Partes del aire

#80 | Francella, el público y la política

Sin hacerle el menor caso a Ricky Gervais, los actores argentinos sermonean sin parar sobre cualquier cosa. Una actuación que es sólo por y para ellos.

En enero de 2020, Ricky Gervais fue el anfitrión de los Globos de Oro y su monólogo inicial quedó en la memoria popular (es decir, de Twitter) por su cierre a toda orquesta contra los actores que tiran consignas políticas en las ceremonias de premios. Dijo Ricky:

Entonces si hoy ganan un premio, no lo usen como una plataforma para hacer un discurso político. No están posición de sermonear al público acerca de nada. No saben nada sobre el mundo real. La mayoría de ustedes pasó menos tiempo en clase que Greta Thurnberg.
Entonces si ganan, acepten su premiecito, agradezcan a su gente y a su Dios y salgan cagando, ok? Esto ya dura tres horas. Bien, vayamos al primer premio.

El lunes pasado la mayoría de los ganadores de los Martín Fierro del cine ignoraron el consejo de Ricky. “Queremos educación, queremos trabajo, queremos salud y, por supuesto, también queremos cultura”, dijo Natalia Oreiro. Soledad Villamil, con esa boquita, defendió “la educación pública, la cultura y el cine argentino, ¡la reconcha de la lora!”. Leo Sbaraglia insistió: “Ojalá se solucione el tema de la educación pública y se suba ese presupuesto que se quiere bajar”. Los productores de Puan, que ganó el premio a la mejor película, subieron al estrado al decano de Puan, Ricardo Manetti, que gritó: “¡Están queriendo hacer desaparecer la universidad pública!” y “¡Viva el Estado nacional!”. Llamó la atención Norman Briski, que recibió un premio a su trayectoria y dijo, puño en alto, “Gaza jamás será vencida”. Y así varios más, incluidas Graciela Borges y Mirtha (a secas), que lamentaron la situación del cine, presumiblemente por culpa de la intervención del Gobierno en el INCAA.

Mi posición es, como dice Ricky, que los actores no están en posición de sermonear a nadie, porque su conocimiento de los temas es superficial y sólo repiten consignas y eslóganes levantados del microclima a su alrededor. Cuando Oreiro dice “la salida no es individual, es colectiva” tiene la profundidad de un mal tuitero, repite la letra, como en su profesión, que le escribió otro. Tienen derecho a tener y expresar sus opiniones, como cualquiera, pero empiojan ese derecho con la solemnidad, la sobreactuación y la falta de humildad con que lo hacen, acá y en Hollywood.

Además, se perjudican a sí mismos. Es una pena que los productores de Puan hayan subido a Manetti al escenario, porque la película Puan mantenía una saludable distancia de la facultad Puan, que ahora desaparece: un año después, con este gesto, transforman en militante a una película que no lo era, la achican, le quitan gracia, que tenía y mucha. Los actores, por otra parte, se dañan a sí mismos porque su relación con la pantalla y con el público es siempre misteriosa, inexplicable, el que la tiene es una estrella y el que no la tiene, no lo es.

Por eso me gustó el discurso de Guillermo Francella, que hizo lo contrario de sus colegas pero de una manera muy sutil. Primero dijo “no estoy muy acostumbrado a dar esos discursos retóricos, ni frases sentenciosas, ni palabras grandilocuentes” (bang), pero lo más interesante vino después. Tras los agradecimientos de rigor al jurado y los directores y productores de El Encargado, agradeció a alguien que no había sido mencionado en toda la noche:

Quisiera fundamentalmente dedicar esta distinción al público. Me han acompañado a lo largo de toda mi vida con absoluta fidelidad, alentando, desde el primer día que me convertí en actor, ese hombre, esa mujer de todos los días, sin ningún tipo de discriminación. Esto es para ellos, para el público.

Los actores progresistas venían hablando de sí mismos (están matando al cine) o de sus causas políticas (están matando a la educación), pero no venían mencionando a quienes son o deberían ser sus verdaderos jefes, el público, el que consume sus productos, les “paga el sueldo” (por usar una expresión de moda), el único que realmente los transforma en lo que son.

Pero el kirchnerismo generó en estas décadas una mentalidad cultural que le dio espalda al público y los dejó de frente al Estado: su garantía principal de empleo y financiamiento dejó de ser el éxito (o el fracaso) y pasó a ser una red de funcionarios que, desde el INCAA y otras oficinas, subían o bajaban pulgares, premiaban a algunos, castigaban a otros. Como el empresario prebendario que no se preocupa por mejorar su producto porque le alcanza con caminar los pasillos del Ministerio de Economía, los productores y los artistas de la era kirchnerista no tenían que preocuparse por el público: les alcanzaba con fatigar los pasillos del INCAA, el CCK o del ministerio de De Vido.

En un gesto que también es político –pero no inverso, no es “el otro lado de la grieta”–, Francella recupera al público como eje de la vida artística: estamos acá por el público, no por un subsecretario. Después podemos discutir si el Estado debe financiar más o menos o de qué manera, pero sin público esta cosa que hacemos no tiene sentido. Dejó a todos los demás en offside: en una ceremonia que hasta ese momento venía ombliguista y autocelebratoria, Francella abre la ventana, apunta con el dedo y dice: los que nos miran están allá, no están acá. Si nos olvidamos de ellos, somos una casta.

El Estado ausente de Olga

Pensaba en esto anoche mientras miraba el #CharlyDay de Olga, un evento hermoso y feliz que juntó generaciones y mostró que no hace faltan la política ni el Estado para hacer cosas lindas y populares. Entre canción y canción, Migue Granados charlaba con los autores, pasaba los chivos con naturalidad (todo sector privado) y mantenía la informalidad fresca y un poco amateur de la época. Sin subsidios, sin programas de apoyo, sin políticas culturales. Una actitud sana que, veo, le falta a la “gente del cine”, que se la pasa declamando su propia importancia con seriedad y mala onda, ignorando la comunidad que supieron tener con el público. “¡Somos héroes!”, repetía el lunes Norman Briski en su discurso bizarro. ¿Héroes de quién? Héroes de sí mismos.

Ni siquiera se daban cuenta de la transformación principal que mostraba la noche: los actores querían mostrar que la tema de la ceremonia era “Milei contra la cultura”, pero el elefante en la sala eran las plataformas de streaming, que ganaron todos los premios a las series. Ya se comieron a la TV, con el apoyo del público, y pronto se comerán al cine. En lugar de mirar la luna, que es el cambio tecnológico, miran el dedo, que es Milei. Fanfarronean con que tenemos el mejor cine de América Latina, pero al mismo tiempo dicen que ese cine es un yaguareté bebé que necesita ser asistido constantemente.

En el #CharlyDay, en cambio, quedaba claro que en la vida hay otras cosas además de la política y el Estado. Y que los argentinos somos una comunidad más amplia y profunda que lo que marcan la política y el Estado. Acá está tu salida colectiva, Oreiro: cantar canciones de Charly entre publicidades de jabón y papas fritas.

Un amigo preguntaba anoche por qué lo aplaudían a Briski cuando recitaba su letanía de “Gaza… Gaza… Gaza…” con los ojos desorbitados. ¿Lo aplaudían por su valentía política? No, respondió otro: lo aplaudían porque Briski estaba actuando, y las actuaciones se aplauden. La política era una excusa, lo importante era la performance, la celebración gremial, la vida en el escenario. En el escenario los actores dicen cualquier cosa, porque saben que no es real. Aunque no sepan nada del mundo ni, como dice Ricky, estén en posición de sermonear a nadie. El público, creen, no les hace falta.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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