes visiones que tienen en una diversidad de temas el peronismo de la franja central del país y el kirchnerismo, cuya fortaleza se asienta fundamentalmente (aunque no solamente) en el conurbano bonaerense –diferencias que aparecen retratadas por Genoud en varias ocasiones– también contribuyeron al intento de una fracción del peronismo por velar a Cristina. Como sabemos, ese intento fracasó. Genoud lo relata con magistral habilidad, aunque es posible disentir acerca de las razones de ese fracaso. Para el autor, Miguel Ángel Pichetto es el emblema de ese peronismo desesperado por dejar atrás el kirchnerismo. Sin embargo, los integrantes de ese fallido experimento no nato que fue el peronismo federal (entre ellos, el propio Sergio Massa) fueron también parte de ese grupo, al igual que varios gobernadores que hoy están en el Frente de Todos. 

la dueña de los votos

¿Fue el colaboracionismo con la gobernabilidad de Macri lo que hundió al peronismo federal, tal como por momentos sugiere Genoud? Creo que no. En El bueno, el malo y el feo, de Sergio Leone, Clint Eastwood (el bueno) y Eli Wallach (el feo), señalan varias veces que el mundo se divide entre dos clases de personas: aquellas que tienen pistolas y aquellas que no. En democracia, los y las dirigentes políticos se dividen entre quienes tienen votos y quienes no los tienen. Y he ahí el problema central de ese peronismo moderado, republicano o blanco, como algunas veces se lo califica de modo peyorativo. En el distrito de mayor peso electoral de la Argentina, y particularmente en la región más poblada de ese distrito (el conurbano bonaerense), Cristina sigue siendo “la dueña de los votos”. No casualmente el capítulo dedicado a Cristina se titula “La dueña”. 

Hace cien años el geopolítico inglés Halford Mackinder señaló: “Aquel que domine Europa Oriental manda en el heartland. Quien domina el heartland manda en la Isla Mundial. Quien manda en la Isla Mundial, manda en el mundo”. Trasladado a la Argentina post-2005, quien domina el conurbano bonaerense tiene como mínimo la capacidad de vetar cualquier proyecto peronista con ambiciones de llegar a Balcarce 50. Sepultar la etapa kirchnerista, algo en lo que el peronismo no K y Cambiemos eran aliados tácticos, requería lograr que Cristina dejara de ser la dueña de los votos del conurbano bonaerense. Y ello a su vez requería el éxito económico de la gestión de Macri, que como sabemos no ocurrió. 

Como bien señala Genoud, muchos dieron por muerta a Cristina tras la derrota en 2017. Pero, tal como sugerí aquí a fines de 2018, ¿quién podía expedirle el certificado de defunción a una dirigente que, en un contexto sumamente adverso, había logrado obtener el 37% en el distrito de mayor peso en el país? La existencia de una coalición no peronista competitiva en provincia de Buenos Aires y el predominio de Cristina en el conurbano bonaerense hacen que este distrito esté políticamente saturado: no hay lugar para terceros. ¿Es posible triunfar en una presidencial sin ganar en Buenos Aires? Sí: Macri lo hizo en 2015. Saliendo tercero es imposible. 

¿Cuál es el problema de los peronistas que tanto desdeña Genoud? Sencillo: no tienen cómo hacer pie en el conurbano bonaerense donde Cristina ordena y manda.

¿Cuál es el problema de los peronistas que tanto desdeña Genoud? Sencillo: no tienen cómo hacer pie en el conurbano bonaerense donde Cristina ordena y manda. Suele usarse de manera peyorativa el término “populista” para definir al liderazgo de Cristina, pero sin intención alguna de descalificarla, estamos sin dudas ante un caso de manual de populismo, al menos en el sentido en el que lo entendemos los politólogos: una estrategia de construcción y ejercicio del poder basada en una líder personalista cuyo principal recurso reside en el apoyo no mediado de un amplio número de seguidores.

O, como describió Diego Kravetz en una entrevista con Carlos Pagni a fines del año pasado: “Cristina es un valor sentimental muy importante. La gente la quiere, hay una cosa de amor, de admiración. Es un liderazgo sentimental (…) Por distintas cosas de la forma que ella hace, hizo o dice, hay un montón de vecinos del conurbano, sobre todo en la tercera sección electoral, que la quieren mucho (…) Cristina, a su manera, evidentemente les ha dado a muchos vecinos cosas que le han llegado al corazón”. 

Aunque tal vez Genoud no lo advierta, al final del día termina por coincidir con Durán Barba, el estratega electoral del macrismo, quien descree de los acuerdos de cúpulas y  cree más en la importancia de la calle antes que en las martingalas de palacio del Círculo Rojo, acostumbrado a promover alianzas bajo la premisa fallida de que es posible que los acuerdos de cúpulas se traduzcan mágicamente en votos. 

ella entendió

Factores aleatorios, como la muerte prematura de José Manuel De la Sota, la renuncia de Juan Schiaretti a ser el macho alfa del peronismo, la tozudez de Roberto Lavagna para no disputar una primaria, inclinaron la cancha en favor de Cristina, quien, como surge del libro de Genoud, entendió que era necesario reunificar al peronismo, correrse del medio como prenda de unidad y transformar la elección no en un plebiscito acerca de la vuelta del kirchnerismo (como pretendía Cambiemos) sino en un referéndum acerca de la continuidad de la política económica de Macri, que desde abril de 2018 se había convertido en un verdadero lastre para el entonces oficialismo. 

“El ser es preferible a la nada”, pareció razonar Sergio Massa, quien en franco declive electoral desde su momento estelar de 2013 y habiendo fracasado en su intento de seducir a la amplia avenida del medio, corría el riesgo de perder el poco sustento territorial que aún conservaba. Como tantas otras veces en la historia del peronismo, Massa comprobó amargamente que cuando falla la estrategia de “ir por afuera” para luego volver vencedor al peronismo (y ejecutar a los mariscales de la derrota) no queda otro camino que volver al partido por la puerta trasera. En este caso una puerta trasera acompañada de generosos beneficios. 

Los errores de Macri en materia económica –en mi opinión, un severo error de diagnóstico inicial que sobreestimó las capacidades de corregir los desequilibrios heredados de 2003-2015 y a la vez subestimó los riesgos asociados a esa tarea– permitieron lo que parecía doblemente imposible: unificar la coalición socio-política del 2011 y permitir el regreso del kirchnerismo al poder. 

Con una lucidez que últimamente no es habitual en él, Alberto Fernández señaló: ‘Con Cristina sola no alcanza, sin Cristina no se puede’.

Genoud muestra muy bien la centralidad de Alberto Fernández en ese proceso. Con una vasta trayectoria política como operador político, y miembro fundacional del kirchnerismo, le llevó diez años a Alberto darse cuenta de que no había peronismo electoralmente viable sin Cristina. Con una lucidez que últimamente no es habitual en el presidente, el entonces artífice de varios proyectos electorales fallidos señaló: “Con Cristina sola no alcanza, sin Cristina no se puede”. Un razonamiento impecable. 

La sorpresa de la unción de Alberto Fernández como candidato produjo el efecto catalítico de provocar la unidad del peronismo, casi impensable hasta entonces. Sin embargo, como señala el colega Luis Tonelli: “En la Argentina hay una mecánica de ciclos. Y en esos ciclos, el peronismo es el partido de la crisis. Se creen que son los únicos que pueden gobernar este despelote”.

¿Fue solo la crisis lo que unificó al peronismo y llevó a los gobernadores a alinearse en masa detrás de la locomotora Fernández-Fernández? No. La perspectiva del llano es desoladora para los profesionales de la política. O como decía con un cinismo casi conmovedor el fallecido político italiano Giulio Andreotti: “El poder desgasta al que no lo tiene”.  El discurso original de Alberto de “este es un gobierno de un presidente y 24 gobernadores”, que en los hechos aún no se ha materializado, probablemente también sedujo a los líderes provinciales para sumarse a esa Armada Brancaleone que es el Frente de Todos. 

la influencia del papa francisco

La operación retorno contó con la invalorable ayuda del Papa Francisco, tal como ilustra Genoud en el capítulo titulado “El Peronismo Celestial”. La animadversión de Bergoglio hacia Macri era anterior a la elección presidencial. El ingeniero egresado de la UCA no era el candidato del Obispo de Roma. Daniel Scioli, a quien, según Genoud, su Santidad le sugirió que leyera La estrategia de aproximación indirecta, de B. H. Liddell Hart, era el elegido del Papa. Genoud atribuye el enojo papal hacia Macri a las política económica desplegada por Cambiemos desde sus comienzos, y a la inquina hacia dos figuras claves en el entorno de Macri: su jefe de Gabinete, Marcos Peña, y su principal consultor político, Jaime Durán Barba. Sin restarle mérito a estas explicaciones, tiendo más bien a creer que el anti-liberalismo papal no es exclusivamente económico, sino más bien político y filosófico, y es anterior al desembarco de Mauricio Macri en el gobierno. 

De haber resultado exitoso el macrismo, ello hubiera implicado el desmantelamiento de una Argentina corporativa con la que el Papa y sus representantes más afines en la Argentina se sienten definitivamente más cómodos. No deja de resultar llamativo, en este sentido, que la cabeza de la Iglesia Católica a nivel mundial, el Vicario de Dios en la Tierra, dedique tanto tiempo y esfuerzo al cabotaje argentino. Hay un  detalle que Genoud omite: entre los personajes que recibían sorpresivos llamados telefónicos del Papa Francisco a tempranas horas de la mañana argentina, se encontraba también el juez Claudio Bonadío –némesis de Cristina Kirchner en Cómodoro Py, la figura que Genoud asocia al intento del peronismo no kirchnerista de hacer con la ex presidenta lo mismo que hizo Moro con Lula en Brasil–, tal como lo relató acá Francisco Olivera.

Aparte de esta crónica del regreso kirchnerista, El peronismo de Cristina incluye largas, profundas y por demás interesantes entrevistas a Emilio Monzó, al ex político devenido empresario José Luis Manzano y al juez de la Corte Suprema de Justicia Horacio Rossatti. Monzó es una figura sumamente apreciada por la política y por el periodismo político. Su desempeño como Presidente de la Cámara de Diputados fue celebrado por actores de todo el arco político. Sus críticas hacia lo que él considera un olvido de la política por parte de Macri han sido frecuentes. Efectivamente puede coincidirse con Monzó en que faltó “rosca”. Ahora bien, por momentos la figura del ex intendente de Carlos Tejedor y ex ministro de Asuntos Agrarios de Daniel Scioli parece sobrevalorada. Solo a modo de recordatorio: de haberse seguido los consejos de Monzó en materia electoral en 2015, Macri habría sellado un acuerdo electoral con Massa, que probablemente habría permitido la llegada de Daniel Scioli a la Casa Rosada y la continuidad peronista en la provincia de Buenos Aires. 

No deja de resultar llamativo, en este sentido, que la cabeza de la Iglesia Católica a nivel mundial, el Vicario de Dios en la Tierra, dedique tanto tiempo y esfuerzo al cabotaje argentino.

Más interesante es la entrevista a uno de los eternos ganadores de la Argentina de los últimos 30 años: el próspero empresario José Luis Manzano, quien ha conservado (mejor que el resto del peronismo) esa flexibilidad y pragmatismo para estar allí donde alumbra el sol. Para evitar spoilers, quienes lean el libro podrán notar que Manzano parece más hábil a la hora de hacer negocios que a la hora de realizar pronósticos. Tal vez en privado sus pronósticos sean diferentes. 

El libro también cuenta con un pormenorizado relato de la larga marcha de Martín Guzmán desde la Universidad de Columbia hasta el Palacio de Hacienda y sobre cómo fue ganando una influencia creciente sobre Alberto Fernández, relegando a otros economistas que proponían ideas más ortodoxas. Las referencias a Guzmán tanto en el capítulo dedicado a su llegada al gobierno como a la renegociación de la deuda, como en el epílogo, describen tanto el hito fundamental que fue la reestructuración de la deuda –aunque a mi modo de ver, de una manera un tanto sesgada–, su por ahora efímero éxito y, más interesante, los problemas que hoy enfrenta el ministro debido al choque entre su intento de “tranquilizar la economía” y las necesidades electorales del kirchnerismo. 

la cámpora, máquina sin votos

Antes de finalizar el autor hace una suerte de sociología de La Cámpora. Junto al liderazgo de Cristina Kirchner, La Cámpora es uno de los principales activos del kirchnerismo y un factor clave a la hora de entender el rumbo del gobierno. Más allá del nombre de la agrupación, un tributo al bronce de cotillón con el que Miguel Bonasso decoró al odontólogo de San Andrés de Giles, la realidad es que La Cámpora parece más bien corporizar el dictum de Perón según el cual “la organización vence al tiempo”. 

En un gobierno de coalición con un presidente elegido sin votos propios, con un actor que debido a sus diferencias en raras ocasiones tiene éxito en generar una acción colectiva (los gobernadores) y en la que hay un socio mayoritario que: a) representa 2/3 de los votos obtenidos por la coalición; b) cuenta con la figura más taquillera; c) dispone de  cuadros propios que tienen un rumbo claro y que controlan los recursos de las principales agencias del Estado, es lógico que esa facción –el kirchnerismo– sea la que define el rumbo de la coalición. Hay una interesante descripción del proceso de maduración de los integrantes de La Cámpora y de sus dificultades en el plano electoral. Aunque el autor no lo dice expresamente, sus chances electorales siguen atadas a la vigencia de la figura de Cristina. Resta ver si La Cámpora, una maquinaria que trabaja 24×7 en la construcción territorial, puede abandonar lo que hasta ahora ha sido el mayor desafío del kirchnerismo: la construcción de un liderazgo electoralmente competitivo que permita superar su Cristina-dependencia. 

Aunque el autor no lo dice expresamente, las chances electorales de La Cámpora siguen atadas a la vigencia de la figura de Cristina.

El libro se cierra con un epílogo que muestra a un peronismo que por primera vez sufre el poder, fenómeno que Genoud atribuye a la herencia macrista y a los problemas surgidos de la pandemia. La discusión sobre la herencia macrista daría para un extenso debate y esta nota ya es demasiado larga. Los problemas generados por la pandemia son innegables. Todos los gobiernos del mundo, y especialmente en la región los han sufrido, y los siguen sufriendo. Obviamente la gestión de la pandemia es responsabilidad de cada gobierno, y es difícil no pensar que en el caso argentino hay una cuota importante de daño autoinfligido. 

Sin embargo, para mí Genoud minimiza el hecho de que lo que sin dudas fue una fórmula exitosa en materia electoral, bien podía convertirse en una pesadilla en materia de gobierno, no tanto por el rol de “los malos de siempre”, a los que el autor del libro menciona constantemente (corporaciones, medios, establishment, oposición intransigente), sino más bien por el fuego amigo y por algunos rasgos característicos del Presidente Fernández, menos acostumbrado a la tarea de conductor que a la de operador político. En este sentido, el retrato del actual presidente que surge del libro es bastante más benévolo que el de su antecesor en el cargo.

perlas y omisiones

El Peronismo de Cristina es una lectura interesante, con excelentes fuentes de información, por momentos apasionante y con verdaderas perlas, como la entrevista a Manzano. No faltan críticas al gobierno nacional. Pero sí se advierten algunas omisiones. No hay lugar en el libro para los operadores judiciales del cristinismo ni para la justicia militante. Las referencias al capitalismo de amigos, exceptuada la entrevista a Manzano, son más bien escasas. 

La corrupción de los gobiernos kirchneristas, prácticamente ausente en El Peronismo de Cristina, parece haber sido o bien la sumatoria de actos perpetrados por personajes marginales o el resultado de una confabulación de grandes medios, empresas del establishment empeñadas contra los gobiernos populares y frustradas por su constante fracaso. Si El Peronismo de Cristina fuera una foto como la tapa del mítico Sgt. Pepper’s de Los Beatles, entre los personajes que figuran detrás de los Fab Four, notaríamos varias ausencias. Que cada lector decida quiénes son esos ausentes. 

No hay lugar en el libro para los operadores judiciales del cristinismo ni para la justicia militante. Las referencias al capitalismo de amigos, exceptuada la entrevista a Manzano, son más bien escasas.

También sobrevuela una suerte de lugar común acerca de la política económica de Cambiemos que por momentos transmite una visión algo maniquea. De un lado hay un gobierno que encarna a un conjunto de empresarios ávidos de ganar dinero (como cualquier empresario, dicho sea de paso) y que toma medidas impopulares destinadas a enriquecer a esas empresas. Del otro lado está la coalición nacional-popular que nuclea a sindicalistas (muchos de ellos severamente criticados por Genoud, vale decir), a movimientos sociales y a empresarios locales (el autor es innecesariamente clemente con muchos de ellos). Son abundantes las referencias al ciclo de endeudamiento macrista y a la pesada herencia que esto supone para el actual gobierno. Para mí, que podría dedicar una columna extensa –como habrán visto, la síntesis no es mi especialidad– con críticas hacia el gobierno de Mauricio Macri, las furibundas críticas de Genoud parecen no tomar en cuenta algunas cuestiones básicas de economía y optan por una cómoda zona de confort a la hora de referirse a la gestión de Cambiemos. A modo de reflexión final, y pensando en el epílogo, en el que aparecen interrogantes acerca del futuro de este peronismo de Cristina, sobrevuela la pregunta contrafáctica acerca de cómo habría sido la experiencia del Frente de Todos sin el cisne negro de la pandemia.

Quienes quieran conocer la trastienda del poder, todo aquello que ocurre tras bambalinas; quienes busquen un mapa de las complejas relaciones existentes entre el empresariado, los medios y la política, y quieran tener una aproximación hacia el modus operandi de los factores de poder, definitivamente no se sentirán defraudados por el libro de Diego Genoud.

El peronismo de Cristina
Diego Genoud
Siglo XXI
336 páginas
$1350

 

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Ignacio Labaqui

Analista político y docente universitario.

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